Reflexión en la granja
Cuando le vi por primera vez era jovencito e inexperto y presumía de eso, de su juventud. No se estaba quieto. Tenía un trotecillo con el que hacía bailotear sus orejas al tiempo que alardeaba de ser miembro del Partido Consumista de España. Promocionaba sus productos, desde la careta hasta el rabito, pasando por las extremidades delanteras, la potente tracción trasera, las joyas abdominales y todo lo que le daba forma, sentido, prestigio y marchamo. Y así hasta que le destinaron a esta granja en la que conoció de cerca los efectos del paso del tiempo. Sir Cámara
![[Img #20262]](https://sobremesa.es/upload/images/02_2022/2277_oink-1.gif)
Los compañeros más veteranos trataron de ayudarle cuando se empezó a convertir en algo que iba contra sus más elementales y puede que excesivamente valorados, criterios porcinos. No se ofendía cuando le llamaban guarro, cerdo, marrano, gorrino; incluso chancho, como le llamaba un empleado que era de origen argentino. Lo que más hería su casi mística condición de portento alimenticio era que le dijeran que no era un ser sostenible.
Entiéndase por sostenible que ya no era un cochinillo como los de Cándido, que se llevaban en brazos a la cazuela de barro. Ahora ya era imposible. No podían con él ni dos operarios. Sí, efectivamente: padecía sobrepeso derivado de su edad y de su escasa o nula movilidad. En plena reflexión me preguntó por qué llamaban operarios a esa gente que curraba en la granja si no era personal de quirófano. Esa gente que nos guía y nos pone la comida delante sin elegir el menú y están junto a nosotros en ese momento mágico del no retorno. Un sospechoso flashazo brillante que, dicen, nos lleva a la gloria porcina y al lucimiento exquisito por partes y sobre lujosas promociones. Un instante, un momento raro en el que sufres como un aficionado del Atlético de Madrid en el minuto 89 cuando va ganando un partido.
Su mirada me transmitió algo así como una sonrisa nostálgica. Es como si un gen despistado le estuviera enseñando lo de la montanera. Ese periodo final del engorde en el que el cerdo trisca por las dehesas comiendo deliciosas bellotas…
-Habría dado una paletilla, ibérica, claro, por tener unos padres veganos y una heráldica presidida por la bellota…
Para que veas que siempre ha habido clases en todos los ámbitos y lo de ser un cerdo no es suficiente para gozar de prestigio. El hombre, el llamado rey de la creación, no siempre se valora, muy especialmente con sobrepeso, cuando es una carga social y propicia gastos. Ya sabes que a ciertas edades, todos somos de “pisbur”, yendo y viniendo de los aseos… Y los cerdos no sois menos, aunque con más ironía… Mira que llamar purines a vuestros residuos… ¡Ja, ja, ja…!
Oye, tú que vas y vienes y ves más cosas que nosotros en esta granja sin televisores, ¿sabes si la ingeniería genética está haciendo algo con las especies? Ahora soy un cerdo, pero cuando sea mayor quiero ser percebe. Es más limpio. Pues eso…
SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.




