César Serrano

Tacones rotos

Domingo, 22 de Enero de 2023

La cara de Celia Montijo aparecía serena. Tenía la luz que siempre la acompañó, una luz que parecía filtrada a través de papel cebolla, una luz tenue y frágil. Los ojitos es como si se hubieran ido con ella, y permanecían escondidos bajo unos párpados de seda. César Serrano

En su boca aún se escribía una sonrisa. El pelo, de lunas blancas, aparecía suelto con algún enredo que se resistía al suave cepillo con el que Juan Corrales Montijo trataba de dibujar su peinado de siempre: el cabello suelto, rebelde, a la altura de los hombros, sobre la cara, un cabello que bailaba cuando ella bailaba. – ¡Ay, Celita, Celita! ¡Cuántos pasos, cuánto baile te tuviste que guardar! Gracias por regalármelos todos, desde el amor, desde el dolor de tu alma rota.

 

[Img #21453]"Cuéntame otra vez el día que Enrique el Cojo te invitó a bailar por alegrías en La Venta del Estero, junto a él y en presencia del Farruco, el viejo, y de la gran Matilde Coral. Dime cómo fue aquella noche, dónde hiciste nacer el viento con el vuelo de los faralaes de tu vestido; de cómo bajo tus pies crecían las tormentas, de cómo con tus brazos reescribías la poesía de la mismísima Princesa Wallada".

 

"Dime cómo es el silencio de los teatros, que callan cuando tus pies lloran, ríen, truenan. Háblame de la luz de los escenarios, en los que bailaban las sombra al compás de tu corazón de fuego".

 

"Te vestiré con el traje con el que bailaste en el Avenida de Mayo de Buenos Aires ¿recuerdas? Sí, el Avenida en pie aplaudiendo tu baile mientras una lluvia de flores de ceibo caían sobre el escenario. Después, lo que siempre me dijiste, el amor equivocado, que llegaría aquella noche tras sentir las susurrantes palabras al compás del lamento estremecido de un bandoneón".

 

"Cuántas veces me has dicho que el amor es devastador hasta lo siniestro, hasta arrojarte al frío de las noches largas de espera. Y ahí, en la derrota, el monstruo babeante con olor a humo y fernet, a Zazil, aquella colonia que, decías, la habían creado en los burdeles del Palermo viejo y que siempre te traía náuseas".

 

 

"Tienes los pies fríos, te pondré las medias rojas de licra, las que te compraste a nuestro regreso a Madrid en Antonio Espina. Aún recuerdo la emoción de don Antonio cuando te vio entrar de nuevo por aquella puerta giratoria que daba paso al gran espectáculo de tules, sedas, algodones finísimos, gasas, trajes de baile, sombreros alados, trajes de torero de grana y oro... Recuerdo también el aroma de un chocolate que parecía abrasarme las entrañas, y que acompañamos con crujientes churros".

 

"¿Pero… recuerdas, mamá? ¿Recuerdas el día que el monstruo descubrió que me gustaba caminar, bailar con tus zapatos? ¿Recuerdas cómo me zarandeó hasta arrancármelos de mis pies de niño, para arrojarlos por el ventanal que se abría al Parque Centenario de Buenos Aires mientras te gritaba que no quería en su casa ni locas ni chongos? Después, aquel portazo, y con él, una bofetada de fernet. De inmediato, un ruido que sonaba a maderas viejas, gritos. Salimos a la galería comunal y abajo en el zaguán estaba él, convulso, muriéndose. Gritabas, mamá, pidiendo ayuda, yo, sin decir nada, sin sentir nada. Abrí la puerta y busqué los zapatos, tus zapatos, mis zapatos".

 


 

Churros

 

Ingredientes

 

- 300 ml de agua

 

- 300 g de harina

 

- 1 cucharadita de sal

 

- aceite para freír (oliva o girasol)

 

Preparación

 

Poner agua en un cazo y llevar a ebullición. Retirar del fuego y añadir la harina tamizada y la sal, y mezclar con energía hasta formar una bola. Llevar la masa a una manga pastelera con boquilla estriada e ir presionando la manga para formar los churros. Al lado, disponer un bol con agua y cuando se vaya a "cortar" el churro de la manga mojar los dedos, algo que ayudará a que la masa no se nos pegue. Freír en abundante aceite caliente en tandas pequeñas para evitar que se peguen unos a otros. Retirar cuando estén dorados.

 

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