"Cualquier pescado regado con una sidra asturiana es una bendición"
Gonzalo de Castro
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Fan de la gastronomía. Exquisito gourmet y melómano, este seguidor de los sabores asturianos encarna sobre las tablas a un marido que ejercita el adulterio entre copas de vino y cenas suculentas, unos placeres que admite como el mejor aperitivo para el sexo. Pedro Javier Díaz-Cano
Como los buenos vinos que mejoran con el tiempo. Así puede resumirse el estado de gracia interpretativo que atraviesa Gonzalo de Castro (Madrid, 1963), cuando acaba de cumplir 50 años de edad. Sin embargo, lejos de sentir la crisis propia de esa etapa de la existencia, y tras haber conocido las mieles del éxito televisivo, ahora triunfa sobre los escenarios madrileños encarnando a Manu en la obra Deseo, un texto del también galardonado Miguel del Arco, dirigido por el propio dramaturgo.
En Deseo, que más que una comedia clásica es una moderna tragicomedia, el gran Gonzalo de Castro (su nombre ya denota cierta aristocracia interpretativa, que no de cuna) comparte cartel con Luis Merlo, Emma Suárez y la actriz sevillana Belén López, desencadenante de la pulsión sexual a la que alude el título. Con una capacidad increíble para pasar de lo cómico a lo dramático en un parpadeo, este amante de la gastronomía, de los vinos y de la sidra asegura haber disfrutado dando vida a un personaje al cual califica como de “malo, pero no maligno”, ya que, según aduce, su forma de actuar está ocasionada por el hecho de llevar una vida equivocada. Al final de la obra, Manu y su esposa Ana (el personaje de Emma Suárez) se dicen mutuamente: “Tenemos que hablar, tenemos que hablar”. Nosotros lo hacemos en el Teatro Cofidis Alcázar justo antes de una función.
SOBREMESA: En Deseo su personaje lleva una doble vida de adúltero… ¿Tiene que dejarse la piel en cada representación?
GONZALO DE CASTRO: Sí, por eso me subí al barco en cuanto hube leído el texto; sobre todo, porque se trata de un tipo que tiene que hacer malabares con el lenguaje y con la vida, con la verdad y la mentira, para que no se le note que en el fondo es un cretino. Es un texto que no tiene desperdicio, pero para todos, para los cuatro actores que representamos esta función. Cada uno tenemos un pedazo de carne que defender y para mí es muy grato compartir escena con ellos todos los días. Sabes que sales al escenario para sufrir un poquito, pero es una maravilla…
S.: En la función hay dos escenas de sobremesa muy importantes donde los cuatro protagonistas hablan alrededor de una mesa tras haber cenado…
G.C.: Sí, en la obra hay dos cenas: la que llamamos cena “fría”, y la primera, que es mucho más “caliente”, pues tiene que ver con el motor y la calentura del momento. Creo que las cenas anuncian cosas. La cena “caliente” consiste en una escena en la cual es fácil imaginar que lo que viene después va a ser algo fiestero y bonito, para terminar desembocando en algo tremendo. Siempre en torno a una mesa hay que tener cuidado.
S.: Por cierto, el vino es una constante a lo largo de toda la representación, aunque sea imaginado. ¿En las cenas “románticas” es imprescindible el vino?
G.C.: Sí. En este caso, en la escenografía, realmente todo está sugerido, a mi modo de ver con mucho acierto, para no tener que mover ni ensuciar la mesa, ni arrojar el vino... Pero sí, efectivamente, una cena divertida y suculenta por supuesto ha de estar acompañada con un buen vino, o con dos botellas de alguno que se beba bien, ya que es importante para calentar motores y meter el cuerpo en temperatura, para que todo entre bien… Luego, evidentemente, lo que acontece no siempre es lo que uno espera, pero bueno, es así…
S.: El propio Miguel del Arco habla maravillas de usted como actor declarando que “es un superdotado y tiene un timing cómico brutal”. ¿Cómo puede pasar de la comedia al drama en un parpadeo?
G.C.: Primero, agradezco que Miguel hable de mí en esos términos. No lo sé. Lo que sí sé es que el oficio que tengo me gusta y me apasiona. He aprendido, sigo aprendiendo, y aprenderé siempre que pueda, de directores que, como él, tengan talento y sepan meterte la mano en el estómago, para exigirte y pedirte cosas. Con la edad lo voy aprendiendo. No hay que tener ningún tipo de prejuicios a la hora de trabajar. Yo me tiro a la piscina de cualquier manera; prefiero equivocarme, e incluso fracasar… Como decía Samuel Beckett, “fracasa otra vez, fracasa mejor, pero sigue fracasando…”. Procuro aprender bien, lo que tengo lo doy, y si pego esos brincos emocionales, pues qué bien, bienvenidos sean, eso significa que algo he aprendido.
S.: ¿Los grandes actores son como los buenos vinos, que con el tiempo mejoran?
G.C.: Sí, claro. Como pasa en cualquier profesión, con la edad cualquier actor se hace más sabio, y como el buen vino va ganando bouquet; vas cobrando matices, aromas; te enriqueces con nuevos colores, aunque sean los de tus canas, y vas adquiriendo paladar, largura y cosas que son importantes. Hay un maravilloso paralelismo con el vino; la edad y el vino se encuentran en una copa.
