La Zona de Interés
Los sobremesers ya saben que una parte de la divulgación es la crítica; y no en su sentido negativo, sino en el meramente enunciativo. Es decir, en esa acepción consistente en analizar pormenorizadamente algo y valorarlo según los criterios propios de la materia que se trate, en nuestro caso, el vino y sus circunstancias. Santiago Rivas
Esta labor siempre es la más delicada de llevar a cabo: la diferencial. Por un lado, cuanto más natural resultes, mejor percepción de ti va a tener tu público; percibirte libre, expresarte como si no tuvieras jefes es un elemento de alto valor para aquellos que te leen, escuchan o ven.
Sí que es cierto que una parte de la profesión rechaza ser crítica, dados los problemas que puede acarrear. Creo que se equivocan puesto que, si se ejerce desde la responsabilidad y no desde el desconocimiento, es parte vertebral de cómo concibo mi profesión.
Aquí al final estoy para que bebáis como yo, pero minimizando los errores que cometo, así os ahorro dinero e hígado, ambos, recursos limitados.
Pero claro, el problema son las reacciones. Porque si las críticas son buenas, pues todo son risas, compadreos, fiesta, lisonjas y diversión. Lo crítico es cuando son malas.
Porque, no nos engañemos, cuando un involucrado te pregunta tu opinión sobre algo, en un muy amplio porcentaje de casos lo que quiere es que le confirmes lo que ellos ya tienen en la cabeza. En definitiva, quiere que le des la razón. Quiere un refuerzo a lo que sea que esté haciendo; lo normal es que no haya nadie que conozca su propio proyecto mejor y en más profundidad que ellos.
Ahí lo normal es que, como seas negativo, te tuerzan el gesto e incluso se pongan a la defensiva. Si no te gusta su etiqueta, ellos ya han realizado estudios de mercado que dicen que hay que utilizar ese verde o esa fuente que a ti tan poco te gusta.
Para todo tienen respuesta y, ojo, lo mismo tienen razón, pero entonces ¿Para qué preguntan?
También ocurre con el aludido, esto es, aquella situación en la que opinas de manera pública sobre algo por lo que te han interpelado. En estos casos considero mi deber responder (es que para eso estoy aquí no he venido a pasear sino, insisto, a que el personal beba mejor -que no más, pero eso lo dejo para otro día-). Y las reacciones, por muy furibundas que sean, son parte de la profesión, gajes del oficio que dicen, ya que, en el momento en que te posiciones (y yo, siempre que sea necesario, lo haré) se te van a ofender, pero sobre cualquier tema; da igual lo obvio que parezca.
Si suelto que Borgoña es mejor que, por poner un ejemplo, Valdepeñas, alguien va a soltarme que no tengo ni idea, o que soy un afrancesado, o un snob (lo que viene a ser lo mismo), o un indeseable gafas que, a ciegas, no distinguiría una Fanta de limón de una de naranja. Porque lo que yo espero es que ese potencial ofendido, antes de dirigirse a mí, y por mucho que le duela que haya expresado que no me gusta el resultado de su trabajo, haga la debida reflexión sobre lo que he acabo de decir y en qué lugar le deja mi comentario. Que efectúe ese acto de contrición y madurez por el que, a pesar de salir vapuleado, asuma su lugar y situación, y ya desde ahí, proceda a reaccionar si es oportuno.
Pero no, no vivimos en una Arcadia precisamente. Y no lo digo ya por los insultos, que no suelo recibir muchos (al menos ni a mí me parecen suficientes), sino por el proceso de negar la realidad ajena en beneficio de la tuya. Es mejor pensar que no sé de lo que hablo que procesar que te tenías en demasiada consideración; es mejor presuponer mi ignorancia sobre tu territorio que tu incultura sobre todas las demás.
Es mejor defenderse que asumirse.
Así es, así seguirá y así seguiré, sobremesers, de eso no tengáis duda.
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