Nuevos bríos vitivinícolas
Ribeiro, la nueva dimensión del modesto gran vino blanco
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Agua, piedra y vino. Termas y románico. Rutas y gastronomía. Nos adentramos en los múltiples encantos de la comarca de Ribeiro, el vino orensano que se ha convertido en el sorprendente reducto de grandes blancos y que ha pulverizado leyendas negras. Javier Vicente Caballero. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto
Fue tierra de tintos desbocados, y morada de monjes replegados en ellos. Peina canas, muchas, la más veterana de las DO de España (1957, pero con un pliego de condiciones que se remonta a 1597). Reconvertida ya en reducto espiritual de singulares blancos, Ribeiro se ensancha mucho más que el lar de humildes colheteiros y adegas que se nutren de viñedos propios y que no despachan más allá de 80 000 botellas. Se alfombra esta DO pujante, renovada, sorpresiva y sorprendente, con casi 3000 hectáreas de viñedo, 100 elaboradores, 10 millones de litros al año y un creciente enoturismo que se ahorma por unas zonas fluviales esmeraldinas y hermosas. Encontrará el visitante la bucólica donosura de las vaguadas del Miño y sus afluentes Avia, Arnoia y Barbantiño. Se acodan al oeste de la provincia de Orense, acarician las hermanas Rías Baixas e invitan tanto al júbilo como a la introspección. Todo acontece y orbita bajo la mirada capital de Ribadavia, epicentro de la DO y vieja capital de Galicia. Esta villa, bellamente plomiza, saluda al visitante con su pétreo dramatismo entre brumas celtas y soportales para confidencias. Resulta el lugar ideal para rebobinar el pasado y tender puentes a futuro.
Ribeiro, una historia fecunda
Para tirar del hilo de Ribeiro hay que mentar el viejo esplendor de los siglos XVI y XVII (gracias, orden benedictina, por tanto legado) y que hoy cristaliza como el gran intangible de estas latitudes: o sea, una historia fecunda como pocos lugares vinícolas en la vieja Europa. “Aquí se hace vino desde tiempos de los romanos, contamos con lagares del siglo I, monumentalidad medieval y un circuito termal como no hay otro si se trata de complementar con enoturismo. Y los vinos de Ribeiro hace tiempo que dejaron la etiqueta de turbios y servidos en aquella liturgia de la taza de loza”, relatan el reciente presidente de la DO Juan Manuel Casares. Bajo las piedras derruidas del Castillo y Pazo del Conde de Ribadavia, se pone en marcha el kilómetro cero de cualquier senda que quiera hurgar en trazabilidad y encanto. La primera puerta a la que tocamos –una de las más inquietas de entre las 100 bodegas con las que cuenta la denominación– es la de Manuel Formigo. “Sí, soy colheteiro y la finca que veis tiene 3,5 hectáreas. Esta tierra arenosa es como el desierto y nos resulta muy complicado trabajar en ecológico. Estos socalcos tienen cepas de 80 años y la treixadura, nuestra uva más extendida, es muy jodida, delicada. Aquí varias jornadas de verano puedes encontrarte las temperaturas más altas de España y con el sol encima de las viñas todo el día”, explica este enólogo y bodeguero que hizo carrera en la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona y luego redondeó formación en Burdeos, Rioja y múltiples viñedos en Cataluña. Con un abuelo y un padre que también se consagraron a estos menesteres, Formigo detalla que todo cambió a partir de los años 70. Que ahora en el balance alcohol-acidez muchos están tirando por la frescura. Que las mejores zonas de Ribeiro aún andan esperando quien las recupere. Que todos los viñadores con perspicacia se percataron de que era un terreno ideal para el blanco, por ese pobre suelo, tan mineral. Y sí, pisamos la endeblez del sábrego, un granito arenoso que se deshace en las manos como si fueran las migas de un bizcocho. Los vinos de Formigo –Finca Teira, Cholo, Tino– son punta de lanza del nuevo Ribeiro. Desacomplejados. Chispeantes. Plenos de acidez y nervio bien entendido, sutiles y gastronómicos. “Con coupages de variedades autóctonas –blancas como treixadura, loureira, albilla do avia, albariño, las tintas caíño longo, sonsón, brancellao...