"El vino se ha convertido últimamente en un caldo de cultivo de la estupidez "

Julio Llamazares

Jueves, 16 de Mayo de 2013

En su último libro, Las lágrimas de San Lorenzo, el escritor Julio Llamazares vuelve a la soledad del ser humano como espina dorsal de su relato. En su charla, mezcla a partes iguales un finísimo sentido del humor con un incansable espíritu crítico. La gastronomía no se salva. Inteligencia obliga.  Ana Marcos

En este país de afectaciones y poses, la actitud vital de Julio Llamazares (Vegamián, León 1955) destila naturalidad y un excelso sentido del humor que disecciona inteligentemente cualquier interrogante que se le proponga. Su certera mirada ha propiciado una ingente obra que le ha hecho recorrer todos los géneros literarios, desde la poesía y literatura de viaje, al relato, la crónica, la novela o el guion cinematográfico.

 

Llamazares acaba de presentar su último libro, “Las lágrimas de San Lorenzo”, en el que describe la relación de un padre con su hijo en la isla de Ibiza. Como fondo, una soledad inevitable y quizás buscada. En cualquier caso, el escritor consigue remover conciencias e inspirar sentimientos. “El mundo se divide en dos tipos de personas, los que quieren pensar y los que no”, para afirmar que, “yo me dirijo a los primeros, y pretendo conmoverlos. Un buen libro tiene que dar calambre y por supuesto poder perdurar en la mente del lector”. Nuestro entrevistado trasciende cualquier tema para dar una visión lúcida del mundo que nos rodea y analizarlo desde un prisma demoledoramente pesimista. En honor a la idiosincrasia de Sobremesa, hace una parada muy especial en la gastronomía.

 

SOBREMESA: Le llaman “el escritor solitario” y este último libro apoya esa idea.
JULIO LLAMAZARES: Escribir es una actividad solitaria, pero luego yo soy tan sociable como los demás y tengo familia, amigos, mujer y un hijo. Tengo de todo, ¡hasta perro! Sin embargo, mi idea del mundo es una masa de gente solitaria que camina bajo las estrellas y que terminará derrotada por el tiempo.

 

S.: Escribe para hacer pensar… Va contracorriente.
J.LL.: Creo que el mundo se divide en dos tipos de personas, los que quieren pensar y los que no; por eso hay dos tipos de literatura: de evasión y reflexión. La función de mi literatura es conmover y por supuesto poder perdurar en la mente del lector. Leer un buen libro tiene que dar calambre.

 

S.: Comenzó escribiendo poesía y se declara romántico.
J.LL.: No he vuelto a escribir poesía desde mis dos primeros libros, me apetece más otro género aunque yo siempre hago en prosa un tratamiento poético del lenguaje, la búsqueda de la música de las palabras. Intento que el lector entre en una especie de ensoñación y que se emocione. Sin poesía, no habría literatura. Y desde luego, soy romántico, pero como participante de ese movimiento filosófico del XVIII que consiste en que el hombre se da cuenta de que no es el centro del mundo, cuando el ser humano empieza a descreer de todo.

 

S.: ¿Cómo ve el tratamiento del lenguaje en nuestro país?
J.LL.: En estos últimos años ha habido un grave descrédito de la palabra. Antes estaba bien visto tener riqueza de vocabulario, ahora resulta que es un pedante. Lo de sujeto, verbo y predicado ahora es cursi. Esta es una muestra más de la tontería que invade nuestra sociedad, que siempre ha tenido muchos complejos. Y es un capricho muy triste, porque si no se escribe ni se habla bien, no se pueden transmitir las ideas con precisión ni tanta intensidad. El lenguaje está al servicio de las ideas.

 

S.: Es un panorama desolador, desde luego.
J.LL.: Es que además la sociedad premia la estupidez, porque se refleja en ella. De la misma manera que premia la mala educación, por ejemplo. A mí me sorprende lo bien valorada que está en España la mala educación. Una persona medianamente educada parece tonta. Un buen ejemplo de esto lo tenemos en Mourinho, el entrenador de fútbol, cuyo gran marketing se basa en ser un desagradable, un borde y un maleducado… pues ¡le adoran! Para las mujeres españolas ¡es el hombre más deseado! España nunca ha admirado al que trabaja, al honrado… Ese es un imbécil. Aquí se admira “al que se lo monta”.

 

S.: Es una visión un tanto pesimista de nuestro país.
J.LL.: Mientras los franceses inventaban la Ilustración y el cartesianismo, o los alemanes el Romanticismo, aquí hemos inventado dos géneros literarios: la picaresca y el esperpento. Ambos nos definen. La corrupción está en el tuétano de la sociedad española desde siempre. Si lees a Cervantes, España ya estaba en el patio de Monipodio. Y lo de la corrupción ha saltado ahora porque estamos en época de vacas flacas, porque ha pasado siempre lo mismo. Es que los políticos son el reflejo de la sociedad, que es la que los elige en una democracia como la nuestra. Y aquí, el que no engaña a Hacienda, engaña a su mujer y al médico. Tú vas a un bar o una peluquería y al oír las críticas parece la paradoja de Newton, “la nuestra es una sociedad perfecta, gobernada por los más imperfectos”, y esto es imposible, claro.

