"El humor y la comedia son dos herramientas para defenderse en la vida"

Álex de la Iglesia

Martes, 24 de Septiembre de 2013

<p><b>Su cine está marcado por ese binomio humor-violencia que él considera la misma esencia de la vida</b>. Ahora estrena <b>Las Brujas de Zugarramurdi,</b> una desmadradísima comedia por la que desfilan brujas, ladrones y desempleados de incierto destino.</p> Gema Eizaguirre

Concibe la existencia como una especie de pesadilla donde el protagonista sobrevive gracias al arma letal del humor. En su etapa de director de la Academia de Cine este bilbaíno, aficionado a la cocina exótica, tuvo que lidiar con los internautas antes de aprobarse la Ley Sinde antipiratería, y logró el regreso al redil de los hermanos Almodóvar. Balada triste de trompeta (2010) y La chispa de la vida (2011) son sus últimas películas, aunque en su repertorio cuenta con producciones internacionales como Los crímenes de Oxford (2008), donde dirigió a Elijah Wood y John Hurt. Porque, como él afirma: “No me gusta contar solo las paranoias que tengo en la cabeza”. De la Iglesia habla sin pelos en la lengua y ofrece, en una mixtura de ironía, realismo crudo y toques de optimismo, su visión del cine español, del País Vasco y de la sociedad española.

Sobremesa: Las brujas de Zugarramurdi es otra de sus películas disparatadas, pero parte de una base histórica. ¿Cómo surge el argumento?
Álex de la Iglesia:
Tengo un origen extraño y bastardo (sonríe). Estudié Filosofía en Deusto y me gustaba mucho el libro Las brujas y sus mundos, de Julio Caro Baroja, que hablaba de las “sorginaz” (brujas vascas) y de las tradiciones culturales de Euskadi. Pero esta película tampoco es un estudio sobre el asunto. Se trata de una broma, aunque sí es cierto que hay una base sobre su esencia. Esta temática me resulta terriblemente atractiva.

S.: ¿En el fondo subyace alguna metáfora sobre brujas actuales a las que haya que temer?
A. de la I.:
(Risas). No, en absoluto. Aunque sí quiero hablar de la forma que tenemos los hombres de enfrentarnos a la vida, a nuestros propios problemas y carencias. Me río sobre todo de mí mismo y de la manera en que me enfrento a las mujeres y a la vida en general. Porque el hecho mismo de vivir te lleva a la locura. Y los personajes de la película viven en un caos, pero al huir se van encontrando a sí mismos; hablan de sus debilidades, de sus miedos…

S.: ¿A qué le teme usted?
A. de la I.:
A la falta de paciencia, al dolor... Todos tememos el dolor, sobre todo a no saber administrarlo y a perder el control.

S.: Hablando de paciencia, ¿no le faltó un poco en la Academia de Cine? Se aprobó la Ley Sinde y, como no le gustaba, dejó el cargo.
A. de la I.:
No fue falta de paciencia, sino producto de una decisión meditada. Esa era la forma de generar un debate que no se estaba dando. La labor de Enrique (González Macho) ha sido extraordinaria: ha calmado las aguas y hemos abierto lazos en común con el mundo de Internet y sus posibilidades de financiación. La mejor manera de luchar contra una oferta ilegal es generar otra legal. Ahora tenemos Filmin –que está resultando un éxito– y otras webs. Pero también hay que hacer examen de conciencia, y creo que no ha habido preocupación por parte de los cineastas de encontrar un hueco en la red.

S.: El tema de las subvenciones al cine, ¿cómo cree que deberían gestionarse?
A. de la I.:
La mejor idea sería que el cine español no dependiera de nadie y buscar nuevas formas de financiación. En Francia vive protegidísimo por las subvenciones, y un euro de cada entrada va a parar a su cinematografía. Lo hacen con agrado porque creen que es una manera de proteger su cultura. Eso no funcionaría en España ya que la opinión que tenemos sobre nosotros mismos no es tan buena como la que mantienen en otros sitios. De eso tenemos mucha culpa los cineastas y también otros grupos de poder que están más interesados en que se haga televisión. No porque resulte más rentable, sino porque forma parte de su negocio.

S.: ¿De verdad nos ven tan bien desde fuera?
A. de la I.:
La mejor manera de saber quiénes somos es mirarnos a través de los ojos de los demás. Plantéate: ¿qué impresión tienen de nosotros en festivales como el de Venecia, Toronto, Corea? Pues nos consideran, –y no quiero ser francés, una de las cinematografías más potentes de Europa. Y cuando te dicen eso es que te entra la risa, te lo juro.

S.: Consiguió que regresaran a la Academia los hermanos Almodóvar. ¿Qué sucedió con Garci?
A. de la I.:
Garci es una persona extraordinaria, que ha hecho películas que no consigo, ni quiero, olvidar; y es un amigo. En la Academia no nos ponemos de acuerdo en cómo elegir las películas que van a los Oscar, y eso es muy importante. En el momento en el que una persona –por lo que sea– no resulta del agrado de una gran parte de los socios, no llega nunca a los Oscar; y Garci se marchó porque no se daban las condiciones para volver a esos premios. Hice lo imposible para que regresara, creo que hubiera sido bueno para él y para los demás.