S.: El pasado 2 de febrero cumplió 50 años, ya que su “vino” es cosecha de 1963. ¿Ha empezado a sentir la “crisis de la edad”?
G.C.: Yo no puedo ni debo tenerla; tengo un trabajo privilegiado, soy un hombre que se gana la vida haciendo lo que le gusta y estoy muy agradecido. Cumplí 50 años y me bebí un whisky para la ocasión, que es todavía más rancio y más añejo que un vino. Cuando era pequeño, con esa edad me imaginaba a la gente ya muy mayor. Yo me veo ahora y digo: “hay que joderse, tengo 50 años y me siento como un tío de 25”. La fachada envejece; es el espíritu el que se mantiene ahí.
S.: A propósito de su vis cómica, la popularidad le llegó de pronto con la telecomedia “7 vidas” (1999-2006). ¿Cómo recuerda esos años?
G.C.: “7 vidas” fue una aventura extraordinaria. Yo venía de hacer teatro muchos años. Lo que pasa es que en este país, si no sales en la tele no existes… Es así. De “7 vidas” mantengo un recuerdo maravilloso, pues hubo un encuentro de gente con muchísimo talento a nivel profesional, de directores y, sobre todo, de guionistas. Había un plantel fantástico, gente que escribía muy bien y muy rápido, como mi querido amigo Tom Fernández, Además, nos encontramos siete actores en estado de gracia.
S.: Doctor Mateo (2009-2011) le dio su primer protagonista en televisión y muchos premios. ¿Se inspiró especialmente grabando en las localizaciones de Asturias?
G.C.: Sí, en un sitio maravilloso: en Lastres y Colunga. En un lugar donde todavía tengo un pedacito de mi corazón, porque fueron tres años extraordinarios, de rodar en un lugar encantador y en compañía de gente estupendísima, con el señor José Luis Alcaine a la cabeza de los iluminadores como director de fotografía, con un equipo de directores fantástico… Cuando uno tiene la oportunidad de trabajar con gente tan buena, pues imagínate… Doctor Mateo ha sido un regalo de la vida.
S.: ¿Tuvo la oportunidad de conocer bien la rica y variada gastronomía asturiana?
G.C.: Sí, bueno, qué te voy a contar… Yo libraba poco, porque se trabajaba mucho, pero los días que lo hacía, me escapaba a un lugar que está en el valle del Libardón. En el pueblo que tiene el mismo nombre hay una familia con un palacio, el Palacio de Libardón. Y dentro de ese palacio hay unos seres extraordinarios, una familia con la que llegué a tener amistad, que no se puede cocinar mejor. Entonces, las fabadas, las cebollas rellenas, todo lo que es gastronomía astur-montañesa lo dominan a la perfección; te cuidan, estás como en tu casa, con un gran cariño y unos postres inenarrables… En fin, a mí me gusta mucho. Dicen que el ojo también come; pues allí, la presentación es extraordinaria.
S.: ¿La fabada asturiana se ha convertido en uno de sus platos preferidos?
G.C.: La de Libardón es buena. Pero es que luego me iba a una aldea pequeñita a comer una fabada de un señor que se llama Chalo (de Gonzalo), y no se puede hacer de una manera más humilde y más rica. Después, cogía el coche y me marchaba a una playa a comer pescado. Creo que el litoral asturiano no puede ser más generoso, vayas donde vayas… Da igual si se trata de Cudillero, Ribadesella o la playa de Vera a la que yo iba, que es extraordinaria; es lo mismo. Cualquier pescado fresco que hayan cocinado, a la plancha o a la brasa, acompañado con una guarnición de esas patatas tan generosas que tiene la tierra asturiana, y regado con una buena sidra, es una bendición.
S.: ¿Le gusta la sidra como maridaje para los pescados?
G.C.: Sí, la natural me gusta mucho, hasta el punto de que me han hecho embajador de la sidra de Asturias. El Ayuntamiento de Gijón me entregó una manzana de plata y me hizo un recibimiento extraordinario, con gaitas y todo… Me mandan cajas de sidra de vez en cuando, y me las bebo tan a gusto…
S.: ¿Y cuáles son sus vinos favoritos?
G.C.: Me gusta, sobre todo, el vino tinto. Los tintos de La Rioja me gustan muchísimo, y los bebo cada vez que puedo, aunque cuando estoy trabajando bebo poco. Tengo mi pequeña bodega en casa. Poseo una casita en el campo, yendo hacia Extremadura, y tengo allí mi bodeguita, donde guardo mis botellas seleccionadas. De vez en cuando abro una y me la bebo.
S.: ¿Le gusta cocinar?
G.C.: Sí, cocino bastante y no lo hago mal. Todos los arroces que no sean caldosos, los secos, me salen bastante bien; asimismo, los guisos de cocido, es decir, todo lo que tiene que ver con garbanzos, como el madrileño por supuesto, no el maragato... Soy de Madrid, mi padre ha sido un cocinero estupendo y tengo sus recetas, y me gusta mucho hacer los cocidos. Los caldos contundentes también los manejo bien, y luego los pescados; algún pescado no se me da mal, sobre todo el bonito, que cocino prácticamente crudo, encebollado y con vino blanco.