"Tras 25 años como actor, cuando estreno pienso que es como el principio"
Carmelo Gómez
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Posiblemente Carmelo Gómez se apreste a vivir uno de sus momentos profesionales más hermosos cuando acaba de cumplir los 50 años. Estos redondos aniversarios coinciden con el estreno de "Silencio en la nieve", de Gerardo Herrero. Pedro Javier Díaz Cano
El campechano de Carmelo se ha ganado siempre la confianza de los directores con los que ha trabajado, empezando por Imanol Uribe, con el que repitió en La carta esférica (2007), y terminando con el propio Gerardo Herrero, junto al cual antes había rodado Territorio comanche (1997), ambas películas basadas en las novelas homónimas de Arturo Pérez Reverte. Ahora con quien ha repetido es con Herrero, rodando Silencio en la nieve en escenarios naturales de crudo invierno en Lituania, pues se trata de un thriller centrado en la División Azul, el batallón de voluntarios españoles que en 1943 Franco mandó a combatir al frente ruso contra el Ejército Rojo en apoyo a la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
SOBREMESA: Una de las aportaciones de Silencio en la nieve es que hasta ahora no había ninguna película ni española ni europea acerca de la División Azul.
CARMELO GÓMEZ: Sí, y es una pena porque, de una manera o de otra, fue una gesta de unos tipos que fueron allí con una ideología determinada, pero con unas condiciones muy especiales. Muchos se pasaron al enemigo; otros fueron a salvar el mundo de la amenaza comunista; y otros se alistaron sencillamente para poder comer, porque nosotros acabábamos de salir de la Guerra Civil. Casi todos fueron engañados porque cuando llegaron allí se encontraron con la cruda realidad: no se podían pasar al enemigo, la nieve les llegaba hasta el cuello, morían de frío en las guardias y, de hecho, allí perecieron muchos españoles que, según parece, dieron la talla, luchando tanto como los alemanes –o más– en el frente más duro de la contienda.
S.: Mucha gente ignora que muchos de aquellos hombres eran voluntarios forzosos, como el caso del director de cine Luis García Berlanga, que tuvo que alistarse “voluntariamente” para limpiar el expediente de su padre, que era republicano.
C.G.: Exacto. Tras la Guerra Civil, hubo muchas condenas a muerte que se perdonaron a cambio de que hijos voluntarios de los presos políticos fueran al frente ruso. Es decir, de alguna manera la División Azul estaba llena de infiltrados. De hecho, los auténticos ‘camisas azules’ que estaban allí eran muy recelosos de la gran cantidad de gente que podía tener ideología contraria. Hay quien dice que el propio Berlanga estaba deseando encontrar la oportunidad para pasarse al otro lado, al Ejército Rojo. Si eso fuera cierto, que yo no lo sé, es evidente que no era fácil. Y, por otro lado, si lo hubiera hecho se arriesgaba a que mataran a su padre. Ahí estaban todos cogidos de pies y manos y, al final, la mayoría de ellos murieron.
S.: Ya han pasado 25 años de su primera aparición cinematográfica en El viaje a ninguna parte (1986), y en 2012 se cumplen 20 años del film que marcó su espaldarazo, Días contados (1992). Todo ello coincide con su 50 cumpleaños este 2 de enero. ¿Podemos hablar ya de una carrera artística “redonda”?
C.G.: Así dicho parece que es muy contundente todo: 25 y 50 años, es decir, la mitad de mi vida como actor. La verdad es que se me eriza la espalda cuando lo pienso: haber dedicado ya 25 años de mi vida a este oficio y, sin embargo, cada vez que estreno pienso que estoy como al principio; que tengo que demostrarlo todo; que todo está por hacer; que todavía no he hecho la película que tenía que hacer; y que los tiempos están tan difíciles como cuando empezaba, por lo menos para mí. Por otro lado, también es un acicate para decir: puede que tenga todos esos años, pero me siento todavía con ganas y con fuerza para seguir adelante en este asunto.
S.: Tierra (1996), una de sus películas con el director Julio Medem, estaba rodada en los viñedos de la Denominación de Origen de Cariñena (Zaragoza), productora del denominado “vino de las piedras”. ¿Se aficionó a él?
C.G.: Ahora tienen un vino que está bastante bien, porque han mejorado mucho. Cuando estábamos allí rodando, ya estaban poniendo el goteo y estaban cambiando la cepa. Ya empezaron a hacer los viñedos que trepan, con sus alambres, más al estilo francés, porque querían mejorar la uva. Y ahora tienen un vinazo.
