El orden de los factores
Estaba yo de cata, sarao de presentación, de un nuevo vino con pretensiones. Tintos bastante buenos, de fresqueo complejo, fluidos y equilibrados. Santiago Rivas
Todo fenomenal, hasta que llegó el momento de preguntar el precio. Yo, cuando cato un vino del que desconozco lo que cuesta, siempre juego a intentar adivinarlo. Eran dos vinos de una bodega de prestigio iniciado, por lo que me supuse que el básico rondaba los 30 euros y el caro, alrededor de los 50 euros.
Pues resultó que me quedé algo lejos, ya que la responsable comercial al respondernos indicó que el barato eran unos 60 euros y el top de gama, 150 euros. Doble y triple de lo que había imaginado: yo creo que es la primera vez que me quedo tan lejos.
Una vez superada la sorpresa, la velada continuó alegremente y se sirvió un pequeño cóctel en el que los asistentes pudimos comentar la jugada, todos coincidíamos en la calidad de los vinos, pero veíamos el precio algo elevado. En estas, se me acerca la responsable comercial de la bodega, con la tengo cierta amistad, para saber mi parecer sobre los vinos. Yo en estos trances no me suelo enredar mucho, ya que en la mayoría de las ocasiones la bodega realmente no quiere conocer tu opinión, sino confirmar la suya; pero en este caso, al haber buena sintonía, le casqué lo que realmente pensaba: me habían gustado, pero me parecían "algo caros".
Ella me animó a que me explicara, ya que le parecía demasiado arbitraria mi contestación, y lo hice: si bebo un vino del que se me ocurren más de 10 referencias similares más económicas, es que es caro. Este parecer nace de un componente subjetivo basado en mi percepción de la calidad, pero su aplicación es de lo más objetiva al estar basada en el método comparativo (el mismo que utiliza un tasador inmobiliario para dar con el valor hipotecario de una vivienda).
Vamos, que tampoco aplico magia negra en mi criterio.
Ella me apeló a que le dijera esas 10 bodegas que hacían referencias similares a la mitad, o un tercio, de sus precios. Me animé, creo, en exceso, y le acabé diciendo 20. Algo abrumada, tomó nota de todas y seguimos la fiesta en la mayor de las armonías.
A los 10 días me acabó llamando para invitarme a una cata de todos esos vinos, que yo le había señalado, y los suyos.
Para mí tuvieron el fallo de no haberse planteado ese ejercicio con anterioridad, pero lo importante es que lo acabaran haciendo. Podía haber hecho caso omiso a mi comentario y seguir con su vida, pero no, decidió aprender a través del empirismo escéptico. El resultado de la cata, con sus sorpresas y discrepancias, vino a confirmar mi opinión: ellos no están tan de acuerdo y obviamente no van a tocar los precios de los vinos, pero les aplaudo la curiosidad.
Aun así, la moraleja es la siguiente: si os dedicáis a esto del vino, desde la profesión que sea, tened inquietud y haced el esfuerzo de probar todo lo que podáis. Parece obvio, pero sabed que no lo hace tanta gente y puede marcar la diferencia.
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