De rosas va la cosa
Es tiempo de rosados, descubre los últimos estilos y tendencias

Los vinos rosados son una baza idónea para el verano, llega el calor y las ganas de terraza y apetece un vino que tenga sabor intenso y que se pueda tomar fresco sin perder atractivo. Además, las últimas tendencias ofrecen una bellísima paleta de colores y estilos. Raquel Pardo. Imágenes: Aesop.Wines y cedidas
Los rosados son, quizá, los vinos más sujetos a cambios en las tendencias que hay. Hace unos años, lo que pegaba eran los rosados intensos de color, con sabores a piruleta y sencillos, casi refrescos. Después, esos tonos se fueron aclarando, quizá influidos por la meca de los vinos rosados, la Provenza, y llegaron los tonos de pétalos de rosa, piel de cebolla… vinos de apariencia más ligera, pero también llenos de sabores frutales.
Mil rosados, mil estilos
Durante mucho tiempo los rosados han sido (y en muchos casos, siguen siendo) vinos menores, adonde iba a parar la uva que no se aprovechaba para los tintos, algo que contribuyó bastante a que se consideren vinos “de último recurso”, que se toman porque no hay nada mejor que tomar…
Pero afortunadamente, en España (y fuera) esta visión del vino rosado ha ido cambiando, y hay bodegas que se lo toman muy en serio, elaborando rosados y claretes con mucha profundidad, complejos, a veces, con largas crianzas, con reposo sobre lías… la paleta de estilos ha ido creciendo y es posible encontrar rosados tremendamente interesantes, originales, apetecibles y, también, con vocación de guarda, por qué no.
Y además, de precios altos, porque su elaboración también es de alta gama. Si antes un rosado era un vino que por 10 euros ya era caro, hoy se pueden encontrar vinos por encima de los 50 euros, españoles o extranjeros.
Rosados de alta gama
Por ejemplo, uno de los rosados que rompió el hielo a la hora de mirar a estos vinos con otros ojos fue Le Rosé, de Bodegas Antídoto, creado por el francés Bertrand Sourdais en San Esteban de Gormaz (Soria), procedente de las uvas tinto fino y albillo de una sola parcela, Carresoto, de cepas sobre suelos arenosos con fondo calcáreo, que fermenta y se cría en barrica nueva de 600 litros. Este rosado es un tributo a los claretes de la zona, pero también una revalorización del terroir soriano, interpretado por la batuta de Sourdais. Es, en su última añada (la primera fue en 2013 y aún sigue vivo, tal como demostró el enólogo en una cata vertical celebrada en Madrid el pasado 22 de abril) 2020, un vino de fruta madura, opulento y fresco a la vez, silvestre, con notas de hojarasca y flores, preciso en boca. PVP: 60 euros aproximadamente.
De colores (y sabores) intensos
Si bien ahora la tendencia es que los rosados sean pálidos, hay elaboradores de claretes que, mirando atrás, apuestan por vinos más intensos de color, un estilo un poco retro que, sin embargo, da resultados muy atractivos, vinos complejos y a la vez, muy apetecibles como copa o para acompañar comidas no demasiado pesadas. Claretes como el Ojo Gallo de Torremilanos (PVP: 24 euros), un vino que procede de multitud de variedades como la tempranillo, la bobal, la cariñena o la viura y se elabora sin añadir sulfuroso por la bodega Peñalba López (DO Ribera del Duero) o el Pícaro del Águila (27 euros), algo más claro, elaborado también a partir de uvas de viñas viejas donde había mezcla de variedades, apetecible, sabroso, fresco, telúrico, una interesantísima creación del viticultor ribereño Jorge Monzón, al frente de Dominio del Águila.
Rosados de terroir
Sean más claros o más intensos, los rosados de calidad de los últimos años persiguen reflejar el terroir del que proceden, y preservar sus aromas y sabores más primarios. Un buen ejemplo es La Rosa 2021, de Can Sumoi, un vino elaborado con sumoll y montonega procedentes de siete parcelas distintas con suelos de tierra prima y calcáreos, en la Conca del Foix y en la propia Finca Can Sumoi, que data del siglo XVII. Un vino encantador con cada sorbo, con matices florales y frutales muy frescos, adictivo, refrescante, que se toma casi sin darse cuenta. PVP: unos 12 euros.
