El último romántico

Alfredo Barral, presidente de la Asociación Grandes Pagos del Olivar

Martes, 12 de Agosto de 2014

El presidente de Grandes Pagos del Olivar habla de su entrega al aceite de oliva y la lucha por la excelencia y el justo reconocimiento al aceite de oliva virgen español. Álvaro López del Moral

Lo suyo podría calificarse como de romanticismo a ultranza puesto que, desde su puesto como presidente de la asociación Grandes Pagos del Olivar, Alfredo Barral insiste en difundir la excelencia oleícola española con unas producciones muy limitadas y de altísima calidad, realizadas en fincas pequeñas o pagos, a la manera de los châteaux franceses en el ámbito vinícola. A la citada sociedad, de momento, solo pertenecen seis miembros, y todos deben adaptarse a una estricta normativa que afecta de forma determinante a sus prácticas agrícolas. “Todo comienza en el campo”, argumenta Alfredo, propietario de la almazara navarra Hacienda Queiles, “porque, a fin de cuentas, no somos otra cosa que cosecheros”. Y aquí es donde se establecen las directrices que marcan el camino hacia la eminencia: en una cosecha temprana, en la altura de la oliva y en un tiempo establecido entre la recolección y la elaboración del aceite que no trascienda las 24 horas, así como en un proceso de elaboración, envasado y etiquetado que debe atenerse con exactitud a las reglas fijadas por la asociación para estos productos Premium, según las cuales, entre otros factores, las botellas tienen que tener color tornasolado  para evitar cualquier influencia externa y en cada etiqueta ha de figurar de manera bien visible el momento de la cosecha. 

Fruto de este denodado esfuerzo los óleos elaborados por Alfredo, Abbae de Queiles y Alhema de Queiles, no paran de acumular galardones. El último ha llegado de parte del Consejo Oleícola Internacional, COI, que por tercer año consecutivo ha otorgado a esta firma, situada en el sur de Navarra, el Primer Premio al Mejor Aceite de Oliva Virgen Extra. Dicho reconocimiento viene a refrendar la apuesta por la singularidad realizada en su momento por un hombre que, sin embargo, venía del ámbito laboral de la banca y de la empresa. “Quería dar un cambio radical a mi vida y topé con esta finca, a los pies del Moncayo”, explica. “Al principio solo tenía intención de comprar un par de hectáreas, pero ahora voy por las 60. El mundo del olivo me fascinó desde el principio, por su nobleza  y resistencia. Decidí dedicarme a él, aunque siempre tuve claro que lo que hiciera tenía que ser de la mejor clase. Hoy produzco 50.000 litros y mis aceites llegan a más de 20 países, aunque la idea es ampliar el espectro internacional. En este sentido, aún queda mucho por hacer. Mi intención es reforzar la Marca España y estrechar la colaboración con los chefs más conocidos fuera de nuestras fronteras”.

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