“Resulta patético creer que la tortilla de patatas en un sorbete está más rica”

Millán Salcedo

Lunes, 11 de Febrero de 2013

Etiquetada en...

Asegura que el estrés le obligó a abandonar su profesión de humorista. Ahora vuelve a subirse a los escenarios haciendo gala de ese talento que lo convirtió en uno de nuestros cómicos más célebres. Ana Marcos

En su última obra, De verden cuando”, Millán Salcedo (Brazatortas, Ciudad Real 1955) nos invita a un “piano-bar” imaginario en el que se desenvuelve durante una hora y media entre carcajadas de su público. Una visión de la vida bañada de humor que, según sus palabras, es “risa y sonrisa. La sal y la pimienta… Es biografía, homenajes, complicidad, canciones… Recuerdos de un lirismo emocionado”. “Ha sido”, prosigue, “un desnudarse, un salir y decir “hola, me llamo Fulanito y me pasa todo esto, que a veces me río, que a veces no me río, opino esto y lo otro… una grandísima ensalada inclasificable. No sé si es espectáculo, show o qué, pero sí es un entretenimiento”.

 

La vida le ha llevado por un camino complicado, con sus luces y sus sombras. De sus años en el internado, donde era un chico solitario, al inmenso éxito muy jovencito de Martes y Trece. Una época que recuerda con simpatía y cariño, aunque algún gesto serio se le escapa involuntariamente: la separación de Josema Yuste terminó con el conjunto humorístico más exitoso de España. Ellos inyectaron savia nueva a un sector que necesitaba urgentemente relevos, y lo hicieron con brillantez, originalidad y, sobre todo, con un humor blanco que gustaba a todo el mundo. Quizás esto último fue lo más difícil.

 

Millán Salcedo lleva ya muchos años enfrentándose solo a un libreto, y a un escenario y por supuesto, a la servidumbre de las promociones. Llega a la entrevista como un torbellino para llenar todos los espacios con su locuacidad e innegable simpatía, sin poder renunciar a esa mente inquieta y creativa que consigue a lo largo de esta entrevista llenar de carcajadas este antiguo e histórico teatro de La Latina, en Madrid. Y ya tiene pensado otro espectáculo para más adelante.

 

SOBREMESA: Brazatortas, Ciudad Real, 1955. Supongo que para un chico de La Mancha, como era usted, llegar a ser artista quizás fuera tan solo una utopía.
MILLÁN SALCEDO: En mi caso tuve la enorme suerte de caer en un estupendo colegio de curas, Los Salesianos. Mi padre murió y los tres hermanos éramos muy pequeños, con lo que mi madre me metió en un internado a los siete años, porque además yo era el más revoltoso. Bueno, historia de nuestra España de todos los tiempos. Pero no hay mal que por bien no venga y, mira por dónde, los salesianos eran gente lúdica, les gustaba la música, San Juan Bosco, patrón de la cinematografía, era su fundador. Total, que me meten de niño cantor, como solista nada menos… ¡Ay ese Joselito! Ja, ja, ja. Y de ahí arranca todo. Hacíamos coreografías, cantábamos canciones de moda de Karina o Los Brincos… ¡Yo qué sé! Desde entonces tuve claro siempre que mi norte estaba en un escenario.

 

S.: Hasta los diecisiete años… Luego la gran ciudad le esperaba.
M.S.: Bueno, exactamente me esperaba la portería de la calle General Lazy número 11, donde había conseguido mi madre un trabajo después de quedarse viuda y emigrar a Madrid. Vivíamos sin baño, sin medios… ¡Ay! ¡Pero no hay que dramatizar! Aunque sí deberían tomar nota estos jóvenes de ahora, a los que les dan todo hecho y encima se quejan… Bueno, retomo el hilo: cuando vengo a Madrid, ¡me pongo a planchar mangas!

 

S.: No sé si he entendido bien…
M.S.: Hago oficialía industrial y me coloco en Almacenes Santa Clara, entonces una filial de El Corte Inglés, donde estoy planchando mangas nueve horas diarias. No te puedes imaginar lo que es eso, porque encima era en cadena. ¡Qué calor! Y un día cuelgo la plancha. Me presento en la portería y le digo a mi madre. “Mamá, me he despedido, es que yo lo que quiero es ser actor”. ¡Y no se molesta, le encanta! Y toda mi familia me apoya.

 

S.: En aquellos tiempos no sería fácil abrirse camino…
M.S.: Bueno, como ahora, y encima en mi profesión, como en la tuya, hay muchísimo intrusismo. Pero entro en la Escuela de Arte Dramático y descubro un mundo apasionante, conozco gente, estudio a los clásicos, voy a la tele a hacer figuración, ¡tantas cosas maravillosas! Y entonces me convierto en un tío feliz.

 

S.: ¿Y cómo llegó al humor?
M.S.: En esa época haciendo figuración en el teatro conocí a estos dos locos, Fernando Conde y Josema Yuste, haciendo “Las cítaras colgadas de los árboles”, de Antonio Gala. Hacemos paridas, nos tronchamos de la risa, nos llevamos muy bien y como uno canta, el otro toca la guitarra, un tercero imita, pues nos lo montamos nosotros para no estar esperando a que nos llamen. Vamos trotando de pub en pub hasta que recalamos en uno donde nos contratan. Y ahí empieza todo, en 1978.

