Balsas de autenticidad
Hay algo de mágico en estar rodeado de agua. Es como si cualquier espacio, naturaleza, población o entorno se convirtiese en edén de manera espontánea. Mayte Lapresta
La insularidad transforma un destino en paraíso, una escapada en viaje, un producto en exótico y una costumbre en atractiva peculiaridad. Parece incluso que sus dimensiones acrecientan ese exotismo y esa idiosincrasia que las convierte en objeto de deseo. Cuanto más pequeña, mejor. Si es posible, que desde alguna colina puedas divisar su contorno. Pero dejando a un lado el fruto del imaginario popular que dota de un magnetismo especial a las islas, hay una doble razón por la que estos pequeños territorios como balsas en el océano adquieren rasgos de interés especiales. Por una parte, su situación estratégica, que las convierte en atracción imprescindible para pueblos conquistadores pasando de cultura en cultura y absorbiendo el mundo en su pequeño territorio. Esa Malta plural, esa Sicilia de mestizaje. Por otra, están aquellas perdidas donde la dificultad se convierte en valor diferenciador. La distancia, la falta de comunicación con territorios continentales permite que determinados rasgos perduren intactos y preservados. Ocurre en La Palma y en la pequeña Gomera, que con sus desgarrados horizontes añaden independencia a sus trayectorias. Allí nacen frutos insospechados, crecen uvas insólitas con patrones genéticos difíciles de emparentar en cepas. Pasa en Hierro donde cultivan piñas que saben a coco, pequeñas y dulces. Lo vemos en Menorca con su recetario ancestral y, por supuesto, en lugares remotos donde la globalización ha tardado en llegar. Ganaderos que maduran quesos en cuevas, apicultores que recogen mieles de flores autóctonas, bodegueros que trenzan los brazos infinitos de la cepa, cocineros que replican recetas de sus antepasados. Sus gentes orgullosas cuidan del legado sorteando el brillo deslumbrante de los euros turísticos. Es difícil no dejarse seducir por lo fácil, lo inmediato. Pero la resistencia se mantiene, convive e incluso avanza. Descubren poco a poco que justo es esa peculiaridad, esa autenticidad la que les dota de un atractivo infinito, se miran al espejo y se ven bonitos. Y salen orgullosos a defender y preservar para que dentro de cien años ese pedazo de tierra rodeado de mar siga siendo único.
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