Pedro Ballesteros

Catadores y futbolistas

Domingo, 20 de Junio de 2021

Una cosa tenemos en común los que degustamos vino y los que se ganan la vida jugando al fútbol. Ambos escupimos mientras trabajamos. Pedro Ballesteros

Nosotros escupimos para evitar que el alcohol del vino nos afecte. Tenemos que degustar a menudo varias decenas de vinos en un día. Con dos o tres tragos nuestra percepción organoléptica se vería afectada; con varias decenas estaríamos borrachos como una cuba. Sin escupir, rarísimo sería el catador que llegase a viejo, al menos sin trasplante de hígado. Para un catador en formación, escupir es un asunto no por discreto menos fascinante. Cuando aprendemos el oficio, nos fijamos con atención cómo escupen los que saben, e imitamos a algunos. Recuerdo la infinita elegancia de uno de mis maestros ingleses, capaz de catar en pie y, sin mirar ni mover el cuello, permitir que un chorrito –más preciso que los planos de un avión– aterrizara en una escupidera en el suelo, siempre por la parte interior del borde, para que no salpicase. Nunca conseguí alcanzar su arte. Pero sí aprendí, como tantos otros, una serie de reglas fundamentales. Ante todo, escupir es algo, para la sociedad occidental educada, repugnante. Es por ello por lo que aprendemos a escupir con la mayor discreción posible, sobre todo cuando hay legos alrededor nuestro. Luego, los accidentes al escupir son muy desagradables. Una gota de vino escupido fuera de su sitio, sea en la mesa o sobre la camisa de un vecino, es algo memorable, por insignificante que le pueda parecer al que nunca lo ha sufrido. Por ello, prestamos mucha atención a todos los detalles. El buen catador se concentra tanto en lo que hay en la copa como en el destino de lo que tiene que salir de su boca. Para ello, practicamos. Lo hacemos en secreto, porque no hay escuelas de escupir con seguridad ni mucho menos con elegancia. Le dedicamos bastante tiempo. Una vez aprendido el oficio, tenemos el secreto placer de identificar a los novatos a distancia, solamente por la torpeza insegura de su escupir. También animamos a muchos aficionados, que rehúyen las catas por vergüenza de escupir, a que lo hagan tranquilamente con prudencia, que el manejo es hijo de la práctica. Es por todo ello que hasta hace poco me asombraba ver a los futbolistas famosos escupiendo continua y zafiamente. Es un tic lo que parece que tienen: cada vez que sale un primer plano, escupen. Cuando van a lanzar un libre directo, a veces fallan y a veces aciertan, pero siempre escupen. Salen del campo escupiendo, discuten entre ellos escupiendo. Algunos de ellos paran de escupir cuando llegan a entrenadores. Otros, ni eso. Después de muchas horas pasadas en el buen escupir, pensándolo y haciéndolo, después de haber desarrollado un modo de hacer que en el fondo es arte de exquisita amabilidad hacia los demás, los que no saben escupir, me apenaba contemplar el espectáculo de los escupitajos vulgares e innecesarios de esos deportistas, como los calificaba yo. Hasta que el otro día observé que todos escupen del mismo modo. Y me di cuenta de que los futbolistas hacen lo mismo que nosotros: aprenden a escupir. Ellos parece que lo hacen porque sí; nosotros por necesidad. Tanto unos como otros utilizamos el escupir como seña de pertenencia a la tribu respectiva. Ahora tengo mejor opinión de estos futbolistas. Pero no me gustaría catar con ellos, a no ser que aprendan a escupir como nosotros. Faltaría más.  

 

 

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