Vinoturismo
En estas estaba yo, que un día recibo una llamada con el fin de contratarme para participar en una feria de enoturismo. Me informan de fechas, condiciones y acepto. Para allá que vamos. Santiago Rivas
Un mes antes del evento, recibí otra llamada para explicarme el contexto del congreso, sus participantes, finalidad, objetivos… esas cosas. Mientras íbamos conversando, saqué a colación alguna bodega, o vino, de más a la charla, ya que mi interlocutora, amable y rotunda, me reconvino que esta feria no trataba de vino, sino de enoturismo, lo cual eran conceptos y negocios diferentes. Ante mi relativa sorpresa, contesté que: “mujer, algo tendrán que ver”, pero no cedió en su postura, el enoturismo es turismo, no es vino. Me callé porque no tenía mucha idea del asunto y tampoco era cuestión de cuñadear.
Llegó el día del congreso: todo muy bien montado, gran organización y los asistentes y miembros de la feria muy amables. Pues va y, en la primera charla, aparece una experta en enoturismo chileno que nos explica el modelo de éxito que es su país en este tema, todo muy ameno e interesante; y en el turno de preguntas cogí el micrófono y pregunté ¿Se sabe cómo eligen sus turistas las bodegas que visitar? A lo que ella contestó con suma naturalidad: “Por supuesto; uno de los referentes, al ser nuestros visitantes, en su mayoría, estadounidenses, es el listado de los 100 mejores vinos del mundo de la revista Wine Spectator.”
“Anda, qué curioso”, contesté yo mientras echaba una mirada repleta de regocijo a mi alrededor. O sea, que no importa el vino, pero bien que acuden a una publicación especializada para decidir adónde viajar.
A partir de ahí mi misión (a mí me da por estas cosas) fue poner en valor el prestigio de un vino como elemento fundamental del enoturismo.
Al menos en Chile ya sabíamos que las bodegas que visitar no se seleccionan por tener buenas vistas o un hotel bonito, sin negar que eso puede ayudar; el criterio principal era el que yo tenía por obvio: que el vino tenga el mayor nivel posible. Por eso, además de por otras cuestiones, Vega Sicilia, Screaming Eagle y Romanée Conti no son visitables para civiles o López de Heredia dejó de hacerlo. Tendrían tanta demanda que desnaturalizarían la función de la bodega.
Dicho esto, por supuesto, la gestión enoturística tiene que ver más con la hostelería y sus singularidades, nunca lo negué, pero el reclamo es el líquido.
Y aquí viene mi reflexión: yo creo que aún parte del sector vitivinícola sigue infravalorando al cliente; hay como una idea instalada de que a la gente le da todo igual y que lo que quieren es que se lo pongan fácil, accesible y asequible, y que todo lo demás es secundario. Como si fueran polillas, lo importante es la luz.
En términos enoturísticos, una infraestructura, horarios definidos, una aplicación de reservas y un paisaje, por supuesto, ayudan, pero si Champagne tiene listas de espera para sus visitas es porque el Champagne está muy bueno.
No saben si van a ver castillos o descampados, pero tienen interés en esta bebida.
Todo sin olvidar, una vez más, al iniciado, una estirpe que no suele tener reparos en gastarse dinero en vino, cada uno hasta donde alcance, siendo los suficientes, en todo el mundo, como para arreglarle este tema a todo aquel que elabore referencias de reconocimiento internacional.
Otro detalle es que uno de los países más activos en esta feria fue Portugal; parece ser que es otro caso de éxito en esta materia. Pues bien, no hubo una bodega que no se trajera dos o tres botellas para probar. No es que fuera un salón de vinos, pero pude probar unos 25 vinos portugueses en una tarde.
Y es que el vino, en todo lo que tenga que ver con él, siempre va a ser importante. No cometan el error de ignorarlo o sufrirán la ira winelover.
Imagen de apertura: Bodegas Concha y Toro, por Jorge Fernández Salas en Unsplash
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