Tradición renovada
Mercedes García, la firma femenina de Bodegas Montecillo
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Merche, que es como la llaman todos, es hija de padres sorianos pero nació en Madrid. Los fines de semana y los veranos de su infancia los pasaba en un pueblecito cerca de Atauta, en esa zona oriental de la Ribera del Duero que ahora está en boga y en la que su familia tenía viñedos muy viejos. Luis Vida. Imágenes: Aurora Blanco
“He vivido desde pequeña la viña, la vendimia y la elaboración del vino en casa. Aún antes de saber que iba a ser enóloga tenía claro que me encantaba aquel ambiente festivo: recoger la uva con los primos, saltar encima de los lagos para pisarla… Era algo maravilloso”. Así que Mercedes García se licenció como ingeniera agrónoma, hizo el Máster de Especialización en Viticultura y Enología y empezó a trabajar en distintas bodegas en España y Chile, tras lo que fue fichada por Osborne para trabajar en su gran finca de Malpica de Tajo, en Castilla-La Mancha. La oportunidad de Rioja vino con la jubilación del director técnico de Montecillo. Merche fue la elegida en el proceso de selección e hizo las maletas para venir a su nuevo destino.
¿Cuáles fueron tus primeras impresiones al entrar en una casa riojana tradicional, cuando venías de trabajar en el Nuevo Mundo?
Al llegar me encontré con una bodega centenaria con una tradición impresionante, aunque quizá con un estilo de elaborar distinto al que yo traía, que era de hacer vinos
“de autor” o más modernos, pero me enamoré de esto rápidamente. Me fascinó el paisaje vitícola y me pareció maravillosa la diversidad de los viñedos, las posibilidades que tienes de hacer vinos diferentes, porque una viña que está al lado de la otra no tiene nada que ver con ella. En la primera cata vertical que hice, al poco de llegar, me quedé literalmente alucinada con la vida que tienen estos vinos y sentí que me iba a encontrar a gusto entre estas joyas. Pero también, y por el lado no tan positivo, vi que había un parque de barricas con una media muy alta de edad y con un perfil aromático no muy limpio -con ese “terroir especial” de caballo y demás, que era normal en los vinos pero que para mí no estaba bien- y poco aporte sensorial de la madera.
¿Te parece si vamos al principio de la historia? ¿Nos la cuentas?
Montecillo es la tercera bodega más antigua de La Rioja. Fue fundada en 1870 en Fuenmayor por Celestino Navajas, gracias a una herencia que había recibido su mujer. Pero el gran salto vino después, en torno a 1920, cuando su nieto José Luis –que era el verdadero enólogo de la familia– volvió de estudiar en la Borgoña y trajo técnicas innovadoras. Es cuando la bodega se convierte en un número uno a nivel nacional e internacional y eso les permite adquirir unas fincas maravillosas, como la del Montecillo, que se compró en 1919 y supuso el cambio de nombre para una casa que se llamaba entonces Viuda de Celestino Navajas. Fue también cuando nació Viña Monty como tinto reserva de gama top, con botella borgoñona y un nombre en espanglish que al final fue muy acertado.
¿Y cómo fue la entrada de Grupo Osborne en el proyecto?
José Luis era una persona realmente trabajadora, concienzuda, que amaba su tierra y su pueblo, pero no tuvo descendencia y aunque adoptó a una hija, ésta no quiso seguir con la tradición vitivinícola familiar. Así que buscó alguien que pudiera continuar con un legado que para él había sido su vida. Descartó varios aspirantes que no llegaron a convencerle, pero cuando apareció Osborne, una empresa familiar de larga tradición vitícola creada en 1772, con todo su saber hacer, pues pensó que esta vez sí. En 1973 se cerró el acuerdo por el que Osborne se hizo con la bodega y el viñedo. La primera inversión fue muy potente y se construyó la planta nueva de Navarrete con depósitos para elaborar hasta ocho millones de kilos de uva y un parque de 20 000 barricas. Y en 1975 hicimos la primera vendimia.