 

S.: El autodenominado mundo de la cultura, o sea, los que salen en la foto, ¿qué le sugiere?
J.LL.: Es que eso no tiene nada que ver con la cultura. Para mí la cultura es la adaptación al medio y el cultivo del espíritu de las personas, al fin y al cabo, la educación, para vivir mejor y más. Pero como en los 80 los grandes “intelectuales y pensadores” fueron los modistos y los diseñadores (Adolfo Domínguez citaba a Platón y a no sé quién más para explicar un pantalón…), hoy son los arquitectos y los cocineros. Entonces uno va y te hace una casa sin ventanas y encima te da una lección filosófica, y esto es real, ha pasado en un centro de salud de la Comunidad de Madrid. O va un cocinero que te pasa una trufa por la nariz, ¡y es un genio! Francamente eso no es cultura, pero ni mucho menos.

 

S.: ¿Entiendo esto como una fina crítica a las vanguardias?
J.LL.: No porque la vanguardia es lo que nos hace avanzar, pero siempre desde la reflexión. A mí la modernidad por la modernidad no me interesa. La evolución y la investigación sí, en la cocina y en todo, claro. Yo tengo la sospecha de que se hacen muchas cosas simplemente para llamar la atención y eso tiene que ver con la estupidez que invade este país desde hace mucho tiempo. El problema de España es que no lee a los clásicos, y repetimos las mismas idioteces continuamente.

 

S.: ¿A usted le gusta comer?
J.LL.: Sí, y me parece que la gastronomía forma parte de la cultura en tanto en cuanto cultiva el gusto y la vida, pero sin tonterías. A mí lo que no me gusta es que me tomen el pelo. Ni en gastronomía, ni en  literatura, ni en nada. La cocina, por lo que leo, es el vellocino de oro del momento y se hacen suflés en cámaras espaciales con un soplete activado por dos eunucos italianos… ¡Yo qué sé! Y entonces eso acentúa la admiración. Es que nos hacen comulgar con ruedas de molino y no hay nadie que diga, “usted nos está tomando el pelo a todos”; cuando empiecen a surgir las primeras críticas, que surgirán, saldrán los de siempre con el “ya lo decía yo hace tiempo” que es también algo muy español: todo el mundo se apunta al último descubrimiento.

 

S.: En España la cultura gastronómica era prácticamente nula hace treinta años.
J.LL.: España era un país aislado del mundo y de medio pelo. Había un gran déficit rural, se comía bien porque la materia prima era buena, pero no había cultura gastronómica. Veníamos de la cultura de la subsistencia y los años del hambre y superar eso es difícil, la gente durante décadas se conformaba únicamente con comer. En estas últimas décadas, ha pegado un salto increíble en todos los aspectos y el gastronómico y vinícola no ha sido menos. Pero del pan negro de la posguerra al chorro de ozono con lenguas de colibrí… pues bueno, hay un término medio. Los españoles siempre nos pasamos por exceso o por defecto. Como en la época de La Movida de los 80 que nos creíamos los más modernos del mundo… y visto desde Londres o Nueva York les daba la risa. Pero lo curioso es que todos los de La Movida vivían de eso, de contarles a los demás que éramos los más modernos empezando por ellos, porque salían cantando “Quiero ser un bote de Colón…”. Igualitos que Warhol. En fin, que a veces somos patéticos y yo creo que debíamos tener más distancia– afortunadamente ahora se sale más– y mayor visión crítica.

 

S.: “Somos lo que comemos”. ¿Qué le dice esta frase?
J.LL.: Pues seguramente es verdad. Pero somos lo que comemos, lo que leemos, lo que vivimos, el aire que respiramos, los paisajes que vemos… El viejo dicho orteguiano, “Yo soy yo y mi circunstancia”. La comida forma parte, no ya de la cultura, sino de la antropología y conociendo la comida de un lugar, sabes cómo es la gente. Afortunadamente en gastronomía somos un país muy variado, lo que aporta siempre riqueza.

 

S.: ¿Es aficionado al vino?
J.LL.: Sí, me gusta, aunque tengo que decir que en estos últimos años también se ha convertido en otro caldo de cultivo perfecto de la estupidez. Es otra piedra filosofal, desde su ritual a su degustación. Las cosas son más naturales. La verdadera literatura española en estos últimos años ha estado en las etiquetas de las botellas de vino… Todas las cosas hay que tomarlas en su punto justo. A mí me gusta comer, me gusta beber y procuro cultivarme en estos dos ámbitos, pero ese afán por ser modernos que en estos últimos treinta años ha caracterizado a la sociedad española no va conmigo y nos ha llevado a muchas tonterías. 

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