Amor por la dolce vita
Roma
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Paseando o sobre una Vespa, recorrer los escenarios inmortalizados por Fellini es una apuesta que nunca pasa de moda. Visitar las plazas de la capital de Italia, adentrarse en sus iglesias y degustar un “capuccino” en el Trastevere son caprichos imprescindibles. Pedro Javier Díaz-Cano
Es sábado por la tarde y una pareja de novios recién casados se fotografía delante de la Fontana di Trevi, la misma que sirvió de colosal bañera a la exuberante actriz Anita Ekberg en la película “La dolce vita” de Federico Fellini. Ella, de blanco inmaculado, y él, de impoluto frac, se inmortalizan besándose ante una fuente que más parece un escenario siempre abarrotado de público expectante. Por unos instantes, el matrimonio recién bendecido encarna la pareja protagonista de un espectáculo en vivo y en directo. Solo falta que alguno de los turistas de diferentes nacionalidades que se agolpan ante el monumento grite el consabido: “¡Vivan los novios!”.
Roma parece hecha para los enamorados. Es de esa clase de ciudades a las que nunca habría que viajar sin la pareja amada. Hasta su nombre al revés se lee AMOR. Para percatarse de este sentimiento que aflora a todo visitante prevenido basta pasear por los jardines de Villa Borghese y el Pincio, en un recorrido que rememoraron André Gide y Stendhal, y donde los jóvenes romanos de siglos pasados ya se hacían toda clase de promesas. Sobre todo en las alamedas del Pincio, las parejas siguen refugiándose tras los bustos de los principales patriotas italianos que adornan el paseo con objeto de intimar bajo sus sombras. Luego es posible que se acerquen al lago de esta especie de Parque del Retiro romano, para juntos surcar sus aguas en barca.
Pero el viajero documentado no ha de dejarse llevar por los efluvios provenientes de la flecha de Cupido, y ha de encaminarse hacia la Galería Borghese para cultivar el espíritu con alguna de las obras maestras del arte barroco que guarda este museo. Antes conviene saber que Villa Borghese fue creada en una de las míticas colinas de Roma a comienzos del siglo XVII para el cardenal Scipione Borghese. Hace 110 años, en 1902, fue convertida en el actual parque público. En la Galería, de imprescindible visita, pueden admirarse esculturas tan impresionantes como el Apolo y Dafne de Bernini y la famosa Paolina que Antonio Canova dedicó a Paulina, la hermana favorita de Napoleón, casada con un Borghese. Además, aquí conviene no perder de vista varios cuadros de Caravaggio, el maestro del tenebrismo.
La dolce vita
Nadie como Fellini mostró la “dolce vita” romana de los años sesenta, esa que se daba cita frente al Café París de la Via Vittorio Veneto. Esta elegante arteria, que transita desde la Porta Pinciana de Villa Borghese hasta el nudo neurálgico de Piazza Barberini con su Fontana del Tritone, continúa albergando hoteles emblemáticos como el Excelsior, cafés señoriales como el renovado Café París o el Doney, y restaurantes como el Harry`s Bar, donde es obligatorio vestir de etiqueta. Sin embargo, Via Veneto ha perdido todo su “glamour” y ahora casi languidece desierta a partir de las diez de la noche.
La ‘dulce vida’ se capta en lugares como la Piazza Navona y, sobre todo, la Piazza di Spagna. En la primera palpita el corazón de esta urbe que, según la leyenda, fue creada por Rómulo y Remo hace 2.800 años y que con razón es llamada la Ciudad Eterna. Esta plaza de forma elíptica fue construida sobre los restos de un circo romano. Sus maravillosas fuentes son lugar de cita habitual para los romanos y sus terrazas al aire libre son las más animadas de la ciudad. Además de locales como Dolce Vita, frecuentado por actores y profesionales del cine, descubrimos un “ristorante” con protagonismo español en su literario nombre, “Don Chisciotte” (Don Quijote en italiano). Muy cerca de allí, en la iglesia de San Luigi dei Francesi, los amantes de la pintura pueden descubrir los claroscuros de Caravaggio en su representación de “El martirio de San Mateo”.
