Javier Fernández Piera

¿Un blanquito de París?

Sábado, 06 de Julio de 2024

Empezaba el tardeo en una barra, así que, esta vez, me pedí un vermut rojo de grifo, en vaso zurito, con rodaja de naranja y hielo, de esos que puedes saborear desde que lo pides. Javier Fernández Piera

Mi amiga, una valiente, pidió “un blanquito de París”… el camarero puso la misma cara de póker que yo ¿lo conocías? Yo tampoco: un blanquito de París es ¡un vino blanco con hielo!

 

[Img #23619]La moda, los niños, y algunas tendencias del vino, vienen de París. No vamos a discutir el origen de las tendencias. Me encanta ver la moda como una combinación de expresión personal, influencia social, innovación creativa, psicología y funcionalidad. Las tendencias de moda permiten a las personas conectarse con su identidad, pertenecer a grupos sociales, adaptarse a su entorno y experimentar la novedad y la creatividad. Como, por encima de todo esto, la que pidió el blanquito de París era mi amiga, se desató una conversación que se alargó más de la cuenta…

 

Hay que decir que lo primero que hizo, después de pedir, fue disculparse conmigo. Pero no valía la disculpa porque solo lo hacía por mi dedicación -y obsesión- por la enosofía. Lo que buscaba era la aprobación, y la tuvo, con sobresaliente, y creo que deberíamos romper una lanza en favor de quien consume el vino como le gusta. Y brindar por ello.

 

Hablamos del terruño, de las dificultades de un viticultor a la hora de producir las mejores uvas, de que el sol lleva sus tiempos, que luego hay que saber cuándo recolectar para que la fruta, con todo su carácter aromático, pase a bodega… Hablamos de los tiempos, temperaturas y depósitos de fermentación que añaden notas al vino, de la crianza como ingrediente final y, en definitiva, de todo el trabajo que hay para que al final el producto tenga el equilibrio entre acidez y frutas, un alcohol integrado, un sabor intenso y persistente con notas complejas… Y estábamos de acuerdo en que poner hielo al vino cambiaba ese resultado, pero también cambiaba la experiencia: a ella le gustaba más.

 

Así nos fuimos poniendo de acuerdo en que, en general, en España, nos sirven los vinos mucho más calientes de como debieran hacerlo. Y también en que, si al señor Johnnie Walker (por poner un ejemplo con nombre propio) le dijeran que a partir de mañana únicamente podría servirse solo, sin hielo o sin “colas-locas”, igual tendría que cerrar…

 

También nos pusimos de acuerdo en que un bodeguero podría poner el grito en el cielo si mi amiga pide su vino con hielo: pero que un “buen” bodeguero le podría contestar “¿cuántos hielos quiere que le ponga?”.

 

Y no solo eso: que muchas de las liturgias y normas que hemos impuesto en el vino han alejado el producto del consumidor, y que tenemos que darle alegría y quitarle hierro. Que el vino es para que lo disfrute el consumidor, como es el lector observador quien engrandece y pone en valor las obras maestras disfrutando de su lectura o contemplación.

 

Igual que coincidíamos en que los bares deberían tener los vinos “ICE” (espumosos sobre todo), que se elaboran con más densidad para que al diluirse el hielo el vino esté en su equilibrio óptimo. Ella no sabía que existen estos vinos que están elaborados para consumirse con hielo, y que si no los tomas con hielo pueden ser demasiado pesados. Freixenet fue uno de los primeros en traer este concepto. De todos modos, coincidíamos en el original y apropiado nombre que le pusieron a estos vinos cuando se pusieron de moda hace veinte años en Provenza: “vinos de piscina”. Por eso, también nos pusimos de acuerdo en que “un blanquito de París” es una ridiculez de eufemismo y que, por tanto, es mejor pedirlo claramente, y sin miedo: un vino blanco con hielo, por favor. Yo, por más que amistad, terminé pidiendo el mío.

 

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