Mayte Lapresta

Con-tacto

Sábado, 07 de Septiembre de 2024

“No toooooques. ¡Que no toques eso!”. Quizás estas son las exclamaciones más repetidas por mi madre una vez cruzábamos el portal de mi casa, en ocasiones seguidas de una fuerte palmada en los dedos para reprimir de una vez por todas ese instinto primario que me llevaba de forma irremediable a hundirlos en la escarcha de hielo de la pescadería, a tocar las gominolas de mil colores de un puesto o sobar el escaparate más sucio del mundo. Mayte Lapresta

El placer del tacto. ¿Por qué nos gusta tocarlo todo? ¿Cómo puedes ver un vestido sin acariciar sus pliegues?  ¿Y disfrutar de un vino si en boca su paso es astringente y raspa? ¿Quién no se sorprende ante una sensación helada flor eléctrica? Meloso, etéreo, crujiente, aterciopelado, rústico, burbujeante, caliente, frío, ligero o por el contrario que llena la boca. Sin duda, este ilustre sentido es un magnífico suministrador de información valiosa, fundamental para vivir y trascendente para apreciar y disfrutar. A veces olvidado de tan obvio que lo poseemos y utilizamos; es el hermano menor del quinteto, ése que se da por descontado. En el planeta gastronómico el tacto es absolutamente prioritario a la hora de elaborar y decidir. Pon -si no te convences- un Dom Pérignon en un vaso de vidrio y después me lo cuentas. ¿Rico? No te lo crees ni tú. La experiencia se ha destrozado. Ahora tómalo caliente o abierto hace un mes y ya sin carbónico. Irrepetible desde el peor sentido, ¿verdad? El mágico tacto. La maestría de millones de sensores que se alojan en el cuerpo entero. Epidérmico. Complejo. Y no hablemos de las texturas, esa parte fundamental del alimento, del plato y de cómo se come. Recuerdo mis primeras sesiones bullinianas donde en mi inocencia buscaba cubiertos cuando delante de mis ojos tenía diez maravillosos: el bocado cambiaba por completo al cogerse con los dedos. Y la conversión a espuma de recetas que habitan en tu memoria y de repente, es pero no es. Las texturas son tan infinitas como los sabores y en el juego entran también temperatura y presión y por encima la pericia de chef en sorprender al comensal o llevar sus hábitos al lado más irreverente y desconocido. Sin duda, el perfecto manejo y la destreza en el tacto es una pieza clave en el bello juego de alimentarse... gozando.  

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