Sir Cámara

¡Tru, tru... Trufas!

Domingo, 10 de Marzo de 2024

Alguien que recientemente había pasado por el blog de la revista Sobremesa, sensato y con memoria por lo que se ve, me preguntó al salir del cajero automático si era yo uno de los que, de vez en cuando, escribían allí. Lejos de la vanidad y casi con miedo, creo que susurré que sí; que era yo el firmante de algunos asuntos allí expuestos para estimular el diálogo, el griterío o simplemente la conversación en cualquiera de sus manifestaciones: o sea, el blog. Intenté escapar de aquel acoso en el que, sobre un tema concreto, diera las respuestas adecuadas para ganar la partida. No me gusta ni el juego ni los concursos, Prefiero buscar documentación, contrastarla y... ¡Pues nada! La pregunta estalló: ¿Sabes algo de trufas? ¡¡¡Tachaaan...!!! Sir Cámara

 

[Img #23181]La cuestión no era especialmente difícil, si no fuera porque el personaje se empeñaba en hacer con ese argumento un plano secuencia. Es decir, sin cortes, en este caso no de cámara, pero tampoco para refrescar datos o buscarlos nuevos. A pesar de las bajísimas temperaturas, creo que notaba en el cuello manantiales de sudor motivados, con toda seguridad,  por el temor a no estar a la altura en mi primer plano secuencia con ribetes micológicos.

 

Sin perder tiempo, y con el grato objetivo de llegar cuanto antes al final de esta incómoda situación, puse sobre la mesa el sujeto protagonista de la charla con nombre y apellido: Tuber melanosporum. Para dar más dimensión al latinajo, que parece aportar rigor y verdad, saqué también la Tuber aestivum, trufa de verano o de san Juan para dar ideas de regalo a las Juanitas y los Juanitos en su día. Pero no era sólo eso. El bloguero tenía claro el motivo de su cacería. ¿Realmente, a qué saben las trufas? Insistió.

 

Argumentó que las trufas le gustaban hasta la emoción y más allá del sabor que había descubierto en los quesos aromatizados con lascas de la joyita negra, pero no entendía por qué hay trufas que parecen de Padrón, que unas tienen sabor y otras… no tanto. Iniciamos el retorno a los comienzos para volver a manifestar que era necesario buscar  información y contrastarla para tener la certeza de que los datos no son contaminantes. Imposible. Sólo podía aportar experiencias personales y de ahí surgió que recientemente y dado cierto desahogo de bolsillo, compré unas trufas, de Soria, que no necesitan presentación, y otras de Lérida. En la quiniela, Soria-Lérida, un 1. No obstante precisemos que la primera, la soriana, era la fresca y se utilizó para dotar de luto a unos huevos fritos mientras la catalana venía en un frasco con fluidos y se le encomendó aromatizar un Risotto. Muy bien, muy rico, pero con orientaciones sápidas dirigidas a un nuevo esquema que nada tienen  que ver con los sabores y olores invasivos que comentaba al principio.

 

¿Qué ocurre? ¿Nos reeducan, nos redirigen los gustos y los referentes? Algo así, una sensación similar, me dejó el asaltante curioso que sólo buscaba lo mismo que todos nosotros. Creo.  

 

Este argumento, el de la captación de aromas y sabores,  me recuerda etapas históricas de nuestra transición gastronómica. Aquellos tiempos en los que las cosas nos parecían muy “modernas” –algo que se queda antiguo al acabar de pronunciarlo- pero pusieron, no sé cómo lo hicieron, una alfombra roja a la osadía. Basta recordar cuando el “fuagrás”, en adelante conocido como Foie gras, causó penosas escenas en un sencillo establecimiento hostelero con pretensiones: pusieron un par de latas de fuagrás Mina sobre un boleto Edulis que después planchearon. Eran los tiempos en los que las angulas con ojitos nos abandonaron y alguien dijo que no las echaría de menos porque tampoco tenían un sabor para recordar. Y poco léxico de cata he visto sobre este asunto.

 

Lo cierto es que no he oído a nadie que discutiera el  sabor definido y grato de un respetable surtido de productos ibéricos, acompañados de unos sencillos picos de Europa o unas regañás sevillanas o gaditanas.

 

Pues eso.

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