Vinodelux
El mundo del consumo iniciado, al ser un fenómeno reciente, sociológicamente, no deja de crecer, desarrollarse y bifurcarse. Aquí o estás atento o te despistas. El que pestañea pierde. Santiago Rivas
Resulta que hace unos días estaba en un local de amplia oferta vinera, con un sumiller muy simpático que me facilitó la carta líquida para que la cotilleara. Lo normal. Había de todo: caro y prudente, natural y no tanto (desde una perspectiva sulfurosa, no se me solivianten), europeo y del nuevo mundo, pero lo interesante es lo que este profesional me propuso: si quería un vino de culto o un vino, de verdad (poniendo mucho énfasis en ese “DE VERDAD”), de culto.
Asombrado y divertido, le pedí cinco minutos más de estudio del manual vinero para ver si desentrañaba de manera intuitiva la diferencia.
Ya había observado la disponibilidad de referencias famosas. En cuanto a precio, había unas más prohibitivas que otras, pero quería probar si era capaz de vislumbrar botellas menos evidentes, ya fuera por instinto o por sabiduría. El caso es que cuando volvió, más allá de pedirme un tinto alemán de fresqueo, le pregunté por la manera en la que él diferenciaba un tipo de culto y otro.
Decidido, me contestó que unos eran consumidos por iniciados orgánicos, eran etiquetas a las que llegas por contactos, viajes, experiencia y conocimiento, ya que no se ven demasiado por redes sociales. Los obvios los bebe cualquiera con dinero y acceso a redes sociales, pero él notaba cuando alguien sabe y cuando emula saber. Y eso, siguió con toda la inquina posible, cuando “de verdad” los bebían, que alguno de esta estirpe de lo que más fotos sube son de las botellas de la mesa de al lado.
Ojo con esto que muchos de mis informantes (los tengo por todos lados) me están diciendo que esto de la de la apropiación de skylines botelliles ajenos es una moda en auge.
Mas allá de la razón, o de lo que piense cada uno, esta disquisición me hizo reafirmarme, por si no estaba ya convencido, en que el vino está entrando de lleno en el universo pop, cada vez se puede concluir más tajantemente que nuestra cultura, por fin, forma parte de la sociedad del espectáculo.
Porque, sobremesers, no me digáis que no os suenan este tipo de actitudes en otras disciplinas.
Por ejemplo, en el cine, ahora mismo, habrá quien reniegue de Yorgos Lanthimos, que en su primeras obras muy bien, director de culto; pero desde que rueda en Hollywood y es nominado y premiado en los Globos de Oro o los Óscar, pues que ya es mainstream y dejó de molar. O en la música, ese grupo indie que cuando solo les escuchaban cuatro (tú, por supuesto, entre ellos) eran la hostia, pero ahora que llenan el WiZink Center, pues que unos vendidos y quienes les escuchan, unos borregos. Podría seguir con muchos más sectores culturales, pero en estos dos ámbitos, expuestos al consumo masivo, hasta se hace cachondeo por su necesidad de diferenciarse y del uso de una pedantería más o menos impostada con publicaciones como Rockdelux (musical) o Cahiers du Cinéma (cine).
Bueno pues, a falta de una revista recalcitrante, sí que empiezan a darse divulgadores (un sumiller lo es), que afean gestos, que considerábamos aceptados, para venir con nuevos.
Y es que, como hace tiempo ya pasó con el sector de los vinos de lujo, verlos trascender a otras esferas que no sean las estrictamente iniciadas, sentirnos desposeídos de ellas, nos hace sobre reaccionar negando hasta la calidad intrínseca que tienen, tan solo para que no asocien nuestra intelectualidad con la del resto. Que nadie se confunda. Que nadie nos confunda.
En otra que no estuvo mal, otro ser humano me condenó por querer probar un Sassicaia cuando, según él, había otros tintos de la región mejores y mucho más baratos (esto se cumplió, lo primero no).
Por tanto, si vienen los turbocromistas a desposeernos de las marcas que consideramos “nuestras”, renegaremos de ellas y nos inventaremos nuevas.
Que las hay y siempre las va a haber.
El caso es que nunca nos cojan con vida.
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