¿Se puede perder el culto?
Pues no parece, pero lo voy a explicar que ahí está lo bonito y didáctico. Lo primero que hay que hacer, así en general, es definir qué es el culto, dado que se utiliza en múltiples disciplinas e incluso puede que su significado varíe de unas a otras. Santiago Rivas
Se habla de películas de culto, de libros de culto, de grupos musicales de culto, incluso de jugadores de futbol (o del deporte que sea) de culto.
Según la Fundéu RAE, que es la fundación promovida por la Agencia EFE, y la propia Real Academia de la Lengua Española para el buen uso del español en los medios de comunicación, una obra de culto es aquella “que tiene un grupo de personas más o menos numeroso que admira y venera esa obra. Se aplica sobre todo a obras minoritarias o que tal vez no tienen las cualidades que cabe esperar para que sean especialmente populares o del gusto de la mayoría de la gente.”
Por tanto, se relaciona con la singularidad, por no llamarlo rareza. Construyendo sobre este cimiento, podemos inferir que el cine que adquiere este estatus es aquel que se sale de lo habitual y, en consecuencia, solo ha llamado la atención de unos cuantos para los que ha trascendido. Esto, visto desde la perspectiva del consumidor y no de la obra en sí hace que, automáticamente, pertenezcas al culto por tan solo por el acto de consumir ese producto. Ahí también radica el interés que suscita un vino de culto, dado que, al descorcharlo, dotas a ese momento de un sentimiento de pertenencia.
Si conoces la película “Maniac” (cualquiera de las dos versiones), expones una determinada imagen de ti, al igual que si lees “The Magus” de John Fowles o “El Maestro y Margarita” de Mikhail Bulgakov. Divertirte con este tipo de creaciones quiere decir mucho de tu personalidad y, sobre todo, aquel que las asimila es plenamente consciente de lo que está haciendo; por tanto, la obra se convierte en una vía de expresión ya no de su creador, si no de ti mismo.
Esto es lo que hace al arte, precisamente, arte.
La circunstancia, que parecía reservada a otro tipo de sectores, ya se da en el vino. Bueno, se da en general en la gastronomía en sí, pero aquí lo que nos interesa es el vino.
Hannibal Lecter, uno de los asesinos más icónicos de la literatura y cine, convierte su atroz canibalismo en creaciones gastronómicas que no duda en maridar con vino, y su profundo conocimiento de todo lo refinado nos hace empatizar, incluso admirar, a semejante monstruo.
Se puede perder el culto y en la música o el cine tenemos ejemplos de esto: el personal se puso tan pesado con “Los Goonies” que perdió todo el interés que podía suscitar; si hablamos de grupos musicales, podemos citar a The Weeknd, que ya es mainstream y, por tanto, dejó de molar.
Otro tema es que este fenómeno se haya dado en el mundo del vino, aunque no lo parece. Eso sí, siempre refiriéndome a ejemplos que hayan adquirido el estatus de culto en los últimos quince años, que es cuando se ha desmadrado todo esto a través de las redes sociales y el mercado global. Los vinos de culto están muy buenos. Yo, al menos, no conozco uno malo. Puede que existan casos de botellas sobrevaloradas, pero ese sería otro tema; o productores que destacan en unas etiquetas y no tanto en otras, como puede ser el caso de J.F. Ganevat, un productor que no es tan bueno en los tintos como en los blancos, pero su condición de fetiche está fuera de toda duda.
Un ejemplo que seguí de cerca fue el de Clos Rougeard, la considerada mejor cabernet franc del planeta. Pertenecía a dos hermanos, conocidos como Charly y Nady, aunque realmente se llamaban Jean-Louis y Bernard Foucault respectivamente. Al fallecer Charly en 2015, Nady se decidió a vender la marca; y no creáis que lo hizo a un artesano vecino, o a un proyecto romántico de unos jóvenes de la región, que va; Nady se dejó de hostias, vendió a la familia Bouygues y se quitó de en medio. Bouygues es una de las empresas más grandes de Francia, con negocios de construcción, telecomunicaciones, medios de comunicación, transportes y, lo que les da más distinción, vino, ya que también son los propietarios de Château Montrose.
No parece el cambio más evocador ¿no? Pues ha dado igual. Como los vinos siguen estando buenos, que es lo que sustenta el culto, siguen siendo cada año más caros. Y es que eso es lo que creo que tiene que ocurrir para que una marca pierda este prestigio: que los vinos dejen de estar buenos, ya que, al parecer, todo lo demás no importa.
Por tanto, habrá que esperar a ver cuál es el primero en caerse del culto. Estamos ante una fenomenología reciente, es cuestión de tiempo que uno de esos vinos que tanto nos gustan ahora degeneren.
Digo yo.
Estemos atentos.
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