Naturalmente

De turismo por Estonia, lugares que ver y donde desconectar

Jueves, 25 de Agosto de 2022

Islas y lagos juegan al escondite entre bosques infinitos. Estonia, pequeña y coqueta, medieval y salvaje, es mucho más que su capital báltica, Tallin. Sencilla de recorrer, provee al viajero de experiencias que conectan directamente con el hábitat natural. Urbana pero también bucólica, aporta una condición de exclusividad y sorpresa en cada rincón. Conocerla es adorarla. Mayte Lapresta. Imágenes: Arcadio Shelk

[Img #20852]La nueva Europa del viejo continente. Posee toda la frescura que le reporta su incorporación al proyecto común en 2004 y las ansias de libertad intactas a tan solo 30 años de su independencia de la Unión Soviética. Una tierra de lagos, islas, rubios cabellos, brillantes ojos azules y tranquila actitud. Con esa naturaleza calmada que hiberna bajo la nieve en la penumbra del inverno del norte para despertar con toda la fuerza en primavera. Días sin noche que activan sabia y sangre al sol. Y Tallin como estrella fulgurante de arquitectura medieval sabiamente mezclada con la belleza de tiempos de zares, la austeridad de una época soviética y el raciocinio de un pueblo donde la practicidad es toda una filosofía de vida. Porque la capital báltica no es flor de un día ni eclipsa la belleza del resto de este pequeño país desconocido. Estonia necesita ser recorrida en toda su extensión, con sosiego, cruzando puentes, abordando ferris, paseando pantanos, pedaleando caminos. Llana y verde, las opciones se multiplican por la facilidad de los trayectos. Y en cada recodo, escondida entre niebla y bosque, una granja que acoge a viajeros como si fuesen amigos.

 

Los paisanos

 

[Img #20853]Con apenas un millón y medio de habitantes, 27 por kilómetro cuadrado, más de la mitad del territorio se halla cubierta de bosque que alterna pino, castaño, roble, serbal o enebro en un paisaje digno de cuento de hadas. Se añade una tercera parte de humedales y pantanos que conforman un horizonte extraterrestre de mullido verdor y agua. Y las islas, la mayoría deshabitadas y en ese Báltico de color indescriptible -azul verdoso oscuro- salpicado de “piedras errantes” como denominan a esos minúsculos islotes que rompen el hieratismo absoluto de una mar sin olas. Un lugar de gentes individualistas, con espíritu libre donde el frío riguroso del invierno y la vida aislada cala en su carácter sobrio y austero, pero lleno de nobleza y autenticidad. “Cada casa se construye donde ya no se vea el humo de su vecino”, afirman. Quizás por ello es uno de los pocos países europeos donde hay wi-fi público en todo el territorio y el acceso a Internet está garantizado por su Constitución.

 

Un país con la sostenibilidad por bandera

 

Podrían parecer rurales y conservadores, pero abrazan conceptos que hoy se respiran en cualquier congreso que presuma de futurista. La sostenibilidad en Estonia es parte de su ADN, su entorno se disfruta con respeto reverencial, no hay restos de un picnic ni necesitan recordar a la población que mantengan limpios sus parques. Silenciosos, gozan de su mundo interior y hacen honor a la frase con la que se identifican: “La palabra es plata, pero el silencio es oro”. Tienen un instinto de supervivencia que les viene de herencia, legado de sus años de ocupación, de su pequeña extensión, y lo convierten en un afán por reciclar y por el máximo aprovechamiento de cada alimento. “Cero desperdicios” reza en la doctrina de muchos de sus restaurantes, algo que con dificultad se encuentra en el primer mundo al que pertenecen. Conviven con naturalidad luteranos y ortodoxos, aunque la mayoría de la población prefiere atribuir mística a los árboles en vez que a los dioses. Gentes de vida interior intensa que se sienten orgullosos de su tierra, de su bandera, con ese azul, blanco y negro que parece reproducir cielo, nieve y bosque, luz y noche, pasado y futuro para crecer como país reivindicando su identidad.

