Los jóvenes son los padres
Sí, como los Reyes Magos. Espero que no estéis leyendo este texto cerca de ningún niño, no me gustaría convertirme en el Chiquetete de la divulgación vínica. Santiago Rivas
Y más cuando no vengo aquí a escribir sobre estos personajes míticos con origen en el Evangelio de San Mateo, pero que, tal y como los conocemos actualmente, resultan un constructo medieval.
Esta digresión era necesaria.
El caso es que estaba leyendo diferentes noticias que han aparecido en los medios sobre las millonarias inversiones que van a efectuar diferentes países, como Francia y España, con el objetivo de transformar excedentes de vino en alcohol industrial, a fin de que estos productores no se vean obligados a vender por debajo del coste de producción. Una vez que profundizas en estas medidas, uno se entera que estas destrucciones subvencionadas van a hacer que, más o menos, cada productor reciba algo menos de un euro por cada litro de vino evacuado. Por tanto, estamos hablando de vinos bastante humildes, de los que hubieran llegado a los lineales de los supermercados, y similares, a dos o tres euros la botella (o la lata).
Según nos explican las instituciones, con la Comisión Europea a la cabeza, las razones de este estancamiento de ventas residen en la crisis generada por la COVID 19, causa que no me convence nada, pero eso da para otro texto y, como no, la ausencia de consumo de vino entre los jóvenes.
Los siempre socorridos jóvenes, los putos jóvenes. Esos que ahora va y no beben vino, que si Instagram, que si estar delgados, que si cero alcohol. Para videojuegos sí que tienen dinero, para TikTok y Twitch sí que tienen tiempo, pero para apretarse una botella de vino al día parece que no tanto. Todo eso que hacían nuestros padres, madres, abuelos y abuelas de tener un vino de diario, pues se ha perdido por estos adoradores de Bad Bunny.
El fatalismo se extiende porque ya todos sabemos que bebiendo kalimotxo y demás brebajes horrendos es como se crea cultura de vino, siendo el inicio de un camino que, sin duda, acabará en Barolo, Borgoña o Las Beatas.
Argumentos parecidos se ven en otras disciplinas, como esa de que leer libros ya está bien por sí mismo, lo importante es leer, da un poco igual que nunca llegues a conocer a Sylvia Plath o a Albert Camus. Leer ya es algo. En fin; pues para leer a Pérez Reverte es mejor echar la tarde jugando al Zelda.
La madre que me parió, qué coraje me da cada vez que tengo que lidiar con semejantes topicazos.
Mirad, los jóvenes para esto no existen y creo que lleva siendo así desde hace mucho tiempo.
Yo nací en 1979 y cuando tenía 20 años ninguno de mis amigos bebía vino; cero, a no ser que estuviera mezclado con Coca Cola y os puedo garantizar que, bajo esta modalidad inmersiva, los que han acabado descorchando algún pinot noir son… ninguno.
El joven se presenta, de nuevo, como excusa de una industria, la del volumen, que necesita vender mucho porque vende muy barato, en un contexto mundial donde cada año la gente bebe menos alcohol.
Porque los consumidores que se le mueren (en un sentido metafórico y literal), no son reemplazados con la suficiente rapidez, entre otras cosas, porque ahora ese joven al que dicen dirigirse ya no lo es tanto, tiene 30 años (los nuevos 20) y cierta salud financiera.
Ahí, en ese momento, habrá un gran grupo que sentirá curiosidad por nuestra cultura, que cotilleará en redes sociales o contenidos gratuitos, qué vinos son los que beben los que bebemos, y se dará cuenta de que hay todo un subconjunto muy interesante formado por botellas de 10 o 15 euros y esas serán con las que se inicie.
Tienen muy claro que no van a beber todos los días, y que para gastarse tres euros en algo insustancial pues se compran un Viña Zorzal.
Esos son los que, con los años (o meses), acabarán pimplándose un parcelario de Barbaresco.
La industria del volumen, tal y como está la concebida, va a morir. Tardará una o cinco décadas, pero morirá, y de eso no tienen ni tendrán la culpa los jóvenes.
Es que los que bebemos vino, bebemos, eso, vino, con todo lo que ello conlleva, no estamos en esto para meternos volumen. No es un mero consumo, es un ejercicio lúdico, ideológico, consciente, social e intelectual.
No bebemos litros, bebemos botellas.
Imagen de Duy Pham // Unsplash
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