El jardín de Europa

Lago di Garda

Lunes, 30 de Abril de 2012

Es el lago más grande de Italia, un espacio lleno de atractivos donde no han dudado en refugiarse importantes personalidades históricas o del cine, como Churchill o Vivien Leigh. Garda es sinónimo de lujo, serenidad y elegancia. Pedro Javier Díaz-Cano

El lago más grande de Italia se reparte entre las regiones de Lombardía, Véneto y Trentino, al norte de Italia. Por su microclima, su naturaleza y gastronomía, este selecto destino de vacaciones sigue atrayendo a los viajeros como antaño lo hizo con la aristocracia europea, siendo el refugio secreto de muchas celebridades. De hecho, la diva de la ópera Maria Callas tenía una mansión en la bella localidad de Sirmione, y otras personalidades como el político Winston Churchill, el escritor André Gide, el actor sir Laurence Olivier o la actriz Vivien Leigh pasaron largas temporadas en este remanso de paz cerca de Milán.  

 

Viajar al Lago de Garda en cualquier estación del año es siempre una experiencia gratificante para los cinco sentidos, no en vano ya en su época era un lugar muy apreciado por los romanos. Pero hacerlo en plena primavera resulta especialmente embriagador para el olfato, pues los efluvios florales de su generosa naturaleza perfuman la atmósfera haciendo más agradable el descubrimiento de sus coquetos pueblos y las excursiones en barco surcando sus plácidas aguas. Su benigno y suave microclima, al resguardo del intenso frío alpino y de los vientos del norte, ha propiciado una frondosa vegetación de palmeras, cipreses y laureles rosa, donde no faltan olivos, vides ni limoneros. De hecho se lo cataloga como el “Jardín de Europa” por su diversidad botánica, llegando a albergar centenares de especies autóctonas.

 

No extraña que desde la Antigüedad escritores como Virgilio, Plinio o Catulo se inspiraran en un paraíso como este. En el siglo I a.C., el poeta romano Valerio Catulo residió largas temporadas en la villa que su familia poseía en la península de Sirmione, en la ribera meridional del Garda, cantando la belleza del lago en versos como este: “Oh Sirmio mía, mi amada… con qué gozo y alegría vuelvo a verte”. Más cercanos en el tiempo, otros poetas como Gabriele D’Annunzio (1863-1938) y J.W. von Goethe (1749-1832) también glosaron sus atractivos mediterráneos. Este último, visitante habitual de Limone sul Garda, escribió: “¿Conoces el país donde florecen los limones?”, refiriéndose al encanto del lugar, que goza del clima más templado y saludable del lago.

 

Situado entre montañas de origen glaciar, el Lago de Garda es uno de los mayores de Europa, con sus cincuenta y dos kilómetros de largo y diecisiete de ancho. Sus antiguos pueblos de pescadores se convirtieron con el paso del tiempo en auténticos imanes para hombres de Estado como Winston Churchill o artistas de la talla de la soprano Maria Callas; un lugar energético donde recargar las baterías en todos los sentidos, incluido el apartado gastronómico. Además de los pescados del lago (trucha, anguila, lucio y una especie denominada “pescado del Golfo Pérsico”, similar a la perca), destacan sus exquisitos aceites de oliva virgen extra y sus no menos excelentes vinos, como los de la D.O.C.G. Franciacorta, las zonas de Valpolicella y Bardolino o el Garda clásico.

 

Sirmione, con aire medieval
La localidad de Sirmione es una de las que más encanto posee de cuantas orillan el Lago de Garda, y sin duda, la más chic, si nos atenemos a las personalidades que la eligieron como lugar de descanso en las décadas de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, así como a su ambiente cosmopolita que propicia la vida mundana y, cómo no, las lujosas tiendas de las principales marcas de moda internacional. De entrada, hay que explicar que se emplaza en el extremo de un brazo o lengua de tierra, una estrecha península de 3,5 km de largo, cuyo atractivo añadido reside en que las aguas del lago la bañan por ambos lados.

