Triste pérdida
Muere Paco Rodero, fundador de Pago de los Capellanes
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“Nosotros somos vino. Es lo que hacemos y es lo que haremos”. Esta frase de Paco Rodero se me quedó grabada durante una conversación con él para algún reportaje. Rodero, que no era un bodeguero al uso, había “regresado” a Pedrosa de Duero, su pueblo, para volver a echar raíces, esta vez, en forma de vino, del vino de las viñas de su padre, Doroteo. Raquel Pardo
Hoy, la vuelta de Paco a su tierra natal es para siempre, porque Rodero murió el 22 de marzo pasado en Barcelona y era su deseo descansar donde fue feliz de niño acompañando a su padre a la viña.
El bodeguero se despidió rodeado de su familia, con la que, en los últimos 25 años, puso en marcha lo que se convirtió en el centro de su vida: una bodega desde los cimientos, que ha conseguido ser un referente en la Ribera del Duero y cuyos vinos han tenido un sello personal, imprimido por el propio Paco y tamizado por su esposa, Conchita Villa. Ambos formaron un tándem perfecto que hizo crecer Pago de los Capellanes desde aquel majuelo familiar, un inesperado sueño cumplido del bodeguero, que dejó el pueblo para encontrar una vida mejor en Barcelona, y a él volvió desde la gran ciudad para vivir esa vida mejor con la que soñaba.
Entretanto, construyó una marca con base en la elegancia que siempre lo acompañó: era un tipo castellano, prudente, con un punto de timidez, observador, y supo imprimir en sus vinos, primero de la mano del enólogo Paco Casas y después junto a Pepe Hidalgo, ese aire de distinción que, intuyo, a él le parecía irrenunciable: como máximos exponentes de esa filosofía nacerían El Picón de Capellanes, uno de los tintos de referencia de la nueva Ribera del Duero, y Parcela El Nogal, fruto de una interesante iniciativa en la que se injertaron yemas de El Picón.
Después llegaron Valdeorras y el primer blanco de la familia, O Luar do Sil, y de nuevo, en 2020, vuelta a las raíces, esta vez, a Fuentenebro, al sur de la Ribera, a un antiguo enclave minero donde hoy se cultivan viñedos casi en boutique y donde la altitud y el suelo marcan el perfil de unos vinos más finos y frescos. De nuevo, el recuerdo de la juventud, y la búsqueda de la elegancia, marcaron el rumbo de Rodero y su familia.
Y así, con una bodega que se ha convertido en un grupo, y la satisfacción de ver el proyecto marchar viento en popa, Rodero fue dejando el testigo a su hija, Estefanía, quien pasó a ser la cara visible de Pago de los Capellanes. Ella, hoy destrozada porque despide a su padre, al abuelo de sus hijos y a su mentor en el mundo del vino, pasa momentos duros mientras confiesa que la familia está emocionada por las muestras de cariño hacia Paco Rodero que están recibiendo: “Es una figura y una persona irrepetible, de verdad”, comenta. Y lo hace en presente porque así es como permanecen en el recuerdo las personas irrepetibles como Paco Rodero.
El sector lo ha despedido desde las redes y las cabeceras de las publicaciones con mucho cariño, recordando, ante todo, su calidad como persona. Rodero deja huella, pero, sobre todo, deja una trayectoria en el vino que ha sido elegante, impecable, como la persona que fue.