Ciencia del aburrimiento
Estaba yo en una conversación, de estas basadas en tópicos repleta de conceptos manidos, y total, tuve que saltar. Santiago Rivas
Sí, el texto de hoy nació de una sobremesa. Nada puede fallar en el metalenguaje de hoy (no sé si lo pilláis, pero estoy escribiendo de una sobremesa en la revista Sobremesa).
El caso es que estaba yo compartiendo mantel con unos señores mayores (sin acritud, es que lo eran) y una pareja trabajadora por cuenta ajena de un grupo de alimentación. Charlaban de lo sumamente importante que es la educación. Comenzar por beber vinos muy baratos y hasta mezclarlos con refrescos, (esto según su punto de vista) es el inicio natural evolutivo de los que acaban en consumidores iniciados. Más o menos, su esquema es que llevemos a los adolescentes a vendimiar, que con la mayoría de edad (o un poco antes, que tampoco pasa nada) beban kalimotxo, al acabar la universidad ya le darán al vino en lata y con el tiempo, en el que su interés crece, acabarán en vinos interesantes.
Discrepé.
Siempre sospecho de utilizar a los jóvenes valiéndose de la condescendencia para vender vinos horrendos; que sí, que sumarán para hacer industria, pero me parece que la juventud es mera excusa. Sin negar que la evolución vinera descrita exista en alguna medida, no creo que sea, ni mucho menos, el caladero mayoritario de consumidores con pretensiones. Es como si los que acaban en los restaurantes michelinados fueran chavales que ayudaban a hacer rosquillas a sus padres, para pasar a hacer pilpiles mientras preparaban la selectividad y se clavaban menús degustación en la cena de Nochebuena. Que habrá casos, sin duda, pero no romanticemos esto en demasía.
La cantera tanto del winelover como del tripero viene de la confluencia de dos factores: una economía solvente y el aburrimiento. No entendáis como salud financiera tener cientos de miles de euros en el banco, qué va; me refiero simplemente a seres humanos que tienen cierto presupuesto para ocio. Que lo mismo no ahorran, ni les interesa, pero son personas con la suficiente potencia de fuego como para hacerse un Michelin (o similares) de vez en cuando y dejarse tres cifras en vino cada mes.
No he consultado el INE para saber cuántos sujetos han llegado a este estatus, pero os avanzo que los suficientes, dado que en la mayoría de los restaurantes buenos es una odisea reservar y todos los vinos de culto españoles que yo conozco están agotados cada año. Todos.
En España hay 48 millones de personas; sé de la precariedad laboral del personal, pero no podemos negar que hay algunos cientos de miles de compatriotas con esta posibilidad. Por supuesto dentro de ese subconjunto habrá gente con otros intereses a los que no les apasione el alcohol, pero a los que sí ¿Qué pueden hacer? Pues beber vino. Sin formación, sin haber tenido el mayor interés anteriormente, ahora tienes medios y nada más que hacer, dado que en este país socializar, básicamente, es sentarse a beber y comer mientras dices gilipolleces. La cerveza cansa y no te puedes clavar una comida a gintonics, aunque sea por decoro social.
Sí, también existe el cine, el teatro, la literatura, las clases de bachata, la ópera, los deportes de divorciados, los talleres de lectura o improvisación, tocar un instrumento... pero siempre hay tiempo para ir al bar, y más si trabajas en una consultora de mierda doce horas al día. La última de Marvel ya la veré en Disney+ y ponte un tinto de fresqueo.
El 70% de la gente que conozco se inició así; dejaos ya de tanta hostia con la teoría de la trayectoria evolutiva a través de vinos metralla. Y os digo que va a ir a más, ya que no se nos ocurre, porque puede que no haya, nada mejor que hacer.
Es que encima funciona, el vino hace una vida mucho más divertida.
Ale, aquí os dejo la ecuación de la felicidad del primer mundo:
Ingresos suficientes + aburrimiento/ vino = diversión
Y a esperar el meteorito con una Zalto en la mano.
Imagen de Kelsey Chance // Unsplash
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