ASÍ ÉRAMOS
Cómo se percibía ser vegetariano en 1998: presos de una secta rara

Octubre de 1998: Ser vegetariano siginificaba desequilibrio alimenticio, ser el rarito o el enfermo del grupo y engrosar excéntrica y peligrosa comunidad anuladora de voluntades. Ese era el clima de opinión al que hacía referencia nuestra revista hace cinco lustros a la que es hoy un patrón vital cada vez más extendido. Javier Vicente Caballero
Sea por cuestiones de salud o de conciencia –y las menos veces, por calculado esnobismo o postureo relacionado con dietas y mero adelgazamiento– el vegetarianismo es un hábito que cada día gana más adeptos en todo el mundo (con un batallón cada vez más joven). Sus acólitos suelen hacer proselitismo de sus bondades tratando de ampliar la comunidad verde y sus postulados, en una cruzada fundamentada en la sostenibilidad y el compromiso con los recursos de este sufrido y esquilmado planeta. Según cifras de Statista Global Consumer Survey, una de las más fiables estadísticas en cuanto a hábitos de consumo, India sigue a la cabeza mundial del vegetarianismo con un 33% de su población con un estricto combustible, por razones de fe, de legumbres, frutas, verduras y hortalizas. Le siguen Reino Unido con un 7%, Estados Unidos (5,4%), México (3%) y España (2,4%), porcentaje aún exiguo. Hablamos de un panorama donde tras estrenar el milenio y con los estragos de la pandemia aún en nuestra mente y nuestra anatomía, el vegetarianismo ha ido ganando cuota de mercado.
Pero, ¿qué sucedía al respecto hace exactamente 25 años en España? Como siempre en estas lides, acudimos a nuestra alacena en forma de hemeroteca para revisitar un artículo fechado en octubre de 1998 y titulado “La opción vegetariana”. Lo firmaba Luciano Villar y el entonces director de arte tuvo a bien componer la palabra vegetariana que abría la pieza con un collage donde diferentes productos verdes componían cada letra del vocablo (toda una tendencia de diseño entonces, hoy naif). La entradilla, hoy, podría producir cierto sonrojo y/o debate. “En Occidente, seguir una alimentación vegetariana siempre ha dado una imagen extraña”. En el cuerpo del texto se subrayaba que “siempre ha habido practicantes de este tipo de alimentación. El problema es que hasta hace muy poco los expertos en nutrición los descalificaban abiertamente, advirtiendo seriamente de que ser vegetariano era, sin duda alguna, condenado a estar mal alimentado. Los que lo eran solían ser considerados como excéntricos o ingenuos pertenecientes a alguna secta más o menos exótica. Su actitud desafiaba el sentido común y, a menudo, ser blanco de bromas (…) Aquí todavía es sinónimo de raro y sigue habiendo profesionales de la medicina que la desaconsejan abiertamente, afirmando todavía que no es una dieta satisfactoria a nivel nutritivo”.
El artículo explica colectivos que hoy ya conocemos de sobra, como crudívoros, ovolactovegetarianos, naturistas, higienistas (feligreses del libro La Antidieta, más preocupados del cómo que del qué) frugívoros y veganos, pero a estos últimos se refiere el autor como los que “utilizan exclusivamente productos vegetales sin excepciones. Es más una forma de alimentarse que una filosofía”. También alude al “vegetalismo, que aunque suene parecido y utilice todos los vegetales a excepción de la legumbres, es bastante diferente. Al contrario que los anteriores, da indicaciones sobre el orden adecuado para el consumo de cada uno y la forma de prepararlo" (sic)". Destaca un párrafo entero para los macrobióticos, "que se basan en las enseñanzas del japonés George Oshawa. Clasifican los alimentos según la energía que les atribuyen, distinguiendo entre alimentos yin y yan, que deben tomarse de forma equilibrada para que el cuerpo también lo esté. Establece 10 niveles de dieta. Tiene muchos detractores debido a lo subjetivo de su clasificación y la severidad de la dieta. En la actualidad se adapta de forma muy personal a la gastronomía de cada país, haciéndose más flexible". Con buen criterio, el autor aboga por ir descubriendo "una enorme variedad de productos equilibrados que no suelen consumirse normalmente como los algas, los numerosos y nutritivos derivados de la soja, cereales como la quinoa o derivados de éstos como el seitán, además de toda la gama de productos elaborados, presentados en forma de filetes, escalopines, salchichas, hamburguesas, albóndigas o embutidos para aquellos que de vez en cuando, añoren algo así. En cualquier caso, el abuso de este tipo de productos nos llevaría, en cierta medida, a caer en los mismos errores de una dieta occidental típica con exceso de proteínas", con sus chuletas, sus lomos de atún y esa grasa entreverada tan suculenta como pecaminosa.
Hoy proliferan productos de índole verde, eco y natural en cualesquiera lineales, y los menús vegetarianos o veganos como propuestas alternativas se ofertan tanto en restaurante de vanguardia, en tabernáculos con dos dedos de frente y hasta en vuelos transoceánicos (incluso algunos domésticos). Aquella tribu militante y contestaria, movida por una ideología devenida del hippismo, el orientalismo y un anticapitalismo contestatario con el sistema y la macroproducción es hoy una comunidad sólida, con voz propia, respetada y escuchada, que se ha sacudido trasnochados clichés. Y ha hecho puré a una caterva de supremacistas de la alimentación. Y vienen elecciones. Eso son un buen puñado de votos.