Santiago Rivas

Vinofobia

Sábado, 03 de Agosto de 2024

Ya muchos no se acuerdan y, por tanto, parece que nunca existió, pero hasta hace no tanto al vino, en la mayoría de los restaurantes con pretensiones (fueran Michelin o no), se le tenía como a ese artículo que había que ofrecer, pero de tal forma que molestara poco. Santiago Rivas

Es decir: tener referencias más o menos caras, más o menos prestigiosas, pero siempre con la prioridad bien presente de que nunca robara foco a lo importante: la comida. Por supuesto estoy generalizando, pero creedme que, salvo en negocios en los que uno de los propietarios fuera sumiller (Celler de Can Roca o Coque, por poner ejemplos) el tema no era tan festivo como en la actualidad.

 

Aún recuerdo cuando en un sarao coincidí con el chef de un restaurante biestrellado que me soltó un legendario “es que a mi local se viene a comer, no a beber. Beber los vinos de mi carta lo puedes hacer en tu casa, replicar mis creaciones (utilizó exactamente ese término, “creaciones”) no”. Y tan feliz sigue viviendo este hombre.

 

Toda esta ideología se ha ido diluyendo al ser ya de dominio público la rentabilidad que puede tener para un local una bodega bien gestionada, y más desde la aparición de la gentrificación botellil y de la madurez vinera que está empezando a alcanzar el comensal promedio español. Aun así, siempre va apareciendo algún vetusto que asoma la patita vinófoba. Son estos que se quejan de los maridajes largos como si fueran obligatorios, algo que, por cierto, sí está normalizado en la parte sólida del menú. A mí me gusta probar 10, 15 o 74 vinos diferentes en una comida; y al que no, pues que elija una botella y se haga la experiencia con una sola marca, pero que deje de vestir de problema algo que es solo una opción.

 

También están los que se quejan de que venderían mejor los vinos, refiriéndose a los de cierto precio, si salieran más pulidos. Los de esta estirpe argumentan que, recién salidos, la mayoría de referencias resultan muy duras para lo que cuestan y que estaría bien que, sobre todo los tintazos, fueran afinados en las bodegas durante unos añitos. Pero si se te ocurre replicarles que ellos también pueden guardarlos y no ponerlos a la venta justo después de comprarlos, te responden, con asombroso aplomo, que ellos no tienen la capacidad económica para hacer eso; o sea, la bodega sí debe tenerla, pero su local no.

 

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Y es que al hilo del precio del vino también hay quejitas. Otro michelinado me soltó que es que el vino está muy caro y eso a él le deja poco margen para subirlo, que no deberían existir los vinos de más de 100 euros porque, por lo que creo es una malinterpretación de lo que supone el coste de elaboración, ningún vino cuesta hacerlo más de 50 euros. El menú degustación de este cocinero es de 200 euros y en producto no hay ni 25 euros de materia prima. Él sí puede cobrar su creatividad, precisión, mimo, profesionalidad y ejecución; el de la bodega, que se joda. Pero callad, que al contravenirle con este argumento, me informó de que conocía a muchos bodegueros, incluso tenía amigos entre la profesión, y todos tenían muy buenos coches, que mel de dinero no irán.

 

Así es que tú, viñador, si no eres uno de ellos, espabila, que ya tardas en forrarte.

 

(POR CIERTO, RECOMIENDO LEER ESTE ARTÍCULO PERO ASÍ, COMO GRITANDO)

 

Leedme chillando que es como me tienen todos estos vestigios catetos, felizmente, en extinción.

 

Gracias.

 

 

 

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