MovilPhobia
La verdad es que noto que, de un tiempo a esta parte, estoy bajando el nivel. No me refiero al mío o al de mi prosa, por supuesto, sino al de mis temas, ya que siento que los estoy dedicando a unas cuestiones que yo tenía por superadas, pero mi cotidianeidad no deja de contradecirme. Santiago Rivas
Hoy voy con un problema que parece sacado de, no sé, 1998, de cuando Umberto Eco soltaba eso de que tener móvil te coaccionaba la libertad en una entrevista en el maravilloso Lo + Plus (para quien no lo vivió era un programa, en la parte abierta de Canal+, que solo invitaba a gente top, como El Hormiguero, pero sin jueguitos ni enanos), o de cuando en mi grupo de amigos nos reíamos del que ya iba con un Motorola… por flipado.
Cierto es que el aparato noventero al que me refiero poco tiene que ver con lo que ahora llamamos móvil. Ahí sí que solo servía para hablar, escribir mensajes que se pagaban a cinco céntimos cada uno y jugar al gusano.
El caso es que últimamente he participado, siempre a mi pesar, en conversaciones que comentaban la jugada de ciertos restaurantes y coctelerías que están prohibiendo el uso del móvil en sus instalaciones. Unos solo en lo concerniente a no hacer fotos a su interior o creaciones y otros que, directamente, prohíben el uso del terminal, no sé de qué modo ni nadie supo aclararlo. No descarto que sean leyendas urbanas, meras declaraciones de intenciones o maquiavélicas tácticas de comunicación basadas en la psicología inversa, pero ante mi sorpresa, la mayoría de mis contertulios estaban muy favor de esta castración tecnológica temporal. Es mi deber decir que estos acompañantes conversacionales eran hombres de cierta edad, lo que viene a ser pollaviejas. Hay que delatar siempre el contexto sociológico. También debo señalar que todos eran críticos gastronómicos de ramas más o menos vínicas.
Yo entiendo que en las redes sociales hay mucho perfil mamarracho, que la gente es muy pesada y que a veces sobrecoge ver a muchos de los clientes de un local estando más al móvil que al tema en cuestión, pero no sé hasta qué punto es ir peligrosamente de guay autolimitar tu visibilidad. Porque, no nos engañemos, el boca-oreja más potente de la historia de la humanidad son las redes sociales. Bien utilizadas, son la herramienta más potente para dar a conocer negocios, productos, marcas, recetas, vinos y todo aquello que sea fotografiable, negar eso es caer en una idiocia astracanada y más ahora que todo el mundo se queja de que si se España se rompe, que si verás que crisis, que si Winter is Coming, que nadie gasta, que si no sé que hace ese otro sitio para estar lleno… esas cosas.
Reconozco que el móvil despista, pero vamos, tampoco creo que tomarse un whisky sour conlleve la concentración de un controlador aéreo. Creo que con un poco de empatía y educación hacia nuestros acompañantes y resto de clientes se resolvería, por no hablar del pobre que vaya solo. A ver cómo se entretiene. Claro, que como a ese también se está poniendo de moda prohibirle la entrada, pues ya estaríamos.
Yo no tengo pudor en reconocer que a mí las redes sociales me han cambiado la vida para muy bien y me generan un elevado número de momentos gratificantes. Sin duda es, profesionalmente, lo mejor que me ha pasado nunca. No puedo entender esta fobia.
Es un poco como imagino que tuvieron que reaccionar los cavernícolas cuando apareció el primero con una antorcha. El día que se descubrió el fuego nació inmediatamente después el miedo a quemarse, pero vamos, menos mal que no hicieron caso y estos pioneros siguieron con sus fogatas. Tendría cojones que ahora que las bodegas mainstream se matan por entrar en los maridajes y cartas de los restaurantes de jerarquía para salir en las fotos y los skylines botelliles, justo ahora, fueran estos y prohibieran el uso de los móviles.
Sería un ejercicio situacionista que reconozco me gustaría ver, pero solo porque, a veces, simplemente quiero sentarme, servirme un vino y ver el mundo arder.
Imgen: Austin Distel // Unsplash
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