Fino de ida y vuelta
Tío Pepe Estrella de los Mares, el fino que rememora un viaje alucinante
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El tercero de la colección de vinos “de ida y vuelta” de González Byass es el vino emblemático de la casa, un Tío Pepe que ha pasado casi un año dando la vuelta al mundo y que conmemora el fin de la primera circunnavegación de la historia, hace ya 500 años. Raquel Pardo
“El lunes 8 de septiembre largamos el ancla cerca del muelle de Sevilla, y descargamos toda nuestra artillería. El martes bajamos todos a tierra en camisa y a pie descalzo, con un cirio en la mano, para visitar la iglesia de Nuestra Señora de la Victoria y de la Santa María la Antigua, como lo habíamos prometido hacer en los momentos de angustia”, relata el cronista de la expedición de Magallanes y Elcano, Antonio de Pigafetta. En la serie de Simon West “Sin Límites”, acerca de esta, la primera vuelta al mundo, su personaje dice, nada más tomar tierra: “Hemos descubierto el mundo”. Era 1522 y los 18 supervivientes de la travesía de 90 000 kilómetros, la mayor hazaña marítima de la historia, arribaban al puerto de Sevilla en la Victoria, la única nave que pudo completar el viaje. Su aspecto era cansado y salvaje; su piel, tostada por el sol y curtida por el viento y el salitre. Los marineros volvían a casa mucho más experimentados, más duros, con varios años de más sobre sus cabezas. Y quizá, ignorantes de que volvían de un viaje que cambiaba el mundo para siempre.
Habían partido de la ciudad del Guadalquivir el 10 de agosto de 1519 un total de 239 marineros y cinco naves, dispuestas a encontrar especias siguiendo una ruta hacia occidente y cuya duración, se preveía, iba a durar dos años. Nadie imaginaba entonces lo que aguardaba, entre motines, enfermedades, robos, deserciones y la muerte de Magallanes a manos de los indígenas, a la tripulación de la expedición, que este año cumple 500 desde que hizo historia por haber descubierto que el mundo, efectivamente, es redondo.
Más presupuesto en vino que en armamento
Antes de partir en el viaje, la expedición se aprovisionó de víveres, armamento y vino. De hecho, los documentos que se conservan en el Archivo General de Indias de Sevilla indican que se cargaron 590 000 maravedíes de vino de Jerez para el viaje, 508 botas de vino. Se invirtió más en vino que en armamento, una decisión que, mirada con la perspectiva actual, parece una inteligente jugada geopolítica en pro de la convivencia pacífica. Aunque lo cierto es que el vino, más allá de un papel confortante para la tripulación, también actuaba como agente sanitario, en trayectos en los que la calidad del agua a bordo era, por decirlo de algún modo, deficiente. El alcohol del vino, entonces, salvaba vidas.
El quinto centenario del final de la vuelta al mundo que realizaron Magallanes y Elcano ha servido de escenario para que González Byass haya embarcado dos medias botas de Tío Pepe en el buque escuela de la Armada Española Juan Sebastián Elcano (nombre del marino español que fue elegido capitán de la Victoria tras la muerte del navegante portugués) entre febrero y agosto de este año. El viaje, que ha recalado en varias ciudades españolas y algunas del Caribe o América del Sur, ha servido para crear un Tío Pepe de ida y vuelta, un vino de los que históricamente se conocían como “mareados”, y que debido a las condiciones del periplo, los cambios de temperatura y las condiciones cambiantes de alta mar y de los distintos puertos donde recalan, se convertían en vinos cuyas condiciones se podían equiparar a las de los marineros que les acompañaban en los barcos: más duros, con la piel más oscura, con años de más, pero también más sabios y experimentados. El archivo documental de González Byass conserva partidas en las que se ve cómo el valor de estos vinos subía, y el presidente de la bodega, Mauricio González-Gordon, recuerda el dicho popular que rezaba: “El buen vino de Jerez, si al partir valía cinco, mareado vale diez”.
