La estrella informativa
José Ribagorda
Etiquetada en...

El presentador de informativos es también un entregado gourmet que con su nuevo libro rinde homenaje a una gastronomía tradicional que, aunque sin premios ni mediática, siempre está ahí. Juan Manuel Ruiz Casado
Es responsable de haber convertido la gastronomía en materia segura de informativos, como lo es también de haber situado en la palestra mediática un puñado de restaurantes que han vivido dignamente alejados del poder de los focos. José Ribagorda acaba de publicar Cocineros sin estrella, un libro editado por Planeta que lleva en la portada el sello de Telecinco, la cadena en la que trabaja como editor y presentador de los informativos de fin de semana. Desde esta plataforma, Ribagorda ha ido mostrando una realidad culinaria y vinícola que ha tenido la virtud de combinar novedad y descubrimiento, urgencia mediática y difusión de valores callados y necesarios. Le viene de antiguo la afición de los sabores, que ha podido ejercer por vía literaria (se confiesa un apasionado de Pla, Perucho, Luján y Cunqueiro, pero también de Feliciano Fidalgo y Lorenzo Díaz), a través de numerosos viajes (pertenece a esa tribu que organiza sus vacaciones aplicando criterios gastronómicos) y sobre todo gracias a su madre. “Llevó a cabo conmigo una labor didáctica impagable. Me educó en el sabor, en el conocimiento de los productos, me transmitió una vocación sin la que yo sería de otra manera. Me contagió la pasión por los guisos: arroces, alubias, cocidos, patatas con costillas, albóndigas… Estos sabores siempre van asociados en mi memoria al calor del fuego, al carbón de la vieja cocina familiar”, explica el presentador.
Así las cosas, alguien podría pensar que José Ribagorda abandera la facción de radicales que solo entienden de potajes y clasicismo. “Nada más alejado de la realidad”, afirma. “Estoy muy a favor de la gastronomía de vanguardia que para mí es un territorio idóneo para satisfacer la curiosidad. Esto no quita que yo en mi libro haya querido rendir un homenaje a esos restaurantes tradicionales cuya riqueza y valores son enormes. Me gusta mucho, por ejemplo, la paradoja de que estos locales hoy sean los más modernos por su ininterrumpida y natural reivindicación de los productos y sabores de terruño, o por la recuperación de especies que nos sirven para identificar la grandeza gastronómica de un determinado lugar”. Palabras que apuntan hacia una dimensión del hecho gastronómico más amplia y rica que la del estricto placer de los sabores, y encuadran a estos en un complejo rito trabado de referencias culturales y antropológicas. No en vano, y por decirlo con palabras de Ribagorda, “no hay cosa más placentera que una sobremesa”.