César Serrano

Niño Juan

Domingo, 31 de Diciembre de 2023

La muerte de Juan Estrébedes Cerrillos se venía anunciando desde el mismo día de su nacencia, un día de enero del año del pan negro, un día en el que soplaba una fuerte ventisca y en el que la nieve, que nacía blanca en las alturas, llegaba negra a las empedradas calles de Picote. César Serrano

[Img #22934]También se podía escuchar en medio de la noche el sobrecogedor llanto de los gatos, tal vez anunciando la muerte de Juan Estrébedes Cerrillo. Cuando el niño Juan asomó su carita saliendo del vientre de la madre traía el color morado de las aceitunas, color que asustó a Eugenia Martín Azabal, la partera de Picote. Tras la carita del niño Juan vino todo él, y todo él llegaba con ese color del último envero de las aceitunas a punto de su maduración. Fueron momentos de mucha angustia en los que la pericia de tía Eugenia, tras unos instantes donde nadie parecía respirar, conseguía desenredar el nudo que el cordón umbilical había formado alrededor del cuello del niño Juan. Después, tres golpecitos en la espalda y el primer llanto. La noche fue negra, negro el día, en el que el sol no alumbraría las calles ni los tejados de Picote, que aparecían cubiertos de la nieve negra caída durante la noche, tal vez, anunciando la muerte de la madre del niño Juan, Adela Cerrillos, viuda de Juan Estrébedes. Es cierto que la muerte de Juan-padre nunca fue confirmada por autoridad alguna, pero Adela Cerrillos, desde aquella madrugada de noviembre en que sonaron golpes y voces a la puerta de casa y se llevaron al su Juan, siempre vistió de negro. Le costó mucho crecer al niño Juan, si es que creció. De vez en cuando a su cuerpecito menudo llegaban espasmos y de su boca salían espumas densas y espesas del mismo color con que llegó a la vida. Después, pasados los estertores y aún con los ojos casi en blanco, un llanto largo, acongojado, y ahí parecía morir, y ahí, siempre, la abuela Eufemia lo tomaba en sus brazos, lo acomodaba entre sus piernas y le decía: “No te vas a morir, niño bueno, aún no es la hora de irte con los padres”. Entonces, y tras acariciarle la carita aún desencajada, con una cucharita le iba dando una sopa hecha con las patas de una gallina sacrificada en alguna casa vecina y un poquito del pan negro del día anterior. En cada uno de los ataques, así se referían en Picote a los estertores que sufría el niño Juan, se anunciaba su muerte, muerte que, aun estando cercana, nunca traspasaba el umbral de la vida. Y esta vida se manifestaba sobre todo en los días de primavera, llenos de risas y de sueños para el niño Juan. A veces soñaba con ser el agua que descendía con fuerza por las gargantas para entregarse a ríos y océanos de sirenas; otras veces era un pájaro que volaba tan alto que podía ver desde esas alturas todos los países, también los de América y Oceanía, y los de otros continentes que sabía de su existencia por un globo terráqueo que de vez en cuando le permitían girar en la escuela. Del mismo modo aprendió a volar con los libros, y desde ellos construía enérgicos discursos cargados de esperanzas con los que se dirigía a los habitantes de Picote, que emocionados se unían al combate que les proponía para terminar con la avaricia, “la madre del mal”, decía. Sí, soñaba y soñaba mientras sentía las manos de la abuela que lo acogía en su regazo: “No mi niño no, aún nos quedan muchos sueños que apañar…”.

 


 

Consomé

 

Ingredientes

 

2 zanahorias

1 puerro

1 cebolla pequeña

2 dientes de ajo

1 rama de apio

10 patas de pollo

un chorro de aceite

sopas de pan

 

Preparación

 

En una cazuela derramar un chorro de aceite y pochar todas las hortalizas, que se habrán picado en juliana fina. Cuando estén en su punto de pochado añadir las patas y saltear unos instantes. Verter el agua y dejar cocer a fuego medio-bajo durante una hora. Por último, picar las sopas y añadir a la cazuela. Dar un hervor y servir.

 

 

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