"Jamás podría jubilarme"
Héctor Alterio

Héctor Alterio celebra sus 82 añossobre un escenario, donde realiza cada tarde un arriesgado ejercicio de catarsis emocional con el que se pone de manifiesto por qué encabeza la lista de los mejores intérpretes de nuestra escena Álvaro López del Moral
Ejerce su magisterio escénico cada tarde desplegando la misma energía e idéntica ilusión que invirtió para dar vida a su primer personaje, hace más de sesenta años. Patriarca de una de las sagas actorales más relevantes de España, Héctor Alterio (Buenos Aires, 1929) continúa dignificando con su presencia una profesión que, según asegura, es capaz de movilizar a la gente mucho más que la política. Aunque sabe lo que significa tener que pedir dinero prestado y pasarse los días esperando una llamada telefónica, en los últimos años atraviesa un momento dulce y no para de representar una obra detrás de otra. La última, el montaje teatral de La sonrisa etrusca, la novela de José Luis Sampedro, con la cual se encuentra inmerso en una gira junto a la actriz Julieta Serrano que le está llevando a pisar los principales proscenios de nuestro país. Avalado por su longeva carrera profesional, este respetado intérprete afronta su trabajo sin prisa pero sin pausa, con esa serenidad propia de quien ya no necesita demostrar su destreza y puede permitirse disfrutar de lo que hace.
Sobremesa: Reencontrarse con este texto parece haberle deparado muchas satisfacciones.
Héctor Alterio: Sí, a veces, la vida está hecha de coincidencias. Leí la novela hace 25 años, cuando ya se había convertido en un best seller. Me interesó, me conmovió y me hizo conocer a un autor tan talentoso como José Luis Sampedro. Pero seguí mi camino y me desvinculé emocionalmente del libro, sin imaginar que iba a terminar interpretándolo un cuarto de siglo después. Es curioso que tanto su protagonista como yo tengamos orígenes italianos, hayamos atravesado situaciones difíciles y seamos abuelos de una nieta por la que ambos estamos absolutamente locos. No obstante, en mi caso, puedo disfrutar de ella sin el compromiso paternal de por medio y eso me permite tener un goce total de la niña cuando se me permite raptarla para quedármela en casa.
S.: Veo que no le duelen prendas a la hora de ejercer como abuelo.
H.A.: Al contrario, Lola es la pasión de nuestra vida, porque a mi mujer también le sucede lo mismo. Pero yo le cuento historias, le canto canciones napolitanas y, además, para mayor coincidencia, la niña me llama nonno, igual que sucede en la obra.
S.: Se ha convertido usted en una referencia imprescindible de nuestra escena. Sin embargo, tengo entendido que llegó al teatro independiente a través de un anuncio.
H.A.: Efectivamente, tenía 19 años, aunque llevaba desde los 12 haciendo lo que se llamaba teatro filodramático. Yo era hijo de emigrantes italoamericanos, y entonces cada grupo de exiliados en Argentina pertenecía a un club distinto. El mío se llamaba Doppo laboro, que significa “después del trabajo”. Y entre sus actividades había un taller teatral que me sirvió para irme adentrando en el mundillo. Eso sí, paralelamente tuve que trabajar como vendedor callejero de toda clase de artículos, una actividad que me permitía tener las tardes libres e ir enriqueciendo mi vocación.
S.: ¿Su compromiso ideológico surgió en esa época?
H.A.: Entrar en el teatro independiente despertó en mí nuevas expectativas, además de proporcionarme una formación diferente. También me sirvió para contactar con autores hasta entonces desconocidos para mí, que al principio representábamos sin tener ningún problema. En aquellos días en Argentina imperaba el peronismo y yo viví toda mi adolescencia con la hegemonía de aquel movimiento. Pero nuestra actividad alternativa hizo que la gente fuera aglutinándose en torno a la cultura de una forma tan abrumadora que poco a poco nos transformamos en elementos incómodos, desde el punto de vista político.
S.: Se convirtió en un actor muy popular en su país.
H.A.: Al morir Perón, tenía una función de teatro y tres largometrajes en cartel, de los cuales dos habían levantado muchas ampollas, porque criticaban a los ingleses y trataban temas relacionados con los golpistas. En esa época estaba al frente de todo el militar López Rega, al que apodaban el Brujo. Este personaje creó la célebre Triple A, un organismo que perseguía a toda la gente de izquierdas.
S.: Y él fue el responsable de su exilio en nuestro país.
H.A.: En 1974 vine una semana a España para presentar la película La tregua en el festival de San Sebastián y, estando aquí, me enteré de que nos habían amenazado de muerte a mí y a otros cuatro actores. Yo supe de esto por mi hijo, que me avisó desde Argentina a través del teléfono. Literalmente, habían dicho: Héctor Alterio está amenazado de muerte; si no abandona el país en cuarenta y ocho horas será ejecutado en aquel lugar donde se encuentre. Era la primera vez que se producía una advertencia pública de este tipo y, como no existían antecedentes, decidí quedarme aquí.