¿Teníais viñedo para trabajar tanto volumen?
Tenemos contratos que renovamos anualmente con viticultores del entorno de la bodega –Fuenmayor, Navarrete, Cenicero, Medrano– y también de la zona más alta de la Rioja: Cuzcurrita, Sajazarra… Muchos de ellos llevan 45 años con nosotros, otros son los hijos o los nietos y tienen unas viñas maravillosas, que controlamos como si fueran nuestras y ellos sienten Montecillo como su bodega. Tenemos categorizados todos nuestros viñedos en función de lo que nos pueden dar. Es un trabajo que empecé a hacer desde que llegué en 2008 y hoy tenemos muy claras las viñas que van a crianza, reserva y gran reserva. Y hay una serie de viñedos especiales que tratamos todavía con más mimo para los vinos “de autor” o de alguna manera distintos. En 2017 se lanzaron un blanco fermentado en barrica y un rosado estilo pálido, con diferentes varietales de viñedos más jóvenes, y tenemos también Montecillo Edición Limitada y el gran reserva 22 Barricas. En paralelo, las Grandes Añadas –desde 1926 hasta la última, que es la de 2005– que solo se van a elaborar los años en los que tengamos una fruta con el potencial de estar, al menos, 15 años en bodega. Y, en lo más alto de nuestra gama se encuentra Viña Monty, que relanzamos en 2020 con motivo del 150 aniversario.
¿Qué crees que aportó aquella fusión entra las culturas clásicas de la Rioja y Jerez?
Osborne no deja de ser una multinacional, un barco muy potente que tiene claro adónde va: ser el embajador de la gastronomía española por excelencia. Y eso ha ayudado a que dar el impulso internacional y que el vino se conozca todavía más en el exterior. Son gente muy de sus viñedos, muy de sus vinos, muy de cuidar la tierra, y eso se ha plasmado. Han mantenido y respetado las tradiciones de antaño pero todo se ha cuidado al máximo: la uva que entra, los viñedos que son, la forma de elaborar…
Vuestra imagen de mercado, al menos en mi impresión, ha sido de vinos con más estructura que el promedio de la zona…
Sí. Nuestra gama clásica no son vinos de consumo rápido. Todos pasan tiempos de crianza superiores que los que marca el Consejo, porque creemos que lo demandan: vienen de viñas bastante viejas y sangramos las cubas para conseguir que tengan más estructura, porque donde está todo lo bueno es en el hollejo. En los grandes reservas nos podemos tirar hasta un mes macerando, porque las largas maceraciones van a hacer que nuestros vinos puedan pasar más tiempo en la barrica, porque tienen estructura y tanino de fruta para aguantar.
La última cuestión es más, digamos, de concepto: Rioja ha sido vista internacionalmente como una zona amable, de buenas calidades a precios asequibles, pero quizá a un paso de entrar en la liga de los grandes, como Borgoña, por ejemplo. ¿Cómo se puede cambiar esto y alcanzar la excelencia de los grands crus?
La que formulas no es una pregunta fácil. Rioja tiene una esencia, una singularidad, excepcionales. Y una bodega que tenga un viñedo de 80 años del que haga 10 o 15 barricas de un vino especial no puede cobrar los mismos precios que otra más modesta que hace un vino muy correcto, pero de mayor volumen. Lógicamente, hay que separar las cosas y de ahí vino la calificación de los viñedos singulares, los vinos de zona y de paraje. Esto es algo que tiene cabida dentro de la Denominación, sin ningún lugar a dudas. Rioja es una marca muy potente en sí misma y es perfectamente posible que se paguen 200 € por una botella, pero tenemos que creérnoslo y saber vender bien nuestra imagen. Demostrar, todos a una, que lo que hacemos realmente lo vale.