Tu opinión solo importa si es buena
Dentro de mi actividad, una de las más recurrentes es que otros profesionales me pregunten por mi opinión sobre diversos vinos. Esto pasa todos los días, es parte de mi profesión y no plantea mayor problema cuando el curioso es un distribuidor, amigo, sumiller, periodista o el personal de una tienda de vinos. Santiago Rivas
El lío viene cuando el que pide tu parecer es el propio productor. Aquí, así por hacer manejable este texto, hay tres tipos de situaciones que voy a ordenar atendiendo a un criterio de conflictividad creciente. De menos a más comedia e incomodidad.
Baja intensidad: bodega que te pide opinión sobre un vino que te gusta. Sí, a veces los astros se alinean y va y demuestra interés por tu criterio un elaborador del que eres fan. Pues nada, aquí comentas lo que toque y todos amigos. Se puede dar la circunstancia de que de repente me haga llegar un vino nuevo que no me guste tanto, aquí preguntas a qué viene el susodicho concept wine, por aquello de dar contexto al asunto, y ya con toda la información respondo.
Sin más. Raro que los de este segmento se me compliquen.
Media intensidad: el siguiente conjunto se compone de un elaborador que no conoces, te envía diferentes botellas y, sorprendentemente, son de mi agrado. Pues nada, aplica el caso anterior. Todo felicidad y mundo gominola.
Pero vamos al caso, desgraciadamente, más común: que el vino sobre el que me preguntan no esté muy allá.
Yo aquí, reconozco mi cobardía, dando la callada por respuesta; estimando que, si en un tiempo prudencial no le digo nada al productor, ni el vino aparece entre mis publicaciones, pues ya se puede hacer a la idea de que mucho no me ha gustado.
Lo que pasa es que, algunos, siguen preguntando y entonces ya procedo con sinceridad con todo lo que eso conlleva, un horror. Aun así, como mi crítica suele ser constructiva, pues los hay que lo aceptan y punto peeeeero, otros, los más, leyendo entre líneas, con o sin razón, se enfadan y te saltan con eso de que “es un vino que está gustando mucho”.
Aquí suelo contestar con uno de mis grandes clichés, repleto de violencia verbal pasivo agresiva, el gran: “no, claro, este vino seguro que tiene su público”. Fijo además.
Y a otra cosa.
Alta intensidad: bienvenidos al rincón de las idas de pinza, del trastorno y la demencia.
Básicamente lo ocupan dos grupos: elaboradores que, a poco que hayan observado mi trayectoria ya deberían saber que nanay, y responsables de productos (esto va a sonar horrible) que objetivamente son pura metralla. Tan solo la etiqueta ya me avanza un Vietnam, una noche triste, un Hiroshima y Nagasaki. En estos casos no sé manejarme, porque decirles que ni siquiera envíen los vinos queda fatal ya que parte de un prejuicio que no me gusta tener, por tanto, dejo hacer, acaban llegando y, de manera tan desgraciada como frecuente, se confirma el prejuicio; se confirma la castaña.
Aquí vuelvo a aplicar el protocolo ya descrito amparado en el silencio administrativo, pero como los de este grupo tienen naturaleza kamikaze, ya sea por desconocimiento o talante, casi nunca queda en este punto el tema resuelto. Insisten, mucho, muchísimo. Entonces contesto, siempre desde, aunque no me creáis, la educación, pero se acaba liando.
Los que hacen un vino en las antípodas de mi gusto y mi discurso, los que va y se enteran ahora de que no me gustan ni los maderones, ni las extracciones salvajes, ni las sobremaduraciones, van y te dicen que sus vinos no tienen nada de eso, en un ejercicio trumpista de negar la realidad emitiendo palabras, como si ellas se encargaran solas de poner las cosas en su sitio. Y se enfadan, se enfadan mucho, insultan, porque, realmente, ni saben de lo que voy, ni quién soy, ni les interesaba mi opinión a no ser que hubiera sido halagadora. Buscaban una confirmación, no una evaluación.
De hecho, te citan a otros compañeros a los que sí les ha gustado; aquí me encanta cuando invocan puntuaciones de guías que ellos consideran altas, pero que, a poco que sepas de esto, sabes que son más bien de vinos putapénicos.
Un 88 puntos me han llegado a argumentar.
Los de los vinos metralla no creáis que tienen menos ego, y bien mirado, hacen bien; el caso es que responden similar, pero a través de distinciones de concursos de medallas.
En definitiva: todo muy desagradable y sonrojante, pero es lo que hay, son gajes del oficio.
Así seguiremos y para los que siguen teniendo la duda: no, nunca me han partido la cara.
Aquí la tengo esperando al primer valiente.
Imagen de Frida Lannerström // Unsplash
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