ASÍ ÉRAMOS
Estos eran los 10 vinos más caros (decepciones incluidas) de 1984

José Peñín y sus secuaces en una cata histórica; las 10 referencias más onerosas de España hace cuatro décadas. ¿Los resultados de aquel sanedrín? Sorprendentes, entre lo sublime y lo desalentador, con matices contradictorios y decepciones antológicas... Javier Vicente Caballero
Adoramos los rankings, los escalafones, las listas. Nos ayudan a colocar en nuestra escalera de valores un buen puñado de gustos, preferencias, manías. Tranquilizan el espíritu parcelando la mente, colocando en cajones neuronales, tematizadas y ordenaditas, series de películas de autor, ciudades del mundo más marchosas, asadores de chuletones o mejores jugadores de brisca de todos los tiempos. Y claro, confrontamos con los demás esos gustos, preferencias y manías, en un juego malévolo de empatía, conflicto o aversión que nos une/separa del prójimo. ¿Cómo se le ocurre proclamar al indocumentado de zutanito que la mejor voz femenina de la historia de España es Mari Trini? ¿Quién pregona y establece que el mejor queso para el mejor atardecer es un semicurado de una explotación de dos chalaos que dejaron un bufete de abogados para ordeñar cabras en Grazalema?”; “100% in love con fulanita, coincido a tope en que la mejor tortilla de patata del planeta la hace la Chari en Casa la Chari”.
Hay listas que aparejan u obligan a un double check, porque ayudan a saldar deudas pendientes y a completar logros. Muy en boga están esas tareas variopintas que acometer antes de palmar, que además incluso ahora adjuntan de extranjis un formato clickbait: “Los 10 borgoñas que has de beber antes de irte a la habitación de al lado” (por aquello del SEO hay que calzar en el titular la premiada peli de Almodóvar) o “las uvas casi extintas que te estás perdiendo tanto tú, como Mbappé, Broncano, Cristiano Ronaldo y Kamala Harris”.
Toda esta estrategia mercantil es relativamente nueva… pero no así las dichosas (por alegres) listas. Le damos a la palanquita y a los botoncitos de nuestro túnel del tiempo empapelado para viajar de nuevo al año de Orwell (1984, sin duda el mejor libro de distopía de siempre; a quien lo dude le espero en la calle) para recalar en el número 10 de Sobremesa. Allí nos topamos con un estupendo reportaje/cata donde se prueban y categorizan los 10 vinos más caros de España, que además, entonces, coincidían en ser los de mayor vejez. Ojo, que el criterio ordinal no atiende solamente al precio, sino que hay explicaciones profusas y suculentas, maliciosas e independientes, sobre estas referencias onerosas y veteranísimas que resuenan a nombres míticos. Así que al final hay ganadores y perdedores, independientemente de tarifas o edadismos… Hace cuatro décadas justas de este monitoreo, no lo olviden, amig@s enófil@s.
El texto de esta analítica es plenamente esclarecedor y augura emociones fuertes hasta en su arranque: Lo firma un tal José Peñín, que de algo les debe sonar. “Resulta descorazonador el diagnóstico de una cata de los vinos que llamamos grandes. Basta despojarlos de sus uniformes de hidalguía, anonimarlos en unas asépticas botellas verdes y verter su contenido en copas numeradas (…) Sobremesa ha llevado a cabo un examen degustativo de los vinos más caros (que son los más viejos) del país que actualmente constan en los catálogos comerciales de las bodegas. Los resultados obtenidos en la cata hacen necesario un debate desmitificador de los vinos viejos que clarifique definitivamente dónde está el tramo óptico de consumo de nuestros caldos. (…) España es el último país en que todavía sus bodegas venden los vinos tan viejos de catálogo y, por consiguiente, expuestos a la calificación precio-calidad, cuyo resultado será desalentador”.
El resto del panel de cata lo formaban Gonzalo Sol, Pascual Herrera y Jesús Flores. Para tener un referente de la carestía de cada referencia, recordaremos que en 1984 bajo la presidencia de Felipe González el Salario Mínimo Interprofesional era de 34 739 (208,72 euros). Vamos con la relación de precio en bodega (y entonces a la venta), botellas y cosechas para ir entrando en materia: Vega Sicilia Único Reserva Especial, 4523 pesetas (27,18 euros de entonces para que echen cuentas los lectores millenials); Protos Gran Reserva 1964, 4000 pesetas; Conde de los Andes 1959, 3500 ptas; Glorioso Gran Reserva 1959, 2405 ptas; La Rioja Alta 890 Reserva 1968, 2200 ptas; Martínez Lacuesta Reserva Especial 1970, 1304 ptas; Marqués de Cáceres 1970, 1246 ptas; Gran Coronas Etiqueta Negra 1977, 1200 pesetas; y por último, el más barato de esta relación, un Viña Tondonia del 70 a 1145 pesetas. ¿El ganador? Castillo de Ygay 1970, en el que se pondera su “color granate” y “su buena crianza” “finura de aroma y sabor amplio y tánico”, aunque alguno señaló que estaba carente de “redondez” y paradójicamente a pesar del taninazo que le provocó a alguno, otros valoran su docilidad “suave y aterciopelada”; a Peñín le pareció “algo ácido”.
¿El perdedor? Protos 1964, “una imitación pobre de su vecino Vega Sicilia, desconociendo sus elaboradores las posibilidades de la tinto fino para tan largo envejecimiento (…) un vino quizá para coleccionistas, pero no para el disfrute. No merece la pena gastar tanto dinero para tan poca pólvora”. Gran Coronas 1977 mereció la medalla de plata, con uva tánica como la cabernet y a pesar de una “aspereza excesiva”; Vega Sicilia único ocupó el tercer lugar del podio, “sabroso, graso y largo de paladar, con alto nivel de acetaldehídos (maderización semejante a los olorosos viejos) (…) El taponado es deficiente (sobresale un milímetro) con un corcho muy empapado”.
Del resto de analizados destacamos lo siguiente: “Glorioso del 59 está algo velado, flaco y deslavazado. Es un vino breve”; pese a que Martínez Lacuesta 1970 ofrece finura y buen equilibrio, “posee cierto carácter animal que no acaba de convencer”; Conde de los Andes 1959 es “ligeramente ácido y anguloso” “sus caracteres de acidez y menor extracto no ha sido comprendida”; La Rioja Alta 890 del 68 denota “un olor a corcho que enmascara sus rasgos naturales, (…) con tanino desligado, corto de boca y algo acuoso”; por último, Marqués de Cáceres 1970 (año fundacional de la bodega, recordemos, se tarifa en alguna web por unos 120 euros), “se ha despojado de su estructura, quedando a la boca descarnado, engañoso y falto de redondez (…) ha decepcionado. Se esperaba más de él”. Como colofón y conclusión, a tenor de lo expuesto por los catadores muchos vinos no justifican su precio. Por cierto, ustedes se preguntarán qué ocurrió con el Viña Tondonia de 1970: “no pudo ser tomado en consideración por el deficiente estado de conservación de la botella presentada en la mesa de cata”. Hoy, la bodega del Barrio de la Estación de Haro hace gala, se enorgullece y cada vez suma más adeptos gracias a sus criptas y edadismos plenos de telarañas.