Más que fiesta
La Ibiza más íntima está en Santa Eulalia del Río

El bullicio queda lejos. Solo se escucha el batir de las olas golpeando sobre las piedras de una pequeña cala recóndita. Existe la otra Ibiza de autenticidad rural, pinares hasta el mar, olor a tierra húmeda. Una isla dentro de la isla que atesora en el pequeño municipio de Santa Eulalia del Río los placeres auténticos y olvidados que hicieron de este territorio un santuario mágico. Mayte Lapresta. Imágenes: Arcadio Shelk
Unos chiquillos corretean descalzos entre las mesas. Sus padres, relajados y ausentes, disfrutan del desayuno saludable que María Marí, propietaria e ideóloga de Can Musón, ha preparado. Huevos de gallinas en libertad, productos ecológicos certificados, zumos detox. “He querido recuperar el espíritu de Ibiza, de la vida sana en el campo, de la tranquilidad y de ese tiempo que pasa despacio”, reconoce esta neorrural que en vez de jubilarse volvió a la finca payesa de su familia para cultivar la tierra de manera sostenible y orgánica e incorporar animales autóctonos cerrando el ciclo natural. Los rayos de sol se filtran bajo la higuera enorme mientras una niña de rubios cabellos alimenta a los burros. El Mediterráneo queda al fondo y las noches de fiesta, en otro mundo paralelo; prácticamente no se tocan. Relajación, meditación, comidas familiares, paseos, baños tranquilos en aguas transparentes. La vida del municipio de Santa Eulalia del Río reconcilia payeses, hippies, deportistas, jubilados, niños y padres en una especie de comunión perfecta. Quizás sea la magia tranquila que se respira, se huele, se siente en calas recónditas sobre las que se desbordan pinares, los mismos que tapizan montes y colinas rodeando blancas villas que asoman, tímidamente, entre esa verde alfombra de intimidad absoluta. Casas de campo agrícolas que mantienen su identidad intacta, evitando el contagio de la Ibiza de noches eternas y música sin fin. Sorprendente paz y tradición resguardada, paisaje bellamente mantenido echando un pulso ganador a la demanda voraz del turismo.
La Ibiza tranquila de siempre
Daniel Torres lleva toda la vida faenando en su pequeño llaüt, esa embarcación histórica que algunos románticos conservan a pesar de significar un gasto superior y una conservación compleja. Todo el pescado que captura con sus redes, extendidas en el contorno de la isla de Tagomago, se entrega puntualmente cada mañana al restaurante El Bigotes. No es un más que un pequeño chamizo en cala Mastella, al borde del agua y con escasas mesas donde se sirve bullit de peix como plato único pero su libro de reservas ya señala enormes listas de espera. El caldero humea sobre el fuego, un perol donde se saltea un sofrito de cebolla con pimientos al que añadirán patatas, ajo y pescado de roca troceado, antiguamente elaborado con descartes y hoy adaptado a gustos más fáciles. “Ahora usamos san pedro, mero, dentón, lenguado y cabracho, aquí conocido como rotja”, nos explica Lali Ferrer, propietaria del cercano restaurante Pou des Lleó, también especializado en este plato estrella. A fuego lento se cuaja un arroz caldoso y en el segundo vuelco se sirve el pescado. Un guiso tradicional que seduce por su autenticidad más que por su valor culinario. El patio trasero, conocido como el jardín, está repleto de comensales que esperan pacientemente la correcta consecución de una receta de gente humilde. No hay prisa. Antes unas buenas gambas rojas y un calamar salteado para ir abriendo boca.
Tan rurales y verdaderos son estos recónditos templos del comer como el que regenta Toni Marí desde hace 50 años. Medio siglo reproduciendo cada día con exactitud el mismo menú. Su arrós de matances es mítico en la zona. Can Pagés se inauguró en el 72 y poco ha cambiado en todo este tiempo. Son ahora sus hijas Lucía y Concha las que regentan esta casa de comidas. ¿Quién hubiese podido imaginar que su isla podría ser lo que es hoy y que sus terrenos (insobornables ante cualquier oferta) serían codiciados por el mercado inmobiliario más lujoso del planeta? Da igual. Ellos siguen haciendo las cosas como siempre. Sencillas, honestas, bien.
