Xenofobia ampelográfica
La cultura winelover está repleta de prejuicios. De hecho, ésa es parte de su gracia: la de concluir, a base de sencillas reglas heurísticas basadas en el empirismo escéptico, cuándo podemos estar ante un vino con pretensiones o ante una farsa. Santiago Rivas
Algunos de esos prejuicios son feos. Por ejemplo, el de juzgar a una bodega por el volumen de su producción, resultando que todas las bodegas que hacen un número de botellas estimable son más fábricas que bodegas. Con toda la implicación industrial –aquí en el mal sentido de la palabra– que tiene el término “fábrica”. Otros son bastante razonables y útiles. Como aquel que dice que los vinos –me refiero a tintos– de rojo relajado, menos extraídos, crianzas alternativas (como hormigón o tinajas) y más bajos de alcohol, serán más interesantes que los tintazos “bertinosbornescos”.
También hay metralla en los vinos cool, pero vamos, este prejuicio sí funciona.
De entre todos, si hay uno que solivianta, enfada, polariza y provoca que la wineloverada salga a las calles con palos y antorchas es el de las variedades foráneas. Término aquí entendido como aquellas uvas que no son, o no suenan, españolas. La xenofobia ampelográfica hace que rechaces una gewürtztraminer del Somontano porque lo que tú quieres es una alcañón (más autóctona).
Estamos en España y solo bebes variedades autóctonas dado que… ¿Acaso los franceses beben uvas de por ahí?
Que lo mismo la variedad guay lleva plantada cuatro días y la otra, seis décadas. Pero que moristel bien, carrasquín bien, albariño bien, merlot mal, syrah fatal y cabernet franc… Oh, espera, resulta que, a través de exhaustivos estudios genéticos, se ha concluido que la cabernet franc es de origen vasco en donde se la conocía como achéria.
Pues nada, supongo que, cuando lean esto, los franceses correrán a arrancar sus viñedos de Burdeos, Loira o donde haya esta tinta vasca.
Ya puede ir Cheval Blanc o Clos Rougeard buscándose otra uvita. Propongo la grenache… Oh, espera de nuevo, que parece ser que tampoco es francesa, sino española.
Château Rayas y medio Ródano injertarán merlot o estarán haciendo el paleto, como todo aquel aficionado al vino que disfruta con Mas La Plana de finales de los 90 o con Remelluri Blanco.
Ya, sin mi divertido sarcasmo mediante, toca en estos momentos hacer la labor educativa de que una cosa fue aquel plan de variedades mejorantes de reconversión del viñedo con fondos europeos –que provocó auténticas barbaridades sustituyendo viñas de cierta edad por otras con mas glamour, pero sin mucho sentido– y otra, bien diferente, es la de aquellos que ya tienen cepas viejísimas de “foráneas” o las han plantado en regiones sin gran acervo varietal de nada, o todo junto o, simplemente, gracias a la mano del elaborador o por la capacidad de adaptación a nuestro hispano territorio de la uva se obtiene de ellas un buen vino.
Porque estamos todos de acuerdo en que eso es lo importante, ¿verdad? Que el vino esté bueno.
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