Presentación de elite
Virtus, los vinos que doman Ribera del Duero
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Caballo y vino, dos pasiones que se entrelazan de manera inconsciente en el imaginario de Íñigo López de la Osa, propietario e impulsor del proyecto Virtus, que apuesta por vinos longevos y largas crianzas en sus versiones tempranillo y albillo mayor, El Sueco y Virtus. Teresa Álvarez
Bodegas Virtus fundamenta sus cimientos en un territorio de cepas centenarias, leñosas y retorcidas, que esperan el momento de dar sus mejores frutos. El sol se pone tras el castillo de Peñafiel como testigo de las grandes uvas de esa tierra dura pero generosa que ofrece lo mejor de sí misma año tras año, convirtiendo el trabajo en vinos eternos.
Conocedora de esta potencia y con la sabiduría de larga vida atendiendo a los vidueños, Paloma Escribano, hija del General de Caballería Mariano Escribano de la Torre, se ocupó personalmente -en otros tiempos donde la mujer no era ni “debía ser” viticultora- de que cada pedazo de su finca consagrara los mejores frutos. Hablamos de 1998. Una verdadera emprendedora que forjó un nombre en la enología con su postura irreverente y revolucionaria. Ya en los orígenes de la denominación, Paloma hablaba de biodinámica, de sostenibilidad y de respeto al entono. ¿Intuición femenina o visionaria? Sin duda, ambas cosas.
El momento presente de Bodegas Virtus
Es en 2012 cuando Escribano decide pasar el testigo a su primogénito, Iñigo López de la Osa, ginecólogo de formación y dedicado a diferentes negocios que le mantenían lejos de Ribera del Duero, entre ellos, los pura sangre de competición, pasión y empresa a la que se entregaba en cuerpo y alma.
Aun así, Íñigo recoge el relevo con toda su energía y pone en marcha diferentes reestructuraciones en la bodega para afinar sus vinos y conseguir llegar a otros mercados más elitistas. Tenia viñedo y tierra, necesitaba hacer una gran marca. Quería hacer un vino inolvidable que pudiese lucir con personalidad en las mejores mesas del mundo. Unas ampliaciones y grandes inversiones en equipo cualificado, tecnología y en el parque de barricas supone un nuevo lanzamiento para Virtus, que se consolida con un total cambio de imagen realizado por Eduardo del Fraile, donde el mundo del caballo se une de manera directa al mundo del vino.
El terruño de Ribera del Duero
No hay vino bueno sin viñedo excepcional. Íñigo, como hijo de viticultora, es conocedor de este mandamiento y busca incorporar las mejores fincas de la zona. Así añade a sus viñedos en propiedad, majuelos de vecinos que asumen la filosofía de respeto medioambiental. Altitud para buscar frescura y viñedos centenarios en Sotillo de la Ribera, Hontoria de Valdearados, Villalvaro, Moradilla de Roa y La Horra, todos ellos en cotas superiores a los 750 metros de altitud.
En cuestión de variedades, tempranillo y ahora también albillo mayor para realizar monovarietales que se microvinifican por separado, parcela por parcela y que posteriormente buscan el perfecto envejecimiento sin prisas, dejando que la madera modele sin molestar. En total, 410 barricas solo de roble francés con un ciclo de vida máximo de cuatro años para unas crianzas que varían entre 12 y 28 largos meses.
Los vinos de Virtus
Así nacen tres gamas que parten de El Sueco como entrada de gama, un nombre que hace mención al origen de Íñigo, nacido en Estocolmo y cuya etiqueta recrea un antiguo caballo balancín, vinculando de nuevo el vino al mundo de la equitación.
Muy cerca su recién nacido, El Sueco blanco, de albillo mayor, su última y más querida apuesta por dignificar esa uva casi olvidada que ahora parece resurgir con fuerza en toda Ribera. Fresco, punzante en su versión joven y maduro con una evolución favorable el destinado a convertirse en vino de guarda.
Por último, Virtus, su gama top, donde la madera juega un papel primordial para dar volumen, terciarios y longevidad al vino.
Una apuesta fuerte que fue presentada en un entorno único y excepcional, Mónaco, con catas sucesivas en lugares emblemáticos de acceso restringido como la degustación que tuvo lugar en el Yacht Club, la cena en el lujoso restaurante The Grill, galardonado con una estrella Michelin, o el encuentro con sus blancos en un almuerzo en la Torre de Control del Automóvil Club Mónaco que se instala cada año para su mítico rally de Fórmula 1, este año en su 90ª edición.