 

[Img #20851]

 

Los pantanos

 

El sol se cuela iluminando como un foco al actor principal una de las lagunas de Kônnu Bog, al suroeste del Parque Natural de Lahemaa. Caminamos siguiendo los pasos de la guía de montes que hace parada en cada recodo para mostrar y probar una flor, una hierba, un fruto. Comerse el bosque para conocerlo en profundidad. Pasarelas de madera atraviesan el pantano para adentrarse en él sin necesidad de raquetas de agua. Senderos llanos y horizontes abiertos rotos, de vez en cuando, por un pino retorcido que nace sobre esa tierra de turba. Quizás una parada para una infusión de enebro en alguna de las torres que, desde su elevación privilegiada, permiten hacerse una idea de la multitud de lagos que nos rodean, alternando pantano con bosques frondosos y praderas verdes. Un baño si el tiempo lo permite en aguas claras cuyos fondos alcanzan en algunos casos los 11 metros de profundidad. Paz, naturaleza virgen y miles de pájaros que agradecen esos cielos limpios con cánticos que acompañan el andar. No en vano el país se considera uno de los mejores destinos de Europa donde avistar un elevado número de distintas especies de aves.

 

Las islas

 

[Img #20850]Se cuentan a miles y son parte de esa idiosincrasia individualista del estonio. Separan creando microsistemas rurales casi deshabitados y absolutamente desconocidos para el viajero. Son lugares de silencio, de brumas vespertinas insospechadas, de caballos en libertad. Un ferry une tierra con la isla de Muhu. En pocos kilómetros tras atravesar ese pedacito de Báltico se encuentra el hotel Padaste, el primero de lujo rural de esta pequeña isla. No existe la contaminación lumínica y sus breves noches de verano se convierten en la delicia de un astrónomo. La tradición arraigada que nadie ha venido a borrar se encuentra en cada rincón. Las cosas se hacen como siempre, como hicieron sus padres y sus abuelos. En la pequeña aldea de Orbu, cruzando el puente que une Muhu con la isla de Saaremaa, una empresa gestionada por mujeres nos ofrece con orgullo siropes de enebro y ruibarbo. Sirven pequeñas cucharadas de cada dulce y de cada salsa. Exquisitas y diferentes. Alrededor, el paisaje que nos acompaña durante todo el trayecto, con sus tejados de paja sobre edificios de madera pintados en colores pastel, su bosque frondoso, la leña recogida que alimentará la sauna, la huerta perfecta y algún característico molino de viento en perfecto estado de conservación. A pocos kilómetros se halla Pilguse Residency, una granja rehabilitada con mimo y abierta hace tan solo dos años en un intento de conservar las tradiciones rurales de Estonia. Entre sus logros, una sauna de humo de esas que solo se encuentran en los museos etnográficos y que ellos mantienen en perfecto uso. Tan solo basta con avisar con anticipación para poder realizar ese ritual curativo de sudor y relajación tan arraigado en estos lares. Los caballos relinchan en la pradera y la luz no parece abandonar nunca las últimas horas del día en un eterno atardecer. A poco más de media hora la pequeña ciudad de Kuressaare reúne encantos con su castillo fortificado del siglo XIV, sus parques, plazas y tiendas de artesanía local. Desde la terraza del restaurante Ku-kuu las vistas son espléndidas. Es el momento de disfrutar de pescados frescos y cerveza local. Dos son las marcas más populares de Estonia, Saku elaborada en la zona de Tallin y A Le Coq, del sur del país. Como en el fútbol, o eres de una o de otra, no hay conciliación posible. Nadie tiene prisa. Huele a lilas recién florecidas, que tiñen de malva las callejuelas donde unos niños toman una limonada con sus bicicletas apoyadas sobre la acera. Vida idílica que muchos estonios retomaron tras la pandemia huyendo de la ciudad.