– hago cuatro vinos, para un total de 45 000 litros al año”, detalla. Para el sumiller Ferran Centelles, la prodigiosa nariz que husmeó la sumillería de elBulli, Formigo 2017 fue el mejor vino de España en relación calidad-precio. Como guinda, Formigo se saca de la chistera un Tostado Solera 2006. Se trata de un vino naturalmente dulce que ha pasado tres meses pasificándose, seis meses de fermentación y concentración en barrica y tres meses de reposo en botella, con un grado volumétrico de alcohol no inferior a 13%. El tostado es otro de los grandes alicientes de culebrear por estos pagos. Condensa el vasto patrimonio cultural y de paisanaje de la zona. De breve volumen de producción (1000 kilos de uva, 150 litros), adquirió en el siglo de las guerras carlistas gran predicamento y solo se tomaba en ocasiones subrayables y si uno contaba en el ADN con hidalguía o linaje. Las uvas autóctonas se secaban en locales habilitados para ello (sequeiros o pendellos) para que penetrara en ellas la bonanza de este clima entre atlántico, mediterráneo y continental. No ha cambiado mucho ni la metodología, ni el clima ni el simbolismo de esta suculenta rareza.
Termas y covas en una tierra de vino
El navegador del coche nos conduce hasta Cenlle. Entre sus atractivos, balneario, unas termas, una cova y una iglesia dedicada a Santa Baia y que fue erigida en el siglo XI. Al salir del concello, nos topamos con la bodega Pazo de Toubes. Pertenece al gigante Viña Costeira, la más grande de las bodegas de Ribeiro y cooperativa de 600 socios, pionera en adentrarse y apostar por vinos de calidad. Junto a los muros oscuros de su bodega y en un picnic delicioso, se cata su Modus Vivendi (tinto y blanco, mencía el primero, treixadura, albariño y loureiro el segundo) maridados con empanada de trigo autóctono, fuet y queso galmesano (¡un queso de pasta curada que resulta ser el desconocido parmesano gallego!). Como broche, una bica, dulce tradicional con huevos de corral y trigo autóctono certificado en horno de leña. A 25 euros la experiencia. Un lujo que se redobla si sobre la noche caen las perseidas o las lágrimas de San Lorenzo. También hay hueco para la mejor música con el Costeira Sonora, ahora que el ruido de las restricciones empiezan a silenciarse…
La tarde se va tornando grisácea, con unas nubes borrosas y tristes que hubiera pintado el mismísimo Greco. Se recortan sobre el campanario de la Iglesia de San Andrés, O Cotiño, en el ventrículo del más puro Ribeiro. En la bodega Casal de Armán conversan los hermanos Vázquez González. “Somos seis hermanos, pero tres nos decidamos al vino. En viticultura y bodega anda Javier, Jorge se encarga del restaurante y la casa rural, y yo llevo la parte comercial”, apunta Juan Vázquez. “Somos lo que se ha hecho toda la vida en Ribeiro. Respetar el terruño, que se exprese la variedad y el territorio. Tenemos 36 hectáreas en producción. En Ribeiro te encuentras con mucho minufundio y, de repente fincas enormes. Más que arrancar viña, simplemente se abandonó. Eso fue un gran drama aún no resuelto. Además, seguimos teniendo el problema de la mimosa, un árbol foráneo que, como el eucalipto, es muy invasivo”, añade Juan. La saga sabe de lo que habla. Una de sus antepasadas fue de las primeras enólogas de España y el originario dueño de estos terrenos se llamaba Darío Armán, un indiano en medio de la vorágine de la Desamortización de Mendizábal. En esta colina, de una hermosura campestre insultante, impresionantes viñedos (Finca Mi Senhora, Finca Os Loureiros), un hotel con encanto (seis habitaciones) y un restaurante panorámico (para 50 comensales). Los fogones de Sábrego son cosa del chef Marco Varela. Para los que quieran alianzas con su cocina, el blanco joven e insolente de Casal de Armán 2019, la seriedad de Mi Senhora, y el tono lácteo y la larga guarda de Loureiros. También ha lugar para los tintos de caíño longo, sousón y brancellao plenos de tierra húmeda, cereza, bosque, aire atlántico...
