Evolución pausada
Beatriz y María Rodero presentan en Madrid la “transición generacional” de Carmelo Rodero
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Hoy nos parece que la Ribera del Duero ha estado siempre ahí y nos sorprende descubrir que algunos de los proyectos emblemáticos están acometiendo ahora su primera transición generacional, el paso de la visión de los fundadores a la de sus herederos o, como es el caso, a unas herederas que dicen “haber heredado la pasión de su padre por la tierra”. Con solo dos generaciones de experiencia, son terruños aún por explorar cuyo pleno potencial todavía no conocemos. Luis Vida. Imágenes: Archivo
Cuando Carmelo Rodero empezó, Pedrosa de Duero era el Nuevo Mundo y muchos de los viñedos que hoy son casi monocultivo eran campos de cereal. Con su mujer, Elena, empezó a comprar viñas y, tras casi dos décadas vendiendo la uva a otras bodegas, sacaron al mercado la primera cosecha con su marca en 1991. Eran tiempos de agricultores arriesgados, resilientes, que fundaron una forma de hacer que a lo largo de la década triunfaría entre el público.
El paso de la elaboración intuitiva y autodidacta de Carmelo, con unos vinos que los aficionados siempre han reconocido por su autenticidad frutal y estilo honesto, a la nueva generación que representan sus hijas Beatriz -directora técnica desde 2008, enóloga formada en Burdeos y viajada y rodada en varios países- y María, formada en Administración y Dirección de Empresas, que lleva la parte comercial desde 2013, fue ejemplificada perfectamente en el encuentro/cata que tuvo lugar en el restaurante Sua by Triciclo del Barrio de las Letras en Madrid, donde compartieron cata y almuerzo con un grupo de periodistas y comunicadores.
El corazón del viñedo, que se cultiva de forma sostenible y tradicional, sigue estando en Pedrosa, en terruños arcillosos de base caliza entre los 840 y los 910 metros de altitud, pero abarca también pagos en otras zonas de la Denominación. La bodega tiene como gran orgullo el trabajo por estricta gravedad que evita los bombeos para respetar al máximo la fruta. Porque de eso ha ido siempre la cosa, aunque ahora con un trazo más fino, con menos peso de las barricas de roble francés que la bodega utiliza en exclusiva y que siempre tiene un máximo de dos usos.
La línea de María y Beatriz es trabajar de forma parcelaria, por altitudes, suelos, parajes… Los vinos tienen hay una estructura más ligera, una carga tánica más amable y unos pasos por madera civilizados y respetuosos. El crianza 2021, que pasa quince meses en barrica, “representa el paisaje de la Ribera del Duero”, para María, “con un 20% de uva que proviene de viticultores en otras zonas más extremas como Segovia y Soria que complementan la de nuestras viñas”. Manda el carácter de moras, ciruela y arándano en sazón de la tempranillo y tiene un paladar fluido de cuerpo medio con toques balsámicos y de grafito. “Nos gusta vendimiar la fruta madura para buscar equilibrio”, apunta.
La gran novedad viene con un reserva que ya no lleva esta mención en su etiqueta - “la palabra ya no ponía en valor lo que teníamos”, dice Beatriz- y que ahora se llama “Raza”. “Es un vino de municipio, cien por cien de uva de propia en Pedrosa y cien por cien roble francés de uno y dos años”. Elegante y especiado, guarda un gran frescor gracias, en parte, al 12% de cabernet sauvignon que pone complejidad sin verdor en un paladar amplio con apuntes de cacao, fruta roja en su punto y taninos elegantes.
El ya clásico TSM, que combina el tempranillo de la zona con otras variedades, a modo de un “Ribera del Douro”, juega ya en otra línea: más tánico a la vez que más jugoso y amable, sorprende con unos matices especiados y ahumados que permitieron alargarlo hasta los postres que cerraron un encuentro perfecto para entender la evolución tranquila e inteligente que Beatriz y María pilotan en una bodega ya clásica, pero con poco más de treinta años de historia.