De terroir es, también, Rose Marie de Château Le Puy, un señor vino de sangrado y sin sulfitos añadidos, procedente de parcelas de merlot de una meseta rocosa entre Pomerol y Saint Émilion, en Burdeos. Un vino de alta gama perfecto para comer, por su estructura, su complejidad, mineralidad y una boca precisa, frutal y elegantísima. PVP: 50- 55 euros.
En otras latitudes, Nacho Álvarez acaba de lanzar su versión terroirista del rosado, De Los Abuelos Viñas Centenarias Rosado 2021. Se elabora con mencía en su mayor parte, pero contiene también aramón, estaladiña, palomino, negreda y alicante bouschet de un viñedo plantado en 1902, que el enólogo y viticultor lleva recuperando desde 2016 en el pueblo de San Pedro de Trones, en la DO Bierzo. Fermenta en barrica y eso le da un plus de estructura y complejidad a un vino elegante y sedoso, vivaz, frutal, con notas de flores y silvestres y sensación mineral. PVP: 18 euros.
Rosados señoriales
El rosado ha dejado de ser un vino de copeo para convertirse en un acompañante gastronómico, a la altura de otros vinos blancos y tintos. Vinos complejos, intensos, que también contienen su parte fresca van proliferando, sobre todo, en latitudes continentales, como la Ribera del Duero, donde se elaboran ejemplos como Pagos de Anguix Rosado, un vino con reminiscencias de claretes clásicos, elaborado con tempranillo y un 20% de albillo mayor, que se vendimia en tres pases para conseguir un bonito equilibrio en la boca (PVP: 13,50 euros); o Flamingo Rosé, elaborado con tempranillo de viñedos a 900 metros de altitud, un vino intenso y sabroso, con volumen en boca y perfecto para comer. Más al norte, Marqués de Murrieta elabora Primer Rosé, un atrevido rosado de mazuelo con carácter vibrante, intenso y longevo, de guarda (PVP: 35 euros aprox).
Rosados con identidad
Una particularidad de los rosados es que marcan mucho la identidad y personalidad de quien los elabora, ya sea bodega o viñatero independiente. Quizá por eso hay mil estilos distintos, fruto de la interpretación de cada elaborador.
Un caso muy evidente es el champagne rosado, que cuenta con tantos estilos como casas los elaboran, aludiendo, a veces, a décadas de tradición o a meras casualidades. Por ejemplo, Krug Rosé, que lanza ahora su 26ª edición “re-creada” con la añada 2014, es un vino elaborado casi en secreto, en sus comienzos, por Remi y Henri Krug, quinta generación de la familia. Su estilo es opulento, pensado para combinar con gastronomía, y se elabora con más de 20 vinos distintos cada año y vinos de varias cosechas diferentes. Esta edición contiene siete añadas diferentes, la más vieja, 2005 y la más reciente, 2014, que supone un 67% del vino. Su composición es mayoritariamente de pinot noir de Aÿ, seguida de chardonnay y meunier. Contiene un 11% de vino tinto. Esta recreación, que se interpreta cada año para conseguir un estilo propio, es fruto de la maestría de los chefs de cave de la casa, que ahora preserva la enóloga Julie Cavil. Un vino muy fresco, con frutas rojas, bayas silvestres, envolvente, seductor. PVP: 318 euros.
Sin irse tan lejos, Maite Sánchez busca la identidad de la garnacha peluda de Arrayán, en la DO Méntrida, con un nuevo rosado expresivo y frutal, que va desplegando aromas de frutas como la mora o la frambuesa, muy fresco y capaz de crecer en la botella. Se elabora con prensado directo y en huevo de barro, tratando de preservar sus aromas más atractivos y primarios. PVP: 16 euros.
De garnacha, pero riojana, es Larrosa de Izadi (DOC Rioja), un rosado disfrutón y perfecto para el terraceo que también marca un estilo propio gracias a su elaboración sin adornos, que realza su carácter frutal y su textura a la vez delicada y fresca. Además, tiene un precio que invita a probarlo: 7,90 euros.
Sin salir de Rioja, Lalomba elabora Finca Lalinde, un rosado que ha marcado la identidad de esta bodega boutique propiedad de Ramón Bilbao. En su magnífica añada 2021 marca su carácter floral y mineral, y en la boca es vibrante, afilado, con una acidez que es un plus de placer. Se elabora con garnacha y viura de la finca que le da nombre, en la Sierra de Yerga, y fermenta y se cría cinco meses con sus lías en depósitos de hormigón. PVP: 25 euros.
Foto de apertura: AESOP. Wines© // Unsplash