S.: El gran público aún le recuerda por el papel de Don Fermín en la versión televisiva de La Regenta, junto a Aitana Sánchez-Gijón. ¿Cómo lo valora?
C.G.: Recuerdo que hice una prueba con el director Fernando Méndez Leite y un día me llamaron para decirme: “si quieres y estás dispuesto, nos atrevemos todos y te enfundas la sotana”. Entonces, ni pensé en el dinero que me iban a dar, es que ni me importaba. Me parecía un reto extraordinario y me puse a ello, a trabajar dura y concienzudamente hasta que saqué ese personaje, que terminó siendo algo que todavía se recuerda.
S.: ¿Le gusta el mundo del vino?
C.G.: Me gusta mucho el vino, lo que pasa es que siempre que voy a un restaurante con alguien que entiende, le dejo que elija, porque no me considero muy entendido. Ahora bien: sé cuándo estoy bebiendo un buen vino y cuándo no… Un vino que sea suave, que tenga cuerpo, siempre lo notas. Cuando es recio y duro, te tira para atrás…
C.G.: Ahora hay vinos buenísimos por todos lados, por salir un poco de los vinos de Rioja o Ribera del Duero, que son las enseñas de los vinos de España. Hay vinos catalanes que son extraordinarios, pero también los hay en mi tierra de León. Cacabelos, por ejemplo, es una zona de vinos extraordinaria. Es un pueblo de la comarca del Bierzo que siempre ha tenido unas bodegas impresionantes, como las que producen los vinos de las franquicias de las casas de comidas ‘Prada a Tope’.
S.: En su pueblo, Sahagún, usted trabajó con su padre en el campo antes de marcharse a estudiar Arte Dramático. ¿Qué labor hacía exactamente?
C.G.: Yo trabajaba con mi padre en las viñas. De hecho, Sahagún siempre ha sido tierra de viñedos, de toda la vida. Mi padre ha podido tener entre ocho o diez mil cepas fácilmente, que son muchas para una explotación familiar, y yo he estado con él arando y podando mucho. Nosotros hacíamos un vino muy duro, pero que mezcla muy bien. Las bodegas de La Rioja nos lo compraban para mezclar, porque es un vino que da mucho color y tiene mucho tanino, y se lo llevaban en camiones cisterna. Luego había también mucha malvasía, que es una uva muy dulce y da mucho grado al vino. A La Rioja se llevaban estos dos tipos de uva.
S.: Su tierra leonesa tiene más fama por la chacinería y por sus legumbres...
C.G.: Por mi tierra se venden muchas clases de alubia blanca, que tiene muchísimas variedades hasta llegar a Asturias, donde ya prima el alubión enorme, las fabes, que con una desayunas. También tenemos fréjol pinto, la alubia marrón, que en León llamamos fréjoles. Para mí es mucho más sabroso que la alubia blanca, más rico, y ese sí que se cultiva mucho por allí y está muy cotizado.
S.: En Silencio en la nieve, su personaje del sargento Espinosa ordena a sus soldados recoger de un lago los caballos congelados para aprovechar su carne. ¿Ha comido alguna vez carne de caballo?
C.G.: Sí. Además, la carne de caballo dicen que tiene más hierro y que es más sana que la de vaca. Concretamente, hace poco la comí en Pamplona. Aquí no hay mucha tradición de comer caballo, excepto en mi tierra de León, en la que se come mucho la cecina. La cecina puede ser de vaca o de caballo, que ya es la fetén. Es más dura, más negra, pero es muchísimo más sabrosa. La cecina de caballo está muy cotizada allí.
S.: Usted es un actor comprometido con la causa del pueblo saharaui. ¿Cómo fue su experiencia en los campos de refugiados en el Sahara?
C.G.: Me sobrecogió ver a la gente tan tirada, tan terriblemente maltratada. Ahora nosotros nos quejamos de una enorme crisis, pero esta gente es apátrida, la han echado de su tierra. Viven ahí gracias a los argelinos, que les dejan estar tirados en la peor y más terrible zona del desierto que tienen. Han sido masacrados por los marroquíes y ahora mismo ellos no quieren volver a un sitio que está tomado por Marruecos. Quieren ir a su país libre, a lo que consideran su tierra libre, que no está reconocida por nadie, ni siquiera por Naciones Unidas, lo que realmente es una vergüenza. Creo que esa gente ya se merece ir a su tierra, que les dejen en paz y que les dejen vivir donde siempre han vivido.