De vinos y fusión gastronómica
David Lorenzo es gallego, pero ahora no cambiaría su vida en la isla por nada del mundo. Dirige el departamento técnico de Bodegas Ibizkus donde tutela tres marcas que representan la pluralidad de posibilidades de estos terruños. “En este medio millar de kilómetros cuadrados hay una espectacular variedad de suelos. Compramos a más de 60 agricultores de toda Ibiza e intentamos recuperar las uvas locales más características, como la malvasía y la monastrell. Hay cepas en pie franco valiosísimas que no pueden perderse”, relata mientras catamos sus gamas, desde los más sencillos Can Bassò a la colección Totem: “Todo tiene una autenticidad rotunda. Algunos de los viticultores son muy mayores y contemplan satisfechos cómo cuidamos sus tierras, nos sorprenden con afirmaciones como las de no haber bebido ni un vaso de agua en la vida ni conocer el mar”, apunta sonriendo. En la copa, cierta tipicidad difícil de encasillar, pero con una ligereza deliciosa. Son los rosados los que triunfan, los que primero han conquistado, pero los tintos y los blancos son valores en alza que juegan a la perfección con esta cocina de hortalizas, porc negre y pescados. Los sirven en casi todos los restaurantes de la isla, aunque su limitada producción no permite demasiado juego, así que las cartas incluyen otras referencias de medio mundo. Eso ocurre en el maridaje de La’ Era donde el chef extremeño Samuel Galdón sorprende en un menú degustación con la materia prima cercana como protagonista. “Vine para cuatro meses y llevo 10 años. Tras trabajar en Destino (en la otra cara de lbiza) vi este lugar y me enamoré de la sensación de placidez que transmite. Y aquí trabajo con mis dos hermanos”, narra el chef. “Cocinamos la tierra y el mar, sabores muy reconocibles. En especial el atún capturado con anzuelo, increíble y delicioso, y la verdura, que tan bien se da”, indica señalando el propio huerto lleno de berenjenas y tomates que bordea la finca Can Toni Xumen, agroturismo de lujo donde acogen su cocina.
De más lejos llegó Omar Malpartida a la costa de Santa Eulalia. Y ascendió al cielo del lujoso cinco estrellas Aguas de Ibiza (en el puerto deportivo) con su concepto transgresor y exquisito Maymanta. Tras su aventura madrileña, el chef peruano lleva ya más de dos años enamorado y enamorando en la Pitiusa. Y ha conseguido hilar fino Amazonía con Mediterráneo en unos platos impecables e inolvidables, pensados para compartir, con lazo visible entre los ingredientes de aquí y de allá. La heroína de la historia, una pieza entera de pescado local que se muestra al comensal y se convierte en cuatro elaboraciones diferentes, desde ceviche a fritura o la cabeza crujiente braseada con una salsa de anticucho.
Majestuoso desenfado
Hay tres puertas que se deben cruzar si se toma la sabia decisión de invertir tiempo de vida en un lugar como Santa Eulalia. La primera e indispensable, el Mercado de las Dalias, todo un ejemplo de convivencia hermosa con la cultura hippie que aterrizó en la isla allá por los años 60. Fue el padre de Pitu Marí Garrido el que reunió a pequeños artesanos locales en un mercadillo de domingo. Lo que era un entorno de compra se convirtió en punto de encuentro social, cultural, musical y, cómo no, gastronómico. Porque en este mercado se come muy bien, ya sea en sus pequeños puestos o en su restaurante mientras contemplas, estupefacto, la diversidad de público que desfila ante tus ojos. Del domingo pasó a prolongar la experiencia a los lunes y los martes en su versión nocturna, y llegó a los miércoles en su fiesta “namasté” que deja el yoga de lado para volcarse en la diversión y la música electrónica en un ambiente más familiar y distendido del que se presupone.
El segundo indispensable del municipio es el alojamiento perfecto, ese que reúne todas las virtudes que a través de estas palabras hemos querido trasmitir. Remanso de paz, lujo bien entendido, momento familiar, almuerzos largos bajo una sombra… Las 13 hectáreas de la finca Atzaró son un verdadero homenaje a la Ibiza natural, de líneas puras blancas, encalados perfectos y jardines frondosos de especies autóctonas en absoluta armonía con el entorno. Al fondo, un huerto orgánico que abastece los restaurantes, espectacular, visitable, convertido en el parque temático del horticultor. Glamour en sus piscinas, cocina mediterránea en sus platos, atardeceres y cócteles, bienestar y holística. Una sabia combinación de placeres mundanos y divinos.
La última nota por tocar es el capricho romántico de una cena bajo la luz de la luna. Cala Llonga guarda un secreto para despedir Santa Eulalia como merece. Luz tenue y terrazas que se descuelgan conformando una ladera brillante entre la espesura del bosque mediterráneo. No podían haber encontrado un lugar más bello para ubicar Amante, un restaurante en pleno acantilado que desciende hasta la recóndita playa. Cenar bajo las estrellas y sobre las olas… ¿se puede pedir más?