Certeza y cerveza
Lo sabemos. Y está suficientemente comprobado con referentes reales, que la cerveza es una bebida que tiene muchos fieles. Tiene su liturgia, sí, pero sólo algunos puristas la aplican con severidad. La mayoría de los consumidores de esta maravilla prefieren saltarse algunas de sus estrictas normas, por ejemplo la temperatura en la que hay que consumir la cerveza para que despliegue todo su sabor. Y no voy a precisar cuál es la correcta. Pero gozamos más, o eso decimos, los que la tomamos fría. Incluso, otros se atreven a pedir un tercio, a las 13,30 horas, más que helado, si ello fuera posible, que haga daño a su paso por la garganta gracias a las lascas de hielo adheridas a la botella. Sir Cámara
Así es la cerveza. Un recurso para plantar cara a las olas de este calor denso que nos invade. Y nada de refrescarse con un helado, o dos… Eso es una disculpa de golosos, porque en cuanto traspasa las alertas sensoriales de la bóveda del paladar, de refrescante sólo lo justito.
Volviendo a la cerveza, que es una certeza con espuma y otros encantos casi curativos, reconcentremos los datos: la temperatura y la presión son argumentos de análisis cuando la cerveza es de grifo. Aquí entra en escena el artista que la haya tirado, porque, efectivamente, hay cañas que son para tirarlas al pie de la letra. Esa presión y temperatura, si es de grifo, son argumentos para un piropo o, todo lo contrario, tras el primer trago. Este trámite me trae a la memoria al gran Luis Sánchez Polack, Tip, de Tip y Coll, que pedía una caña, daba, dos sorbitos para aliviar su acelerado verbo y pedía otra antes de ver el culo del vaso por dentro. Dejaba sin consumir dos dedos y pico de liquido y continuaba el ritual. ¡Otra caña! Esos dos dedos de cerveza ya no tenían el encanto del primer trago.
Dicho de otra manera, la cerveza no se debe beber como si fuera una copa de brandy. Lo primero es atender las exigencias del organismo cuando el calor aprieta y la garganta se reseca. Si además estamos en buena compañía y con argumentos charlatanes, que dan relieve al aperitivo del sábado, pues mejor que mejor, oye. Precisamente, un tema de charla muy frecuente es sobre tipos y marcas de cervezas. Ahí salen los que la prefieren con entrada y retrogusto amargo, otros ligerita, casi para beberla en botijo, porque parece agua. Los del lúpulo de recuerdo, la tostadita, la filtrada, la otra, la fuerte, la suavecita… Como aquella que se metió un boquerón en vinagre en la boca y exclamó:
-¡Qué fuerte!
Señora, respondió el camarero, para fuerte el Fort Apache y si eso le parece fuerte, pida un flan.
Volvemos a la realidad sumergible.
-¡Kiko, -vocean al jefe de la terraza- otro tercio helado de esos que dejan las amígdalas tiritando…! Y otro después, y otro… Algunos ya empiezan a recoger porque se notan los efectos de las cervezas por las idioteces que se oyen.
En ese momento, ya levando anclas, aparecen unos amiguetes. Y cómo los vas a dejar solitos… Pues pedimos otra. Y sigue la charla y las risas. Y los gritos de los que hablan y no dicen nada. En ese punto reflexionas: tengo la absoluta certeza de que pido las cervezas encadenadas por no levantarme. Esa es la certeza de la cerveza: que estamos tan a gustito que por no moverte, pides otra, y otra…
Pues lo vas a tener que hacer, porque todo lo que entra, sale. Y se notan los efectos secundarios, solo hay que fijarse en la cola que se ha formado en la puerta de los servicios… No sé si llegaré. Y lo peor es que a ciertas edades… Y además ya soy de bajo perfil. Barriguita cervecera. Una experiencia
Pues eso.
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