Un Tío Pepe marinero y curtido por las olas
Este Tío Pepe, que la bodega acaba de presentar en sociedad en la sede del Archivo General de Indias de Sevilla, lleva el nombre de Estrella de Los Mares, un apelativo marinero que hace referencia a esa luminaria que guía a los navegantes y, al tiempo, a la Virgen del Carmen, patrona de los marineros. Las botas que viajaron en el buque escuela las ha seleccionado, entre las 20 000 que componen las existencias de Tío Pepe, Antonio Flores, enólogo de la bodega, que rebuscó hasta dar con aquellas con vinos potentes y una estructura robusta, capaz de soportar las inclemencias de una navegación marítima. Las medias botas en las que viajó el líquido, velo de flor incluido, se construyeron a propósito para el viaje, lo mismo que el sistema para sujetarlas en cubierta, ya que se colocaron en el pañol de proa del buque y las botas no debían impedir el acceso en caso de necesitar velas de repuesto, que se guardan en ese lugar. Este espacio, el pañol de proa, tuvo sus momentos de fama en 2014 al descubrir ahí la Guardia Civil 127 kilos de cocaína, supuestamente embarcada por alguien de la tripulación en el puerto colombiano de Cartagena de Indias.
Vinos navegantes
Más allá de episodios oscuros, Tío Pepe Estrella de Los Mares es, como explica Flores, “el hermano mayor” del emblemático fino de la casa, una “evolución viajera” que, debido al vaivén de la navegación y al hecho de haber sido embarcado con su velo de flor, ha tenido unos meses de “crianza biológica sumergida”, ya que las levaduras, con el oleaje, se han hundido, provocando que haya habido más cantidad de vino que ha entrado en contacto con la flor, acelerando así el proceso de crianza y acentuando la sensación punzante que tiene Estrella de los Mares respecto a su hermano Tío Pepe “tradicional”. Eso, unido a los cambios de temperatura y humedad, que han provocado, a su paso por el Caribe, una evaporación mayor de la que tendrían las botas si estuvieran en Jerez, ha ido concentrando el vino y conformado un fino singular y desafiante, potente, estructurado, tremendamente seco y con sensación tánica en la boca, debido a que el vino, en condiciones de alta mar, ha extraído componentes de la madera, algo que, en el caso de los finos jerezanos, no es habitual. “Es un beso de sal robado a nuestras bocas”, resume Flores. El enólogo dirigió la cata de presentación del Estrella de los Mares junto al Tío Pepe de siempre y sus otros dos hermanos navegantes, el XC Palo Cortado, embarcado en el Elcano en 2020, en una vuelta al mundo que, coincidiendo con la pandemia, mantuvo a la tripulación en el buque sin salir durante 11 meses; y el Amontillado Viña AB Estrella de los Mares, embarcado en agosto de 2020. El primero se muestra intenso, con notas tostadas y punzante, de toffee y crema tostada, con una atractiva textura terrosa fruto de su evolución viajera, amplio, sápido. El amontillado enseña aromas de frutos secos y ligeros tostados y notas de pan, es salino en la boca, muy seco, punzante, singular. El círculo se completa; Tío Pepe, el jerez más viajero, puede lucir en su etiqueta aquello de “Primus circumdedisti me”, “fuiste el primero en darme la vuelta”, la inscripción que lleva el escudo que Carlos I concedió a Elcano tras completar la mayor aventura marítima de la historia.
El Archivo de Indias, memoria de un pasado explorador
El escenario de la presentación del Tío Pepe Estrella de los Mares fue el Archivo General de Indias, un edificio del siglo XVI que en sus orígenes, relata su directora, Esther Cruces, fue la Lonja de Mercaderes, un lugar donde desarrollar la actividad mercantil, para “tratos y contratos”, esto es, para cerrar negocios y documentarlos. El Archivo General de Indias se creó en 1785 por orden de Carlos III y supuso, cuenta Cruces, un hito histórico en Europa. Se puso en marcha exclusivamente para reunir toda la documentación que los distintos organismos y administraciones de la Corona habían utilizado y emitido para gestionar el gobierno de las Indias, que incluían territorios en el Pacífico o América del Norte. Es un “archivo de archivos” administrativos que alberga nueve kilómetros de documentos, entre ellos, los que dan fe del cargamento de víveres de la expedición de Magallanes y Elcano. El edificio fue diseñado por el arquitecto real, Juan de Herrera, conocido por ser el autor del Monasterio de El Escorial (Madrid) y se terminó de construir en 1646. Como encargados de sus obras estuvieron otros arquitectos como Juan de Minjares, Alonso de Vandelvira y Miguel de Zumárraga.