Gastronomía en la capital de Tawain
Taipei
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La capital de Taiwan dimana prosperidad, entusiasmo y una gastronomía a caballo entre el exotismo, la producción ecológica y la inspiración marina. Visitamos una urbe catártica, ideal para quien necesite una inyección de vitalidad. Saúl Cepeda
Un habitante de Taipei, con la sana intención de evitarnos confusiones, nos dice: “si un argentino no es español, un taiwanés tampoco es chino”. Y no le falta razón. La capital de la isla de Formosa (“bonita”, en portugués) es un reflejo obvio y complejo de siglos de presencia hispano-lusa, casi cincuenta años de ocupación japonesa y una escisión territorial e ideológica con la República Popular China a partir de la llegada del caudillo nacionalista del Kuomintang Chiang Kai-shek en 1949. A pesar de la peculiar situación diplomática del país (no forma parte de la ONU, y aunque pocos estados reconocen a nivel consular su soberanía, casi todos los países del planeta comercian con Taiwan), desde hace décadas la isla está indisolublemente unida a occidente a través de su impetuosa capacidad mercantil y tecnológica, siendo hoy, y desde hace tiempo, el principal fabricante de numerosos bienes que se venden en todo el mundo, algunos tan sonados como buena parte de las piezas de los ingenios de Apple.
Un buen lugar para vivir
En la capital se respira tranquilidad, al fin y al cabo Taiwan es más seguro que España según el Global Peace Index. Sus calles son rabiosamente transitables de día y de noche, inoculadas de una febril actividad cotidiana en la cual venta y consumo son más credo que negocio. Los taxis son baratos y nos permiten recorrer de punta a punta la ciudad a través de sus ordenadas arterias principales por unos 4 euros en trayecto.
Centros comerciales ciclópeos proliferan en el Distrito Este de la urbe, que contiene entre sus muros marmóreos una marea suntuosa: de Vacheron Constantin a Armani, desde Lamborghini hasta Vertu; atrayendo a chefs como Jöel Robuchon cuyos L’Atelier y Salon de Thé del mall Bellavita están promovidos por un multimillonario local, tal es el caso del restaurante STAY (acrónimo de Simple Table Alléno Yannick: www.yannick-alleno.fr ) en el edificio –el segundo más alto del planeta– Taipei 101, cuya cocina fue construida a medida según especificaciones de su jefe de cocina, además de contar con una bodega que llenaría de envidia a muchas casas estelares parisinas. Como es lógico, tanto boato también llama al bluff, siendo perentorio informarse bien antes de caer en el dislate de establecimientos como El Palais de Chine que, investidos de un lujoso diseño, practican una cocina funesta y cara.
Caso atípico este último, pues la gastronomía de la ciudad goza de una salud excelente, tiene una adecuada relación calidad-precio y guarda, a pesar de los exóticos productos y métodos, extraordinarias similitudes con la dieta mediterránea: pasión por las tapas (finger food, en realidad), uso de aceites vegetales en cocciones bajas en grasas (la tasa de obesidad es –como sucede en Asia– muy baja), vocación ictiófaga y una solvente huerta son algunas analogías.
Los sabores de la calle
En un amarillista (y a la vez mojigato) reportaje, la CNN incluyó Taipei como una de las ciudades más pecaminosas de Asia, endosando a sus habitantes nada menos que el vicio capital de la gula; lo cual, según se mire, no está tan mal. Desde el desayuno –valdrá la pena celebrar uno en los típicos puestos de bocadillos y leche de soja en los cuales inician su jornada diaria los habitantes de la ciudad– hasta la cena, la orientación gastronómica es intensa y esta reclama una atención constante de la clase política (especialmente del mediático e hiperactivo ministro de Información, el doctor Philip Yang –muy implicado en la gastronomía como medio de expresión cultural–, que recientemente ha lanzado la web culinaria oficial www.taiwanfoodculture.net, disponible en español) y los medios, siendo un leitmotiv en la cultura, por ejemplo en el cine, valga recordar la soberbia Comer, beber, amar del reputado director taiwanes Ang Lee.
Los restaurantes proliferan en cada esquina disponible y la cocina del día a día se toma muy en serio, con especial atención a los alimentos marinos frescos, casi siempre vivos, a la espera de la elección caprichosa del cliente. Unos mercados, callejeros o intramuros, vibrantes y llenos de sorpresas culinarias, son por sí mismos un soberbio atractivo turístico al que dedicar unas horas. La producción ecológica es parte de la idiosincrasia nacional y ha dado lugar a empresas cándidas y singulares como Agrioz o inesperadas sorpresas como el excelente whisky Ka Va Lan, elaborado en plena meseta tropical o la magnífica cerveza lager local.
Es perentoria la visita al mercado nocturno de Ningxia Road, cuatrocientos metros de sublime (y pulcra) confluencia de ingredientes alucinantes y aromas ignotos: desde puestos de gambas multisabor para comer con las manos, “hamburguesas” caseras taiwanesas y el inclasificable “tofu apestoso”, un manjar que no deja indiferente a nadie; a tal vez un tentempié más al uso, en Formosa Chang, restaurante económico donde los haya (¡algunos platos cuestan menos de 1 euro), antes de afrontar la intensa nightlife de la ciudad en locales como Marquees, Luxy y Room18, por cuya ubicación vale la pena preguntar.
Y desde luego un foodie que se precie de serlo no podrá pasar por alto la influencia nipona heredada en la isla, con una solvente cocina izakaya que pone en tela de juicio todo cuanto se conoce en Europa sobre la relación calidad-precio de estas especialidades, incorporando productos del mar rotundamente frescos y extraordinaria técnica en restaurantes económicos como Kao-Yu (1F Chien Kuo Road. 00 886 2 2515 3369), la taberna Dozo (102 Guan Fu Road) o Kan Pai Yakiniku.