Vinos de garaje y de prior
Antes de la siguiente escala, si uno es amante de la pesca o de sumergirse en riachuelos puede despojarse de la ropa en las playas fluviales y las zonas de baño de A Veronza, O Muiño da Raiña, en las Pozas de Melón o de Prexigueiro, As Poldras-Leiro, O Inquiau-Arnoia o en el Parque Náutico de Castrelo. Junto al embalse de Castromiño radica la adega Priorato de Razamonde. Sus simpáticos gestores relatan como comenzó su historia como “vino de garaje” y que antaño fue “casa del prior”. “Contamos con unos tintos estupendos, lo que pasa que han estado oscurecidos por los de Ribeira Sacra”, lamenta José Pérez Sousa, actual propietario. En entretenida plática sale a colación que el Ribeiro fue el primer vino que llegó a América en las entrañas de las carabelas de Colón. Otros peregrinos hoyan hoy las rutas mágicas y los miradores que van desde Ribadavia (sede de la DO y enclave de la Feira do Vinho de Ribeiro, que ya va por su 59 edición) y pasan por San Paio, Ventosela, As Regadas, Beade, Santo André, Esposende, Lentille, Cuñas, Leire y San Clodio, cuna benedictina y cisterciense de este vino netamente orensano. El abad del monasterio en pleno siglo XII, Pelagio González indicaba en su testamento cómo se llevó a cabo la ingente reimplantación de viñedo en la zona y cómo al amparo del Camino de Santiago estas elaboraciones se irradian por toda Europa, sobre todo gracias al cambalache de comerciantes vascos, asturianos, ingleses y holandeses.
La tarde se deshilacha desde el mirador del Calvario de Santo Estevo. Probamos los vinos de la Adega Pousadoiro de Alfredo Fernández. “Mis abuelos y padres fueron colheteiros, y tuvieron tascas en Noia y Padrón. Mi padre fue pionero en plantar variedades autóctonas como godello, torrontés o treixadura hace casi medio siglo. Cada viña aquí es un biotopo que se aclimata bien. El cambio climático nos empuja a subir las vides. No veo la madera en el Ribeiro, enmascara mucho. Ahora muchos utilizamos ánforas de Albacete, que da un vino más meloso, y el hormigón genera corrientes de convección que provocan un battonage natural”, asevera Fernández. Sobre la mesa de piedra, tres referencias salvajes: Pousadoiro, Norte Sur y Dona Gotto. Cae la lluvia. Echamos mano de estadísticas: 950 mm de pluviometría anual.
Antes de que la noche nos abrace en el Barrio Judío de Ribadavia, charlamos sobre la labor magnífica llevada a cabo por los Emilio Rojo, Eduardo Bravo, Eduardo Peña o el enólogo Álvaro Bueno en pos de poner en valor todo este patrimonio vitícola y humano... La memoria nos trae asimismo el surreal recuerdo del cineasta José Luis Cuerda y su defensa de estos vinos de frescura, historia, meandros y calma verde. En la actualidad, sus hijas continúan dictado y enseñanzas en la bodega San Clodio. Agua, piedra, vino. La santa trinidad de Ribeiro. Ya lo dejó escrito Alvaro Cunqueiro: "El vino de Ribeiro es hermosura del románico rural".