Aventurarse
La guindilla de la vida son esas experiencias vitales con un toque de cierta insensatez, que nos hacen temblar en esa mezcla extrañamente maravillosa entre el miedo y las ganas de superación. Mayte Lapresta
Ese lanzarse al vacío en parapente o pasear bajo el mar con una botella de oxígeno a la espalda, subirse a una montaña rusa o tirarse en una tirolina infinita –y Dios sabe dónde está el final–. Adrenalina a tope, sangre bombeando en tus sientes, un rezo interior y un grito gutural que a menudo no sale de la garganta. Y lo haces. Te lanzas y piensas que tu valentía te hace salir de tu área de confort, de tu vida burguesa de menú degustación y tinto en copa Riedel. Pero los riesgos reales, los que de verdad ponen los pelos de punta, no suceden en lo alto de un cañón ni frente a una cascada. Basta con ampliar el angular de la cámara y nos enfrentamos a verdaderas amenazas, a retos que ponen a prueba el tesón, la fortaleza, el equilibrio. Muros que atravesar como héroes mundanos que aprenden a colaborar en una inmensa colmena cuasi perfecta donde cada uno tiene su misión y debe cumplirla desde el respeto y la paz. Y todo funciona hasta que de repente el equilibrio se rompe y hay que buscar nuevos caminos, hacer tuyos retos comunes, atreverse a cambiar las cosas. Sostenibilidad, desarme, cordura en las relaciones internacionales, respeto a la vida. Esos son los paracaídas para los riesgos reales que se unen como nubes negras a los cotidianos. Y nos enfrentamos a ellos mientras criamos hijos y sembramos en ellos anhelos, sueños y sensibilidad, cuidamos a padres que envejecen y se marchan dejándonos huérfanos de alma. Velamos por el amor de pareja, buscando la ilusión propia y ajena. Porque a veces no somos conscientes del tiovivo que supone nuestra cotidianidad, con sus más y sus menos, sus arriba y abajo, sus voy y vengo. 24/7/365 posibilidades de sal, pimienta y chile. Y cuando termina el día de lucha y trabajo, de escollos vencidos y otros no superados, deberíamos sonreír y sentirnos orgullosos por cabalgar, con mayor o menor éxito, a lomos de la indomable y siempre sorprendente vida... Sin duda, la mayor de las aventuras.
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