Rompiendo el ayuno
Brunch, la comida más disfrutona del día

Siempre se ha dicho eso de que todos tendríamos que “desayunar como un rey, comer como un príncipe, y cenar como un mendigo”. Pero, más allá de las bondades nutricionales que pueda tener hacer un desayuno consistente, lo que está claro es que es una de las comidas más gozosas del día. Especialmente, cuando no se tiene prisa, y se puede tomar a la hora a la que a uno le apetezca levantarse. Begoña Tormo. Imágenes: Álvaro Fernández Prieto y archivo.
A este desayuno tardío es a lo que los anglosajones llaman “brunch”. Todo el mundo sabe que el nombre proviene precisamente de la contracción de las palabras inglesas breakfast (desayuno) y lunch (almuerzo), pero lo que no está tan claro es su origen. Se dice que fue un invento de las clases adineradas británicas, que necesitaban una fórmula para que sus sirvientes pudieran ausentarse para ir a misa los domingos, pero dejándolos a ellos bien “atendidos”. La solución consistió en una especie de bufé que quedaba preparado para que los indolentes señores pudieran comer cuando a ellos les diera la gana, lo que, presumiblemente, ocurría bien entrada la mañana. Muchos años después, los norteamericanos incorporaron esta costumbre, aunque parece que fue más para mitigar los efectos de los excesos del sábado, que por temas de libranza del servicio. Lo curioso es que la mayoría de los “brunches” están compuestos por una serie de platos que casi siempre son los mismos: huevos Benedict (cuyo nacimiento hay que buscar, precisamente, en el monumental resacón de un cliente del hotel Waldorf, en Nueva York), bagels de salmón y queso crema, tostadas con aguacate, tortitas, bollería variada, zumos (y más recientemente smoothies), yogur, fruta, y, por supuesto, té o café.
Aquí, en España, hace ya unos cuantos años que abrazamos la moda del brunch (como hacemos con casi todas las que llegan de Estados Unidos), pero, afortunadamente, algunos establecimientos se salen del camino trillado para ofrecer una selección de platos que son más afines a los gustos de aquí, y que hacen de este capricho algo mucho más seductor. Es el caso, por ejemplo, del hotel César Lanzarote (La Asomada, Lanzarote). En un entorno pensado y ejecutado hasta el último detalle para que el huésped encuentre la paz y el sosiego, el “brunch” ayuda a que la estancia se convierta en un auténtico lujo. El ágape comienza con un caldo de jamón que entona el cuerpo. Continúa con una agradable nabo glaseado con anchoa, y con un potente rigatone con almogrote, que hace el primer guiño al producto local. Después, unas judías verdes salteadas con tocino ibérico, que ya quisieran tener en los brunch americanos. Y, quizá por no desmarcarse del todo de la fórmula convencional, prosigue con un huevo Benedictine (con salmón de UGA, eso sí), para terminar con un fantástico sándwich Club, que es de los mejores que he tomado y que promete convertirse en un “must” del hotel. Para beber: champagne, porque es lo que procede, y porque la propuesta incluye dos copas por cabeza. Difícil resistirse este brunch sibarita, y ajeno a corsés... y a sestear después en la piscina, disfrutando del inclasificable paisaje de la isla. De todas formas, si alguien prefiere un desayuno más convencional, no hay problema, porque el bufé tiene las propuestas más habituales, pero elegidas de entre productores cercanos (como los yogures y los quesos), con panes y bollería caseros, embutidos ibéricos, y huevos, para los que siempre prima la calidad como criterio de selección. Incluso, muchas de las frutas proceden de la propia finca del hotel.
La verdad es que, aunque no lo llamemos “brunch”, esa colación a caballo entre el desayuno y la comida, ya está arraigada desde antiguo en muchas zonas de España. Que se lo pregunten, si no, a los valencianos, que no pasan sin su “esmorzaret”. La hora, desde luego, coincide, porque lo habitual es hacerlo entre las 9 y las 11 o 12 del mediodía. Pero su composición es completamente diferente. Esta depende en gran medida de la zona en donde se tome, pero, a grandes rasgos suele incluir una “picaeta” (cacahuetes, aceitunas, encurtidos, altramuces...), y un bocadillo de respetables proporciones, en el que ponen lo que cada uno sea capaz de meter entre dos panes, sabiendo de ingeniería. Además, puede añadirse alguna ensalada, o ensaladilla, tortilla, guiso o ración, antes de llegar al inexcusable “cremaet” (una especie de carajillo con brandy o ron flambeado, azúcar, canela y cáscara de limón). En la Comunidad Valenciana son innumerables los bares que se han especializado en estos almuerzos, e incluso hay unos premios (Cacau d´Or), que seleccionan anualmente los mejores. Pero, si se quiere disfrutar en un ambiente especial, una opción estupenda es acercarse al Mercado Central de Valencia, y buscar un hueco en la barra del Central Bar. Es una propuesta informal y popular, por supuesto, pero firmada por Ricard Camarena, con un punto de alta cocina. Para hacerlo como manda la tradición, hay que escoger un bocadillo, como el “Canalla”, con morcilla picante, revuelto y pimiento encurtido, o el “Mary”, de sepia y allioli, y complementarlo con alguno de los platos fríos o calientes de la escueta carta. Por ejemplo, una ensaladilla, y unos buñuelos de bacalao. Aunque, si se tiene un capricho más exótico, se puede optar por la berenjena con soja y miso.
El triestrellado Dani García es otro cocinero que tiene en cuenta a los amantes del desayuno y del brunch. Para los primeros, la carta de Tragabuches (Marbella y Madrid), ofrece los bocados más demandados en cualquier bar andaluz por la mañana: molletes y pitufos (con aceite y tomate, zurrapa de lomo, paletilla, mixto, sobrasada, mantequilla y mermelada...), huevos (desde la clásica tortilla de patata, a los huevos fritos con pimientos y chorizo, o los benedictinos con carne mechá o con salmón), sándwiches, y bollería variada. Además, de, por supuesto, zumos, cafés e infusiones. Para los segundos, el marbellí tiene un apartado especial en las cartas de Leña (Madrid y Marbella) y Bibo (Málaga, Marbella y Tarifa). Bajo el epígrafe “No hay brunch que por bien no venga”, los sábados y domingos, se propone en Bibo, por ejemplo, un menú con 3 entrantes a compartir (guacamole hecho al momento, brioche de rabo de toro, y langostinos envueltos en albahaca) y un principal a elegir, entre el sándwich de pastrami, la hamburguesa de pollo frito, la “french toast”, y, de nuevo, los huevos benedictinos con bearnesa especiada, y bacon ibérico, o salmón ahumado. El hueco que queda en el estómago, si es que queda, se llena con lo que ha bautizado como “Nutella para morir” (helado de Nutella, palomitas dulces, y chocolate negro derretido).
Aunque, evidentemente, estos homenajes no sean aptos para todos los días, ¿por qué no empezar un día especial con un desayuno (o brunch) que también lo sea?. Y opciones, como hemos visto, no faltan.