Entrevista al poeta
Luis García Montero
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Luis García Montero transmite tranquilidad y vida. Su libro Una forma de resistencia es un alegato sobre el apego a los objetos y su significado. El poeta nos recibe en su dúplex para hablar del devenir del tiempo y su poesía. Ana Marcos
Esta entrevista nació de una urgencia, lo que a veces resulta estupendo y desmiente el dicho de que las prisas no son buenas. Pero ante todo y sobre todo, nació de la inmensa amabilidad y accesibilidad de este grandísimo poeta que, antes de cinco minutos, ya contestaba mi mail desesperado desde su iPhone. García Montero (Granada, 1958) era uno de mis principales objetivos desde hacía tiempo, pero nunca me había puesto a ello, precisamente por esa idea equivocada de que la gente valiosa es inabordable.
Andaba yo “en busca de autor” y el poeta, un tipo encumbrado, famoso y genial, con todos los aditamentos para la más sublime tontería, me recibe al día siguiente de mi mensaje y lo hace con sencillez, humanidad y sin renunciar a ese factor didáctico que lleva tan dentro. Multipremiado, pero aún no tan reconocido como debiera, hablamos en la cocina de la casa que comparte con la escritora Almudena Grandes, en una mañana agradable y soleada. Y charlamos de vida y gastronomía, de humanismo y de brindis. También nos comenta que el próximo año volverá a su cátedra en la Universidad de Granada, después de tres años de ausencia. Además, y como no podía ser menos, conversamos sobre su nuevo libro, Una forma de resistencia. Razones para no tirar las cosas, dedicado al valor de los objetos cotidianos, en el que dice cosas tan bonitas como que «los banqueros cuentan sus beneficios, los políticos sus votos y los poetas sus cosas. Cuentan y recuentan las cosas en las que se quedó enredada su vida”. Los ojos de la poesía son distintos y García Montero explica en él por qué nunca se separaría de esa corbata de colores chillones que le regaló Rafael Alberti, una pluma de Francisco Ayala o un trocito de rama seca que flotaba en el Danubio a su paso por Budapest.
SOBREMESA: En su web se define como “un verso libre en aquella Granada aún gris y fría de 1958”.
LUIS GARCÍA MONTERO: Es verdad, era una ciudad muy provinciana entonces, con todos sus inconvenientes y mucho peso de la sociedad tradicional y la sombra de la Guerra Civil, con la muerte de García Lorca aún presente. Aunque tenía la ventaja de ser pequeña, asaltada por el campo, en cuanto uno doblaba una esquina se lo encontraba. Esto me permitió tener una infancia muy de barrio y muy libre.
S.: Descubrió su vocación muy tempranamente.
L.G.M.: Me acerqué a la poesía de una forma muy natural. Mi padre tenía la costumbre de leer en alto la Antología de las Mejores Poesías de la Lengua Castellana y eso me influyó. Y luego Federico García Lorca, el poeta de la ciudad y un símbolo importante de libertad. Me acerqué a él buscando su casa en la vega, leyendo sus obras completas de Editorial Aguilar y empecé a identificarme con la poesía, guiado por estupendos profesores en los escolapios, donde yo escuché por primera vez a Joan Manuel Serrat cantar a Machado.
S.: En su caso hablan de poesía biográfica. ¿La poesía tiene, más que otros géneros, un fuerte componente personal?
L.G.M.: Sí lo tiene, pero como cualquier tipo de literatura, porque el escritor está siempre en sus libros, hasta el punto de que yo creo eso que se repite de que la verdadera biografía de un literato está siempre en sus obras. Pero no es una presencia directa. El poeta es un autor de ficciones, no es un notario y en ese sentido uno de los trabajos a la hora de escribir es convertir el yo biográfico en un personaje literario; si yo al escribir un poema de amor solo hablo de mi novia o mi mujer y de mí, es un desahogo, pero lo que tengo que conseguir es que ese poema para cualquier lector sea el poema de su novio o de su novia. Hay que saber borrar las anécdotas y dejar hueco para que entre el lector. Yo no soy religioso y me emociono leyendo a San Juan de la Cruz. No soy homosexual y me emociono leyendo a Kavafis o Cernuda. Los escritores estamos siempre con el oído puesto en la mesa de al lado, o en lo que nos cuentan los amigos… Y todo eso es el personaje literario.
S.: ¿Hay un antes y un después de Almudena Grandes en su obra?
L.G.M.: En mi vida por supuesto y en mi obra también. La presencia del amor es más clara en mi poesía y un amor que se atreva a asumir los amores felices es un reto literario, porque los poetas sobre todo vivimos en una tradición romántica de la queja, de la tragedia… Parece que hoy solo tiene prestigio lo que sale mal y yo, desde que empecé a vivir con Almudena, hace 18 años, me atreví a recuperar esos momentos de la cultura de la humanidad donde la felicidad ha tenido un prestigio ético porque era un signo de autoridad de la persona sobre el propio destino. La búsqueda de una felicidad privada que sirva de soporte a la felicidad pública.