S.: ¿Cómo le recibió España, donde el franquismo todavía estaba vigente?
H.A.: Hay que tener en cuenta que en este país yo era un ilustre desconocido y mi llegada generó una situación desconcertante. Algunos españoles me ayudaron y tomaron decisiones de forma tan generosa que no puedo borrarlo de la mente, como Juan Diego, Elías Querejeta y Nuria Espert, pero muchos compatriotas me dieron en aquel momento la espalda. Sin embargo, no me ha quedado ninguna herida de aquello. Prefiero rescatar lo positivo, ya ni siquiera tengo rencor y, además, eso me sirvió para saber quién es quién y aprender a querer más a España.
S.: Imagino que viviría momentos muy delicados.
H.A.: Mucho, sí. Estando en el Hotel Wellington, por ejemplo, cuando venía con la delegación de San Sebastián, un trasnochado nacionalista argentino llamó por teléfono a la centralita para avisar de que iba a poner una bomba y que pensaba volar a los 700 clientes que estaban en sus habitaciones si me seguían albergando. Esas cosas no se olvidan.
S.: Ahora le costará reconocer a su país.
H.A.: Todo ha cambiado mucho en Argentina, afortunadamente. En la actualidad tenemos una buena situación, aunque lo hemos pasamos muy mal con lo del corralito. Ojalá ustedes no tengan que verse así nunca. Lo que me resulta muy curioso es encontrarme cada vez con más compatriotas afincados en España sacándose un boleto para regresar allá. Es el mundo al revés.
S.: A sus ochenta y dos años supongo que su escala de valores no será la misma que antes. En este punto de su vida, ¿cuáles son sus prioridades?
H.A.: Yo disfruto con mi trabajo aunque estaría más tranquilo si tuviera una continuidad a largo plazo. Toda la vida envidié a los tenores o a la gente de la ópera por disponer de una agenda profesional de aquí a cinco años. Pero reconozco que el teatro me rejuvenece y me llena de energías. Sobre todo, siempre me sorprende encontrarme con ese espectador anónimo que se tomó su tiempo y gastó su dinero para sentarse en una butaca frente a mí. Solamente ese hecho me parece milagroso.
S.: Y eso que reconoce usted no ser un actor de método.
H.A.: No, más bien soy de sudor y lágrimas. El boxeador argentino Bonavena decía que, en el momento en que estás sobre el ring, suena el gong y te quitan la banqueta, te quedas solo frente al mundo y ya no queda ninguna posibilidad de volver atrás, tienes que seguir hacia delante como sea. Pues lo mismo ocurre con el teatro. Por eso yo me siento un poco mi propio patrón. Jamás podría jubilarme. Además te diré que yo no vivo con una pensión, tengo que pagar cosas y la única forma de hacerlo que tengo es con mi trabajo.
S.: Aun así, creo que le costó aceptar que sus hijos, Ernesto y Malena, se dedicaran a la actuación.
H..: Lo que yo quería es que contaran con una apoyatura que yo no tuve, para que pudieran desarrollarse como seres humanos; esto es una profesión tan inestable, tan imprevisible, que me dolía mucho que tuvieran que vivir con la misma inseguridad con la que lo he hecho yo siempre. No me mostré de acuerdo hasta que cumplieron conmigo y con mi mujer, llegando a los estudios que les correspondían. Entonces decidieron que querían dedicarse a la interpretación y me encomendé a Dios. Afortunadamente les ha ido bien. Hoy es el momento en que me siento muy gratificado por ellos y por su actitud. Son seres humanos estupendos, grandes personas y buenos profesionales.
S.: Además de trabajando, ¿cómo disfruta usted?
H.A.: Como he mencionado antes, paso bastante tiempo con la familia. Luego me gusta mucho el vino, de hecho sueño siempre con encontrar vinos argentinos en España. Hay un Luigi Bosca que me vuelve loco y disfruto muchísimo cada vez que tengo oportunidad de probarlo. Naturalmente, me encantan los riojas, aunque no soy un experto catador, tomo con moderación. Lo que me parece una tontería es eso de que para apreciar el vino hay que alcanzar cierta edad. Yo he tomado desde siempre, aunque sí es verdad que ahora puedo valorarlo más porque le dedico tiempo.
S.: ¿Y si hablamos de comida?
H.A.: La pasta es un plato al que no me puedo resistir. Ni en la misma Italia se come una pasta como la que hay en Argentina. Luego, cuando llego a Buenos Aires hay un olor especial flotando en el ambiente: el de la carne que asan todas las personas que trabajan al aire libre. Sabes, ese aroma a carne asada que impregna la calle 6, de camino hacia el teatro, es un recuerdo del que no consigo olvidarme y que me acompaña siempre por donde quiera que voy.