¿Cómo detectar a un "New Winelover"?
Para que los "sobremesers" no se piensen que tengo gerontofobia al hilo de la guía que hice para detectar "original winelovers", ahora vengo con la misma técnica, pero para identificar "new" (pronunciado como "niú") "winelovers". Santiago Rivas
Yo tengo para todos.
Como en la anterior ocasión, voy a comenzar definiéndolos: un new winelover es aquel ser humano que está empezando a consumir vinos de una manera consciente e intelectual, sus elecciones quieren fundamentarse en proyectar una imagen sofisticada de sí mismos.
No hay nada de malo en flipárselo, el problema es que, al tener tan poca trayectoria, caen en la mimetización de los comportamientos de consumidores de más experiencia, buscan atajos de conocimiento, imitan prejuicios que han visto por ahí, sobre todo en Instagram, todo ello con diverso, y siempre divertido, resultado.
Superan por poco los 30 años y su aspecto es de lo más cuidado, aunque variado: los hay con tatuajes, uñas pintadas, pantalones ceñidos y camisetas rotas, pero también con fachalecos y pelazo de peinado cayetano, por no dejar de mencionar a los traperos que no se quitan el chándal ni para una cata en el Ritz. El caso es que transmiten emociones.
Son mitómanos: quizá sea una consecuencia más de la sociedad de consumo en el sentido de que, como las personas podemos convertirnos en productos y marcas, resulta inevitable que surjan adeptos. Son comportamientos que conectan con lo religioso. De hecho, están diciendo todo el rato que este productor o aquel personaje es Dios.
![[Img #21900]](https://sobremesa.es/upload/images/05_2023/5007_new-winelovers.jpg)
Buscan aceptación: en cinco minutos de conversación que tengas con uno de estos son capaces de colarte 34 elaboradores de culto, es una agilidad en la construcción de sintagmas digna de estudio, pueden pasar de comentar un Jura a un Swartland sin utilizar verbos. Son auténticas ametralladoras de etiquetas, todo para que su interlocutor observe que él también controla.
Tienen errores muy graciosos: como la mayoría de su conocimiento no viene por la práctica, aún no han tenido tiempo, si no por la teoría, sueltan perlas. Mi favorita es cuando dicen BurgeRland, refiriéndose a la famosa región vinera austriaca en vez del correcto BurgeNland.
Burgerland King, chavales.
Adoran Barolo sobre todas las cosas: aún no han probado una Nebbiolo mala, su obsesión con el Piamonte es tal que si les pones un tinto para catar a ciegas te van a saltar con que es un Barolo, aunque no cuadre nada, como mi hijo con los puzles metiendo el cuadrado en el triángulo.
Solo que mi hijo sí acaba metiéndolo.
Es muy preguntón: que si guarda o descorcha ya, que si mejor esta añada o la otra, que si Rioja Alta o Alavesa, que si esto es natural o no, que si atlántico o mediterráneo, que si merece la pena gastarse 300 euros en esa botella, que si se puede vivir de esto… que si mi puta madre.
Tienen todos los prejuicios: practican la xenofobia ampelográfica, el determinismo latitudinal y no beben vinos de bodegas-Estado.
O no tienen ninguno: les vale absolutamente todo, palantismo total, son vinófagos, un día pueden flipárselo en una cata vertical de un Loira winelover y al siguiente vacilar de haber estado en un showroom de vinos de supermercado.
Utilizan un léxico, por momentos, hostiable: los vinos no son buenos, para ellos son bonitos, esa persona no es que sepa, es que la toca bien y las referencias de culto no son botellas, son cromos.
Dicho esto, y siendo honesto, aquí debemos taparnos todos que yo vengo de la generación que al champagne lo llama champú.
Pusimos el listón demasiado alto, nos quemamos por ir a tocar el sol.
Nada es para tanto o… todo lo contrario: aquí vuelven a polarizarse, dependiendo que tipo de iniciado quieran ser: ya les puedes invitar a Château Rayas que, antes de probarlo, ya están con el “sobrevalorado” en la boca o bien lo opuesto y celebran beber un sorbo de cualquier cosa como un jugador de la NFL un touchdown en la Superbowl.
Su cultura está especializada: como se han educado en una época en la que han elegido todo el rato todos los contenidos que quieren ver, y solo esos, no saben quién es Kurt Cobain, pero conocen hasta el último detalle de Harry Potter o One Piece. Esto no lo toméis como una crítica. De hecho, este fenómeno hace que sean muy poco cuñados, no suelen hablar de lo que no saben porque, realmente, solo saben de un par de cosas.
Unisex: si el original winelover era eminentemente hombre, aquí para nada; en esto la paridad es total.
Suelen acabar los saraos, salones, congresos o presentaciones con una buena merla: y querrán continuarla, suele ser gente, por su edad, sin muchas responsabilidades y muchas ganas de fiesta; irte con ellos a tomar una cerveza, para refrescar, es acabar en un karaoke a las cuatro de la mañana de un miércoles cantando de manera nada irónica canciones de Julio Iglesias.
Te saltan con cosas rarísimas: desde proponerte hacer una wineparty con pepinos, y mucho MDMA, a obsesionarse con las Gamay de Suiza.
Se piensan que la moda de los vinos naturales la han empezado ellos: sí, sí, acojonante.
No son una gente especialmente tripera: estos tienen clarinete que lo que les ha sacado de casa es beber, quieren que la comida esté rica, como todo el mundo, pero que pásame la carta de vinos.
Tienen Instagram: y lo suben todo, todo el rato, hasta lo que no han descorchado, sí. No haber bebido un vino no les es un gran obstáculo para no frontearlo en redes sociales.
Pues así es la nueva generación que viene, para mí, con sus cosas, mucho mejor que las anteriores.
Hay cantera.
SOBREMESA no comparte necesariamente las opiniones vertidas o firmadas por sus colaboradores.



