Los Patateros

Sábado, 14 de Septiembre de 2024

Soy uno más de esa legión de entusiastas patateros que pueblan la comensalía universal. José Manuel Vilabella

[Img #23840]Me gustan las patatas cocidas, asadas y, sobre todo, las patatas fritas, tanto las de bolsa como las que yo elaboro con cuidado exquisito y un resultado muy satisfactorio en mi obrador de avezado cocinilla. Las patatas fritas le gustan a todo el mundo, incluido a los esnobs que están a la última y pretenden dictar las normas de obligatoria observancia gastronómica. Las patatas son, casi siempre, el fiel acompañante de los huevos con jamón y el guardaespaldas de numerosos platos. Solas y aderezadas con mahonesas u otras salsas son el motivo de destacados michelines, barrigas prominentes y panzas significativas pues las patatas, ay, tienen su lado oscuro y, como todos los grandes manjares, su ingesta excesiva se paga con kilos y ventosidades ruidosas. Lástima. Una cerveza fría y un paquete de patatas fritas a orillas del mar Cantábrico sintiendo la brisa en la cara es sinónimo de felicidad.

 

Las patatas llegaron de América como planta ornamental. Los gentiles caballeros del siglo XVI mandaban a sus enamoradas, como el que envía un ramo de claveles, unas patatas y demostraban una sensibilidad muy apreciada por las damas de la época.

 

–Qué fino es don Lope, qué detallista. Mira qué ramo de patatas me acaba de mandar. Es todo un caballero.

 

La patata es un invento francés. Los reyes del buen comer y beber demostraron otra vez su liderazgo en cuestiones culinarias. La búsqueda de la exquisitez suele producirse de arriba abajo. Son las clases dominantes y bien de dinero las que conquistan primero las maravillas sápidas, aunque en ocasiones son los pobres los que descubren lo bueno y lo disfrutan mientras los ricos se lo permiten. El percebe, la langosta, el centollo y la nécora fueron comistrajos indecentes antes de convertirse en productos gourmet. Antoine-Augustin Parmentier fue un agrónomo, naturista y nutricionista francés responsable de la divulgación de la patata como alimento en Europa. Su experiencia como prisionero durante la Guerra de los Siete Años lo llevó a defender con terquedad sus muchas ventajas y propiedades. Díjolo Parmentier, punto redondo. La patata, a partir de entonces, fue el flagelo de las hambrunas, el refugio de los desdichados y se unió a la cebolla, que durante siglos fue la mejor amiga de los miserables. Con pan, aceite, vino, patata, cebolla, algo de trigo, un poco de maíz y un puñado de centeno, la miseria se convirtió en pobreza, subió un peldaño en la escala alimentaria y fue el comienzo de la felicidad. Después llegó el queso, los callos y se accedió a la suculencia. El comer, aparte de una necesidad, se convirtió en uno de los grandes placeres, comparable al sexo, la lectura, la búsqueda de la libertad y todas juntas desembocaron en la llegada de la revolución. Pero el principio, el verbo, la bandera de los miserables, fue, sí, la patata. La patata en todas sus versiones.

 

 

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