 

S.: Desde aquel pub a la “empanadilla de Encannnnnaaa” no pasó mucho tiempo
M.S.: Todo fue hilándose poco a poco pero rápidamente. En la entrega a Andrés Pajares de la “H” de humor nos pasamos y cuando estábamos allí nos ofrecieron entrar de teloneros. Le echamos tres pares de… Nos subimos arriba y Pajares no dijo más que maravillas de nosotros desde aquel día.

 

S.: Tres eran tres. ¡Qué exitazo!
M.S.: Si, sí, teníamos buen rollo entre nosotros, éramos distintos, aportábamos novedades, tres melenudos, jóvenes, con mucha coña… Pero, ¿sabes qué pasó? Que a la gente luego le empezó a gustar otro tipo de cosas que, sobre todo a Josema y a mí nos gustaban también más, como la parodia, la imitación o cantar. Y entonces Fernando se sintió un poco relegado, yo creo, porque nunca lo hemos hablado. Por otra parte, él echaba de menos el teatro. Fue una faena porque Conde era una parte muy importante, el que llevaba las riendas de esa terna dislocada que éramos Yuste y yo… Pero bueno, en 1984 abandonó el trío.

 

S.: Son catorce años ya sin Josema. Él declaró que quería empezar el 2013 con usted, en la televisión. ¿Por qué no recogió el guante?
M.S.: Creo que este hecho se ha tergiversado. Me da la sensación de que algunos quieren enfrentarnos para dar carnaza. Esa frase se sacó de contexto y se puso de titular. Pero si leías entre líneas no era exactamente así, venía a decir que me daba cinco minutos, él a mí, – ¿tú fíjate qué barbaridad!–, textualmente “para que hiciera lo que quisiera y todavía estoy esperando respuesta”. Eso no es verdad. Nunca jamás Josema y yo hemos hablado para hacer ese programa de fin de año. Es cierto que se me tentó para salir los dos, puesto que era 2013, incluso nos ofrecían trabajar por separado sin coincidir. Pero me pareció demencial, aunque yo con Yuste jamás he hablado de esto para nada. Así que, de verdad, no lo van a conseguir, no nos vamos a enfrentar.

 

S.: Martes y Trece, ¿pesa, ayuda…?
M.S.: Hubo un tiempo en que estaba absolutamente saturado, ¡odiaba las empanadillas! Ja, ja, ja… Pero un día dices, ¿de qué te estás quejando?, ¿Cómo tienes valor? Cuéntaselo a todo el mundo, diles “Oye, que soy yo, que sigo en mis trece” y salió un libro en el que cuento todos los entresijos del grupo. Y estoy muy orgulloso. Ni más, ni menos.

 

S.: Vamos a ponernos serios, defíname humor.
M.S.: El humor es un estado de ánimo. Lo que pasa es que unos lo llevan de una manera y otros de otra, porque los estados anímicos son así de puñeteros. Yo me puse muy malo por no intentar decepcionar a la gente y estar a la altura de lo que yo pensaba que me pedían, total, que surmènage al canto. Y en mi reposo me di cuenta de que no podía estar 24 horas ejerciendo y me lo quité todo, inclusive Martes y Trece. Aunque nadie me creyó porque no me tomaron en serio, esos “listillos”… Pero fue la pura realidad.

 

S.: ¿Cómo ve el humor actualmente?
M.S.: Creo que se ha recuperado el monologuista, pero a veces parece que creen que lo han inventado ellos. Acuérdate de Gila, o de los “cortinas”, que contaban chistes con la cortina echada para entretener al público entre acto y acto, como Luis Cuenca, por ejemplo, ¡eran buenísimos y no se habla nunca de ellos! En el humor está todo inventado, lo importante es aportar algo, como nosotros hicimos y ahora José Mota, de lo que me alegro, porque es evidente que ellos, Cruz y Raya, florecieron en el terreno que nosotros les dejamos abonado y han crecido a nuestro rebufo. Gracias a ellos, y a Mota ahora, nosotros seguimos presentes. También la Muchachada Nui hace cosas interesantes.

 

S.: Hay gente que dice que la cocina de vanguardia ahora es cosa de broma.
M.S.: La cocina de vanguardia me divierte pero a veces se pasan y resulta patético creer que la tortilla de patatas en un sorbete está más rica. Es gracioso que lo digan ustedes, que le pongan estrellas Michelin (y además qué gracioso que le pongan Michelin, ¿no? Ja, ja, ja…), pero que no impongan. La cocina tradicional me encanta y en España se come muy bien en todas partes, aunque en especial me encantan las legumbres y desde luego, toda la cocina de La Mancha, ese pisto con huevos, ese queso que es una gloria o unas simples gachas.

 

S.: ¿Usted practica?
M.S.: Yo no sé cocinar, aunque últimamente hago mis pinitos y estoy preparándome cosas sencillas como carnes a la plancha o ensaladas. Llevaba unos 30 años comiendo y cenando fuera de casa pero ahora menos: me lo ha recomendado Rocío, que es doctora para más señas, y me ha dicho que me cuide… ¡Estoy de pavo! Ja, ja, ja… 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.