Al atardecer, una de las estampas más románticas de Roma se contempla desde la Piazza Trinità dei Monti, con la escalinata de la Plaza de España a nuestros pies. El paseo hasta aquí desde los jardines del Pincio es inolvidable e impagable por las vistas de las que se disfruta tras dejar atrás la abandonada Villa Medici. Si hace buen tiempo, los anchos escalones y tramos de Trinità dei Monti se abarrotan de jóvenes y menos jóvenes, de romanos y turistas, que practican el deporte de “mirar y ser mirados”. Todo un desfile de personas y personajes que nada tiene que ver con las pasarelas de moda que se celebran allí mismo anualmente. La Plaza de España debe su nombre a la embajada de España ante la Santa Sede, que se halla justo enfrente del monumento dedicado a la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
Caffè Greco
A pocos pasos de la Plaza de España, en Via Condotti 86, hay que tomarse un “capuccino” en el centenario Caffè Greco, el más antiguo de Roma y el segundo más antiguo de toda Italia. Permanece abierto desde 1760 y en otro tiempo fue lugar de encuentro de artistas e intelectuales. Entre su prestigiosa clientela cabe citar a Goethe, Byron, Liszt, Baudelaire y Wagner, entre otros. Enfrente de nuestra mesa, el pintor Stellario Baccellieri no para de dar pinceladas inspirándose en la decimonónica decoración del café, que hace las veces de musa artística en algunas de sus obras. Nos llevamos la reproducción en una tarjeta tipo postal de uno de sus cuadros, “Personajes en el Caffè Greco” (1987), donde aparecen retratados Marta Marzotto y Milena Milani en una mesa y Giorgio de Chirico y Renato Guttuso en otra de al lado.
La Via Condotti está plagada de lujosas tiendas en las que si uno se fija bien, se comprueba que prácticamente solo compran los turistas japoneses. El yen japonés es de las pocas monedas que puede permitirse adquisiciones en firmas tan conocidas como Armani, Valentino, Cartier, Bulgari, Hermes, Gucci, Ferragamo, Prada, Alberta Ferretti, Iceberg o Max Mara.
Momentos mágicos
Visitas inexcusables de la Roma clásica son el Foro Romano, el Coliseo, el Panteón o el Vaticano (Basílica de San Pedro y los Museos Vaticanos, con la Capilla Sixtina). La Piazza del Popolo (Plaza del Pueblo) nos recuerda su gusto por los obeliscos, como el de Ramsés II, traído desde Egipto en el período imperial para mayor gloria de la “caput mundi” (‘capital del mundo’). Aquí hay que hacer otro homenaje a Federico Fellini y probar el tiramisú del Caffè Rosati, el preferido del cineasta. Las mesas de su terraza son también de las más solicitadas de la ciudad. Entre la Plaza del Pueblo y la Plaza de España hay que pasear por la Via del Babuino o la Via Margutta, las calles que tradicionalmente han acogido a los anticuarios y a los artistas, respectivamente.
Uno de los instantes mágicos que pueden vivirse en Roma consiste en adentrarse en una vacía iglesia de San Pietro in Vincoli a primera hora de la tarde, cuando está cerrada al público, gracias al encargado de abrir sus puertas, y contemplar de cerca la impresionante estatua del Moisés de Miguel Ángel. Una vez recorridos los lugares más emblemáticos, es el momento de tomar un “gelato” en Giolitti o un “espresso” en La Tazza d’Oro, junto al Panteón. El colorido mercado de Campo di Fiori es el mejor lugar para comprar productos gourmet. Y al atardecer se pueden descubrir rincones con encanto en el típico barrio de Trastevere, con calles adoquinadas, fachadas desvencijadas y “trattorias” de toda la vida con mantel a cuadros donde cenar las pizzas más sabrosas.
En todo viaje a la capital italiana hay que retornar a la espectacular Fontana di Trevi para despedirse de la ciudad en una especie de ritual no escrito, pero que la mayoría de turistas cumple a rajatabla. La leyenda dice que si se arroja una moneda a sus aguas se garantiza el regreso a Roma. Se exige cerrar los ojos, pedir el deseo de volver y lanzar la moneda de espaldas a la fuente levantada por Niccolo Salvi. Antaño se lanzaban liras; ahora euros y céntimos de la moneda única, pero hay cosas que siempre perdurarán como determinadas promesas de amor.
Vacaciones en Vespa
Se cumplen ahora 60 años del rodaje de Vacaciones en Roma (estrenada en 1953), la célebre película protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck. Una de sus secuencias más famosas es en la que el personaje del periodista americano interpretado por Gregory Peck enseña los lugares emblemáticos de Roma a la princesa Anna, encarnada por Audrey Hepburn, en una auténtica Vespa, posiblemente el mejor medio de transporte para conocer la ciudad. Por ello, varias empresas alquilan esta típica moto italiana bajo el reclamo de “Siéntete como Audrey Hepburn y Gregory Peck”. Happy Rent y Bici & Baci organizan, además, un tour “vintage” con vespas antiguas para los más nostálgicos de la “scooter” con forma de avispa que diseñó Piaggio en 1946. Y es que como decía el director y actor Nanni Moretti en su film “Caro Diario”, en el que también se paseaba en Vespa por Roma, más que una “motorino”, la Vespa es una forma de entender la vida.



