César Serrano

Doña María

Domingo, 19 de Junio de 2022

Esta de hoy es una vieja historia que, como tantas otras, me ha sido narrada por Lucas Riolobos. La de hoy me fue referida en un campo de bolos astures, bajo la majestuosa sombra de un enorme magnolio en Somao. César Serrano

[Img #20694]Allí me había llevado Lucas para contemplar la fantástica y sorprendente arquitectura indiana de una pequeña localidad que se asoma al Cantábrico y al Nalón a través de enormes galerías modernistas.

 

Fue al ver el juego de bolos cuando Lucas Riolobos comenzó a narrarme la vieja historia, una historia, me dijo, que tenía mucho que ver con el juego de bolos que estábamos contemplando y que a él le narró doña María Magistral, una maestra nacida en Colunga, que durante años ejerció su magisterio en Picote de La Sierra.

 

“Doña María iniciaba siempre sus clases con alguna historia fantástica, una de ellas –recuerda– es la historia de un trasgu que durante el día dormía plácidamente junto a sus compañeros de juego en el interior de la caja de bolos de su abuelo, don Celso Magistral, pero que, llegada la noche, y tras rascarse su panza y estirar su adormecido cuello, de un cabezazo abría la caja y comenzaba a realizar toda suerte de travesuras mientras se deslizaba por la casa zumbando como una peonza”.

 

Lo que más le divertía al trasgu, según contaba doña María, era abrir los cuadernos de los niños de la casa y dibujar en sus blancas hojas seres extraños y misteriosos haciendo todo tipo de piruetas, colgados casi siempre de las ramas de algún manzano del que no paraban de mordisquear los tersos y ácidos frutos.

 

También le divertía hurgar en las fresqueras buscando alguno de esos postres tan deliciosos que en casa hacían las abuelas.

 

Parece ser que una vez, al encontrar un buen tarro de natillas, no se le ocurrió otra cosa que embadurnar con ellas la cara de todos los niños de la casa, de tal manera que al despertar por la mañana se preparó un gran concierto de besos: “¡Muá! ¡Muaaá! ¡Requetemuá! ¡Y muá!”, podía escucharse por toda la casa a la vez que iban goloseando las untuosas natillas, y mientras la mamá no podía salir de su asombro ante aquel despertar tan dulce y de tanta algarabía.

 

“Sí –me dijo Lucas– son historias que me llevan a doña María, como también me llevan unas cebollas rellenas de bonito, que era el regalo que le hacía a mi madre cada vez que esta le mandaba una cesta de uvas moscatel”.

 

Abandonamos Somao, no sin percibir la sonrisa de quien nos pareció ser el autor de “Memorias de un gastrónomo incompetente”.

 


 

Cebollas rellenas de bonito

 

Ingredientes

 

  • 6 cebollas medianas
  • 1 rodaja de bonito de 300 g
  • 4 tomates medianos maduros
  • 1 pimiento mediano rojo
  • 3 huevos
  • 3 dientes de ajo
  • 1 hoja de laurel
  • un vaso de vino blanco
  • 30 g de pan rallado
  • pimentón de La Vera
  • agua
  • sal

 

Preparación

 

Comenzamos limpiando y vaciando las cebollas. Lo haremos con cuidado, con una cucharilla de las de mantequilla, dejando siempre las dos últimas capas. Una vez vaciadas las cebollas, con el ajo, la cebolla que hemos extraído, el pimiento, los tomates y una pizca de pimentón, elaboramos a fuego lento un sofrito reducido. Mientras se hace el sofrito, cocemos dos de los huevos.

 

Con la mitad del sofrito, los huevos y el bonito, que habremos picado, elaboramos una farsa que nos servirá para rellenar las cebollas.

 

 

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