S.: ¿Le resultó ardua su labor al frente de su gremio?
A. de la I.:
¡Qué va! Fueron los dos años más divertidos de mi vida profesional, en los que aprendí y conocí a más gente. Encontré posturas diversas, tuve que defender mis propias ideas y, algunas veces, cambiar de opinión. Y eso es algo que en este país no se entiende, todos opinamos lo que opinaban nuestros abuelos; no ya nuestros padres. Cambiar de opinión es considerado, primero, como signo de estupidez, y luego, como signo de cobardía, de irresponsabilidad y de traición; ¡cuando debería ser la base esencial del diálogo! Al no cambiar, las conversaciones se convierten en monólogos alternantes, que es lo que tenemos en este país. Es algo entre patético e idiota.

S.: ¿Se refiera a los políticos o a la sociedad en general?
A. de la I.:
Creo que esto nos influye a todos. Todos somos muy parecidos; quizá a nosotros se nos note más porque tenemos una repercusión mediática, pero todo eso forma parte de nuestra forma de ser.

S.: En su filmografía cuenta con producciones internacionales como Los crímenes de Oxford y Perdita Durango. ¿Qué le atrae de ese cine tan distinto al suyo?
A. de la I.:
Fueron unas experiencias magníficas, lo que pasa es que yo disfruto más haciendo películas como Las Brujas…; ese es mi cine. Pero como director, también quiero dirigir guiones de otros. No me gusta el autor que muestra sólo sus paranoias, prefiero diversificarme.

S: Cultiva un género que se podría definir como “terror disparatado”. ¿Esa es la esencia de su cine?
A de la I.:
Son las pautas de mi vida. Para mí todo es terrorífico o grotesco, por lo que llega un momento en el que la única forma de enfrentarse a eso es reírse. Creo que el humor y la comedia no son solo un entretenimiento para los fines de semana, también son dos herramientas para defenderse en la vida.

S.: Muchas de las secuencias de sus películas se desarrollan en edificios como la escena de Santiago Segura colgado del luminoso de Schweppes en la madrileña Plaza de Callao. ¿Qué tiene con la arquitectura?
A. de la I.:
La arquitectura, al igual que el vestuario y el maquillaje, define al personaje. El personaje no es solo lo que está dentro, lo que se mueve dentro de él, sino lo que está fuera. Eso condiciona el vestuario –con sus teorías cromáticas–, la manera de mirar, cómo está maquillado el ojo... Todo eso le obsesionaba mucho a Hitchcock, y le contaba a Truffaut, en una entrevista, que él quería separar a los personajes del fondo; que el fondo complementara al personaje.

S.: ¿Cuándo pasea va pensando en posibles localizaciones?
A. de la I.:
Voy caminando por la calle y de repente digo: “¡Uy, qué bonito!”, y pienso: “Desde aquí no hay nada feo, todo es perfecto; aquí hay que rodar”. Y así estás todo el rato, toda la vida. O ves un tío en la televisión o en el teatro que quieres que diga tu frase. Estás trabajando y dándole vueltas las 24 horas.

S.: Dice que la violencia de la kale borroka que vivió en Bilbao influyó en su cine…
A. de la I.:
Eso ocurría, sí. No creo que pudiera dirigir Desayuno con diamantes. No soy una persona de comedia blanca; me gusta que las cosas sepan. Y en este sentido –enlazando con la gastronomía– me gusta lo increíblemente picante, que la carne esté quemada por fuera, y por dentro sin hacer; y me gusta echar muchísima sal. De hecho, creo que estoy gordo por eso, porque tampoco como tanto. También me gusta mucho la comida exótica (vietnamita, tailandesa, brasileña). Me encanta todo lo que no comía de pequeño. Pero todo eso te lleva a una involución, y de pronto dices: “¡Basta de movidas raras!”, y vas y te tomas unas alubias.

S.: Lo suyo es la exageración en grado superlativo.
A. de la I.:
Exactamente. Me gusta lo sobreactuado, me encanta lo irregular, lo estridente… Me gusta cualquier cosa que no sea aburrida. El equilibrio es una manera de vendernos y hacernos aceptable una sociedad instaurada en el culto al sistema.

S.: Volviendo al cine. Repite con Carmen Maura, ¿le gusta quitarle las chicas a Almodóvar?
A. de la I.:
Una buena idea se la quitaría a un niño pequeño por la calle. Tengo tantas ganas de que la película resulte lo mejor posible que no tengo prejuicios. Quiero a Carmen Maura porque es la mejor actriz que conozco en este país. Me gustaría no tener que reconocer dependencias de otros, pero en el caso de Pedro soy muy feliz en decir que es uno de los mejores directores de este país, y una de las personas con las ideas más inteligentes y sorprendentes. Y tanto para dirigir y escribir un guion como para elegir actrices. Maura es un ejemplo.

S.: Parece que las actrices maduras lo tienen más complicado que ellos para encontrar buenos papeles.
A. de la I.:
Sinceramente no es mi caso, aunque es posible que haya gente con ese prejuicio. Como dice Mario en la película: “Yo amo a las mujeres”; y una mujer como Carmen es atractiva y sexi hasta los 80. Es una mujer que te apetece estar con ella, hablarle, te apetece besarla… Es maravillosa. 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.