Las manitas de Jessica
Las manitas de Jessica Salazar son pequeñas y regordetas, toda ella es pequeña y carnosa, sus ojos son negros y rara vez aparecen alegres, y la sonrisa, dice, ha quedado guardada en la maleta que la acompaña desde que llegó a la casa de los señores Andrada y Andrada, Marcos Andrada Orive y María Santa Andrada de Guzmán. César Serrano
Jessica baja la mirada siempre que pronuncia sus nombres, y siempre, cuando acude a sus nombres, se siente pequeña y a veces llora.
Las manitas de Jessica cada vez que se abren al despertar en su armario-alcoba alcanzan la cal y la madera de pared y puerta, y entonces quiere escapar hacia la luz caribeña de su memoria y ahí, bajo esa luz poderosa, las palabras amables de la madre, el trepidante y sobrecogedor canto de los chachalacas en las florestas que se asoman a las oscuras aguas del Motagua antes de entregarse al mar Caribe, entonces juega con las arenas finísimas de Playa Blanca mientras el padre pesca camarones y majúas.
Las manitas de Jessica son el consuelo de caricias de Milagritos, la pequeña de los siete hijos, cuatro varones y tres niñas, de los Andrada y Andrada, todos llegados al mundo por obligación, “con los deseos del Señor”, se le escucha decir siempre a don Marcos, cuando hay referencia a tan extensa familia.
A las manitas de Jessica acuden las manitas de Milagritos, también la carita, toda ella acude a la ternura de la única persona que parece tener amor en las manos y en los besos.
Las manitas de Jessica pasan una y otra vez por el tableado de las faldas de las niñas, por sus blusitas blancas, también por los pantalones y camisas de los chicos, por las camisas del señor, por las blusas y ropa interior de la señora. Busca que no exista el mínimo pliegue de plancha indebido, algo que le supondría comenzar de nuevo la tarea de todas y cada una de las prendas que siempre tiene que recoger del suelo de tarima del cuarto de planchado donde la señora las arroja mientras le habla del valor de la perfección en el trabajo.
Las manitas de Jessica acuden a secar sus propias lágrimas, a cubrir el espanto y la vergüenza que siente cada vez que el señor la llama a su despacho y le pide cerrar la puerta, entonces, y vestido con su toga de magistrado, la hace suya, desde una lujuria babeante y criminal.
Las manitas de Jessica acarician el cañón del revólver del 38 que Marcos Andrada Orive guarda en el primer cajón de su mesita de noche. Le pasa una gamuza y lo vuelve a depositar en su estuche de madera de nogal con las iniciales MAO incrustadas en marfil y con su interior forrado de terciopelo rojo.
Las manitas de Jessica arrastran una pequeña maleta por el amplio acerado que pisa sin miedos mientras disfruta de un helado de maracuyá. Sonríe. Piensa en seis balas de revólver incrustadas en la cabeza del baboso, pero que mejor, y ahora ríe en alto, ha sido mandar a la señora un wasap del monstruo entre estertores de lujuria y babas.
Ceviche de camarones guatemalteco
Ingredientes
½ kg de camarones
3 tomates pequeños
2 cebolletas rojas
Cilantro
Hierbabuena
una ramita de apio
zumo de cuatro limones
un chorrito de salsa inglesa
sal
Preparación
Pelar los camarones, dar un hervor de un minuto, enfriar en agua muy fría y llevarlos a un cuenco, donde verter el jugo de los limones y el chorrito de salsa inglesa. Dejar macerar durante unas seis horas. Añadir, por último, los tomates pelados y picados, la cebolleta picada, un chile picante picadito, el apio, el cilantro, la hierbabuena y la sal al gusto. Dejar reposar durante media hora. A la hora de servir, remover de forma envolvente y emplatar en cuenco o plato hondo.
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