 

Tallin

 

[Img #20854]Su condición de puerto comercial privilegiado durante la Edad Media y centro neurálgico de la Liga Hanseática hace de esta ciudad un reducto perfectamente conservado cuyo casco histórico se recorre por serpenteantes calles adoquinadas, fachadas de corte alemán e impresionante trazado amurallado. Pero lo más interesante de la ciudad no se contempla, se siente. Porque a la incuestionable belleza arquitectónica del casco viejo se une la vida cotidiana de tiendecillas de artesanía y puestos de flores en la calle Viru. Grupos de turistas ávidos de conocer llenan decenas de rincones gourmet que colman de terrazas la plaza central, donde el edificio del Ayuntamiento cede protagonismo a la farmacia más antigua de Europa. Y Tallin rompe esquemas fuera del centro, en los alrededores de su mercado de Jaama turg, de productos variopintos, desde gastronomía a antigüedades, donde vecinos en compra diaria se entremezclan con jóvenes artistas que acuden a conciertos improvisados. Es el barrio de Kalamaja que, con sus cientos de casas de madera perfectamente conservadas desde el siglo XIX antiguamente habitadas por pescadores, hoy se alza como uno de los lugares más alternativos y hipster de la ciudad. Diseño y enfoque bohemio en la Ciudad Creativa de Telliskivi, todavía en este distrito, donde en cada rincón se puede observar cómo bares y pubs utilizan antiguos tranvía y otros materiales reciclados para su decoración. Queda tiempo para cruzar a Rotermann, una sorpresa de arquitectura industrial del siglo XIX, con característicos muros de piedra caliza, absolutamente reinventado para alojar museos, centros de exposiciones o restaurantes orgánicos. Al otro lado de la ciudad, la sede de Fotografiska se convierte en otro punto de atención artística, con un restaurante en su azotea galardonado con la estrella verde por la Guía Michelin a su cocina sin residuos.

 

[Img #20855]

 

 

La gastronomía en Estonia

 

Los vientos de norte, sur y este han conformado una peculiar y variopinta gastronomía en Estonia. Su condición nórdica les acerca a los ahumados, los arenques, las anguilas y el salmón, los pescados del Báltico o el consumo de alce y oso. Con el vacuno relegado a la producción de lácticos y sus magníficas mantequillas, las influencias alemana y rusa se han ido adaptando a los nuevos requisitos de una gastronomía más delicada. No faltan, sin embargo, tartares y cremas de remolacha, salchichas de cerdo en todos los tipos y formatos, incluso de caza mayor, que sirven con pan negro de centeno francamente exquisito. En cualquier supermercado encuentras sardinas y huevas de salmón o de su trucha asalmonada que tiene gran protagonismo en la cocina local. Patata y cereal, guisantes, frutos rojos y negros que añaden como complemento en salsas o postres, el omnipresente ruibarbo o la zanahoria. En dulce, mazapán pintado creando verdaderas obras de arte reemplaza al chocolate, que no falta tampoco en confiterías como la popular Kalev. Puestos callejeros de repostería sencilla o de zumos con granadas enormes y dulces que mezclan con jugo de naranja. Un plurilingüe país que goza de una cocina nórdico-centroeuropea con toques rusos reconvertida y fusionada por un mundo global, siempre dentro de su corriente ecológica inquebrantable. Un lugar donde la luz de los largos días de verano anima a barbacoas junto a lagos, y las noches eternas del invierno, a los guisos contundentes. En la copa, sus bodegas presumen de vinos elaborados con frutos del bosque o con manzanas que convierten en espumosos. Pero en Estonia, donde la uva no se prodiga, el vino está presente en cada carta y cada mesa, con una perspectiva inter-nacional que recorre el mundo enológico de punta a punta. En el capítulo sin alcohol, Mors y Kali son las versiones de refresco natural más comunes, con aguas de frutos rojos al más puro estilo ruso o de cebada, hecha de pan ligeramente fermentado con sabor agridulce y una efervescencia natural.

 

 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.