 

Su aire medieval se respira nada más adentrarnos en la ciudad vieja atravesando el arco y la muralla de la Rocca Scaligera, el imponente castillo construido sobre el agua por la familia Della Scala, gobernantes de Verona durante los siglos XIII y XIV. Sus muros almenados dan cuenta de los enfrentamientos por el dominio del lago durante la Edad Media, teniendo en cuenta que se trataba de un paso estratégico entre los Alpes, al norte, y el valle del Po, al sur. En la memoria local todavía perdura la lucha territorial entre dos poderosas familias, los Scaligeri de Verona y los Visconti de Milán, así como el recuerdo de las hogueras donde se quemaba a los herejes.

 

Lo cierto es que el castillo ha sido renovado para convertirlo en el icono turístico de Sirmione. Sus torres y almenas, así como su puente levadizo con arcadas para salvar las quietas aguas del lago, le dan un aire de inexpugnabilidad, como si fuera una bella alhaja que pretende captar la atención de los turistas. Su estampa al atardecer, cuando la luz acentúa sus tonos ocres y de color avellana, sin duda es una de las imágenes que merece la pena guardar en la memoria.

 

Sirmione conserva el caché de antaño, cuando fue una villa de vacaciones para personalidades de la jetset, entre las que se encontraba Maria Callas. La soprano pasó aquí varias temporadas –su primer marido había nacido en la Riviera del Garda–, residiendo en una mansión que tenía una piscina con la forma silueteada del Lago de Garda, incluida la lengua de tierra de Sirmione desde la que la diva se tiraba al agua como si fuera un trampolín. La casa que habitó pertenece ahora a una fortuna local, hallándose justo enfrente del lujoso Hotel Villa Cortina Palace. 

 

Saló y Gardone:  Il Vittoriale de D’Annunzio
Siguiendo la ruta de la llamada Riviera dei Limoni –al igual que en Nápoles y la costa amalfitana aquí también se produce el famoso licor digestivo limoncello– una de las poblaciones ineludibles es Saló, la localidad natal del inventor del violín, Gasparo Bortolotti (1542-1609). En el fondo de un estrecho golfo, dominado por el monte San Bartolomeo, la villa atesora un esplendoroso pasado del que dan testimonio sus palazzi renacentistas y su catedral, de estilo gótico tardío. No en balde, durante casi tres siglos (del XV al XVIII), Saló fue la capital de la Magnífica Patria, una federación autónoma que dependía de la República de Venecia.

 

Además de por sus magníficas casas-palacio que ricos adinerados de diferentes nacionalidades (entre ellos, muchos alemanes) se construyeron a orillas del lago, brindándole su actual bella estampa decimonónica, Saló también destacó internacionalmente cuando Benito Mussolini proclamó aquí la República Social de Italia entre septiembre de 1943 y abril de 1945, en un frustrado intento por reorganizar el fascismo agonizante. La villa conserva vigente su encanto de antaño, que puede saborearse en las terrazas de las trattorie y cafés a lo largo del Lungolago Zanerdelli, observando el paisaje y el paisanaje de su cosmopolita puerto.

 

La otra ciudad que no podemos perdernos es Gardone Riviera, que parece una prolongación de Saló por el atractivo de sus palacios y villas decimonónicas. No en balde, en el siglo XIX fue también un centro vacacional de lujo para multimillonarios de toda Europa, que optaron por edificar aquí sus propias mansiones transformándola en una especie de “Cannes italiana”, a imitación de la conocida ciudad de la Costa Azul francesa. Un ejemplo aristocrático se halla en el jardín botánico de Via Roma, diseñado en 1901 por Arturo Hrusta, el médico del zar Nicolás II. El recinto es visitable y alberga cerca de quinientas variedades de flores y plantas. Asimismo, en los cafés de Gardone a orillas del lago se dieron cita personalidades como Franz Kafka, Sigmund Freud y Winston Churchill.

 

El célebre “poeta-soldado” Gabriele  D’Annunzio, protegido de Benito Mussolini, prefería su particular torre de marfil, convertida hoy en Il Vittoriale degli Italiani, el museo más visitado del norte de Italia. En el Vittoriale se pueden ver todas las excéntricas pertenencias de este autor universal, amén de pasear por sus extensos jardines, donde se halla el mausoleo del escritor y, curiosamente, un buque anclado en tierra como la Nave Puglia, donada al poeta por la Marina italiana. 

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