S.: ¿Son malos tiempos para la lírica?
L.G.M.: Yo creo que no. Han sido malos tiempos para las humanidades, cuya crisis me parece que supone el origen de los conflictos tan fuertes que estamos viviendo. Hace un par de años publicó Martha Nussbaum, la filósofa norteamericana y premio Príncipe de Asturias, un libro llamado Sin ánimo de lucro en el que analizaba el cambio de los planes de estudios en Estados Unidos y Europa para llegar a la conclusión de que la educación se había olvidado de formar a personas y se educaba para ganar dinero. Eso supuso una inmediata pérdida de valores y yo creo que esta crisis tiene mucho que ver con esto. Reivindicar las humanidades es reivindicar una determinada forma de ver el mundo. No es lo mismo la economía que trabaja para que los pobres sufran menos que la que lo hace para que los ricos acumulen más dinero, como decía el escritor José Luis Sampedro.
S.: A la poesía le vienen bien las situaciones de crisis. ¿O la dicotomía felicidad-creatividad es un falso mito?
L.G.M.: Desde luego que no. Uno se dedica a meditar y comprende que frente a la superficie movediza y las cosas agresivas lo importante son los valores profundos, aquella dimensión que nos hace humanos, que nos hace saber que necesitamos amar y que nos amen, que lo que nos vincula al mundo es la capacidad de cuidar a los que queremos. Esas cuatro o cinco cosas fundamentales de la vida que te hacen pensar en el amor, en el miedo, en la ilusión, en la compasión… y esos son los valores de la poesía.
S.: Su último libro, Una forma de resistencia. Razones para no tirar las cosas.
L.G.M.: Tuve la idea hace algunos años leyendo una novela de Steinbeck, Las uvas de la ira, en la que la familia protagonista es expulsada de su casa con la llegada de las máquinas, y me resultó desgarradora la escena en la que abandonan sus muebles, sus cuadros… Pensé que era toda una metáfora de una manera de avanzar que confunde el progreso con la destrucción. Yo no soy nostálgico pero sí hay que reivindicar ya que hay una forma de progresar que no se basa en el usar y tirar, y que hay cosas que merece la pena atesorar, aunque no valgan nada. Usar y tirar convierte el mundo en un vertedero, pero es que también esa actitud llega a los valores, a los principios del hombre. Ahora cuando uno cumple cincuenta años parece que la sociedad prescinde de él: después de haberlo usado lo tira. Se contrata a becarios por un sueldo mínimo y se les explota, mientras se desprecia a la persona formada, con experiencia, que sería el encargado de enseñar al joven.
S.: Y hablando de enseñar, creo que Almudena Grandes es una excelente cocinera. ¿Le ha tenido que aleccionar o usted ya llegó “aprendido”?
L.G.M.: A ella le gusta pensar en la cocina. Cuando tiene alguna duda sobre una novela o algún personaje, ella cocina porque se concentra mucho. A mí me comentó Jaime Gil de Biedma, otro de mis maestros, que admiraba a los pintores porque estaba muy bien eso de trabajar teniendo las manos ocupadas, que creaba un tipo de concentración en la que fluían la libertad y la espontaneidad. ¡Y ella cocina maravillosamente bien! A diferencia de mí, que sé hacer alguna cosilla como la tortilla de patatas o los huevos estrellados que, me atrevo a decir, son mejores que los de Lucio… ja, ja, ja…
S.: La gastronomía ha inspirado a veces a algunos poetas… ¿es su caso?
L.G.M.: Yo no he hecho como Salvador Rueda, por ejemplo, que escribió un maravilloso poema a la sandía, pero en alguna prosa sí, por ejemplo en una historia que acabo de escribir y que saldrá después del verano, todo tiene que ver con la lista de la compra. También en mi libro, la nevera se convierte en una metáfora: hay días en que mi estado de ánimo tiene color de una pizza congelada y otros en los que en la nevera suena el rumor de la fiesta, porque los amigos se definen también por lo que quieren. Si hay chipirones en la nevera es que viene a comer Eduardo Mendicutti, si hay zumo de naranja natural es que pronto llegará Benjamín Prado. La gastronomía en mi poesía ha venido como referencia infantil en el sentido de que mitológicamente para mí la felicidad puede ser un merendero a las faldas de Sierra Nevada… y esos merenderos sí que aparecen.
S.: ¿Hay algo que le merecería un brindis sin dudarlo?
L.G.M.: Me gustan mucho las copas solitarias. Y brindo con gusto por muchas cosas, como el libro de un amigo, ¡o mis equipos de fútbol cuando ganan! El Real Madrid y el Granada, porque tengo doble militancia. Y soy muy cursi y romántico a la hora de brindar por los aniversarios con mi mujer, porque el romanticismo no creo que sea síntoma de debilidad sino todo lo contrario, es saber darle importancia a los valores de la vida. De manera que tengo problemas con el alcohol porque brindo por todo, ja, ja, ja, por la literatura, por el fútbol, por los amigos, el amor… la vida está llena de ocasiones para brindar.