Diatriba de la vejez

Sábado, 11 de Noviembre de 2023

La vejez es una mierda. Es una mierda, incluso, para los viejos privilegiados como el firmante, que tiene una página en esta revista y colabora en otros medios. Incluso para mí que vivo solo sin sentirme solo. Incluso para mí, que tengo un techo libre de cargas y dos hijas que me quieren y cuidan. José Manuel Vilabella

[Img #22685]La vejez está llena de dolores fijos, de ayes permanentes y dolorcitos que van y vienen. Estoy más cerca de los 90 años que de los 80 y cada mes la senectud me manda un aviso. La vejez es respetuosa pero implacable. “Don José, le ordeno que deje de cortarse usted las uñas de los pies. No sea tacaño y vaya a un podólogo”. La vejez es sucia y humillante. El viejo banquero, el ilustre político, el ex ministro de Asuntos Exteriores que pueden pagarse, tan ricamente, una mano mercenaria que les limpie con eficacia el trasero, también se sienten humillados por su dolor, por su suciedad. Aquí no se libra nadie. El poderoso rey emérito, ese astuto negociante, ese brillante regatista e incansable fornicador no se libra. “Majestad, es la hora de las abluciones”.

 

Mencionemos ahora a otros colegas menos afortunados y de los que me acuerdo con dolor. Pienso en los residentes de las residencias que dependen de los demás y les dan de comer –está probado por las denuncias públicas– comistrajos indecentes. Estos viejos que lloran de desesperación, se mesan los cuatro pelos que les quedan y le piden con fervor a Dios Nuestro Señor y a su mamá, la Santísima Virgen, que les eche una mano. Que, coño, no es por protestar, pero he trabajado de albañil, de paleta, ¿sabe usted?, y ahora tengo hernias discales y no me puedo ni mover. ¿No puede usted, don Dios, llevarme con Su Excelencia, que, según mis anotaciones, tengo el cielo ganao?

 

Hay ancianos, muchos, millones, que tienen cinco hijos y, de viejos, pasan una quincena con cada hijo y duermen en un colchón en el pasillo y se rilan por la pata abajo. Son sordos pero oyen los malos modos de sus nueras que les dicen, mientras les libran de sus pises y de sus cacas, que es un viejo guarro, que hay que ser más higiénico y pensar en los demás, caramba. Que una se pasa la vida limpiado escaleras y tiene que deslomarse y menos mal que el sábado se marcha usted a ca la Joaquina y le pierdo de vista dos mesecitos. Qué ganas tengo de que la diñe, viejo chocho.

 

Mi obligación, como escritor y como viejo, es observar y denunciar, gritar, aullar, quejarse y decirle a quien corresponda que la sociedad tiene que evolucionar, que la eutanasia tiene que ser una realidad en nuestro país y no algo testimonial por tener enfrente a facultativos con ideas mostrencas, por señores que dicen, sin inmutarse, que más sufrió nuestro señor en la cruz. Mi obligación, como analista, es observar la vejez como si esa realidad no fuese conmigo. La sociedad tiene que evolucionar y las izquierdas, las que traen las ideas evolutivas metidas en su zurrón, tienen que traer o sugerir el suicidio asistido para que, cuando un viejo desesperado lo grite, lo pida, alguien le eche una mano. Eso no es un crimen. No. Es un acto de amor, dígalo Agamenón o su porquero.

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